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Esplendor en la hierba

Sábado, 17 de noviembre 2012, 22:38

Sergio Lobera no es Warren Beatty. Tampoco se conoce, públicamente, si se ha acostado con 12.775 mujeres, como presume la biografía del actor. La similitud es otra, tal vez más banal. Lobera debe atormentarse en una inmensa contradicción. Como Beatty en Esplendor en la hierba (Elia Kazan, 1961), Lobera es conducido por donde no quiere por abrirse paso en la vida.

Beatty debutó en esta cinta interpretando a Bud Stamper, un chico al que su padre obliga ir a la Universidad de Yale cuando sus rústicas pretensiones le hacen desear una vida en el rancho. Si atendemos al credo que Lobera exudaba desde aquella tarde de junio en la que su desconocido nombre fue publicitado como entrenador de la Unión Deportiva, no queda ni un ápice en el que reconocerlo.

Esta Unión Deportiva estaba condenada a un viraje estético. Lo dijo el club al anunciar que Juan Manuel Rodríguez era historia. Ya no valía competir; ahora, además, había que seducir. Lobera reunía los requisitos. El fútbol es una disciplina mimética, funciona la imitación. El paradigma Guardiola, joven y con paladar delicado, marcaba las exigencias de una dirección deportiva que hizo de un restaurante de influencia gallega de la capital lugar de tránsito para un desfile de candidatos. Y Lobera se ajustó el patrón, prometió ambición y anunció fútbol de trazo corto y corriente artística. Tardó poco en encontrar, en su primer contacto con el entorno profesional, la crudeza y la exigencia de los resultados. Su idea mutó hacia una Unión Deportiva más sólida y ruda, a la que se le cayeron los ornamentos para volverse más recaudadora. Vamos, como la de Rodríguez.

Ahí queda el dato. La linea argumental de Pío XII no iba desencaminada. Esta Unión Deportiva acorazada de las últimas semanas consume puntos en una media de ascenso. El empate ante el Xerez es un desbarre minúsculo si se le escruta junto a las seis victorias que le precedieron. Pero no hay química.

10.112 espectadores se personaron en el Gran Canaria. Una cifra que no iguala el mejor registro, situado en 10.440 en la segunda jornada, todavía agosto, y con la propuesta aún sin mezclar con el cemento.

Las Palmas compite pero no enamora. Hacía frío y había televisión en directo. Elementos que tienen un impacto negativo en la asistencia, hecho indiscutible, pero que no toca fibra sensible en sus espectadores. Incluso en la Copa del Rey, ante un rival de mayor dimensión como el Rayo Vallecano, la pereza ofensiva del representativo revolvió el estómago de sus fieles que increparon con pitos que resonaron en Siete Palmas como un cuerno llamando a una revuelta tribal.

Lobera defiende este nuevo estilo. Más bien por decencia que por conciencia. Cuando se le sitúa el pragmatismo en el debate, él repele pidiendo estadísticas de presencias en el área, de ocasiones malogradas. Lo obvio, lo verdaderamente sustancial en este río de letras, es que su equipo compite. Y lo hace bien.

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