El valor del arte, entre el deseo y la especulación
Hay consenso: el precio de una obra de arte es el que estemos dispuestos a pagar por ella. Ni más ni menos. Así, no es de extrañar que ocurran fenómenos insólitos.
Fijémonos en la obra Paisaje II (1972) de Martín Chirino. La prestigiosa casa Sotheby´s la subastó el año pasado por 37.500 libras (53.500 euros), mientras que Paisaje 32 (2010), muy parecida, aunque el doble de grande, ha sido depositada en la fundación del artista canario para ser adquirida por el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria por un valor de 200.000 euros.
¿Es comprensible esta gran diferencia de precio? Pues, a tenor de los complicados entresijos del mercado del arte, sí. Para empezar, uno de los criterios que determina el valor de una obra es en dónde se vende. «Una pieza de Miquel Barceló no es igual de apreciada en Cataluña que en Toronto», explica el crítico de arte Frank González.
El mercado local valora mucho más a sus artistas. De hecho, en Madrid se pueden adquirir trabajos de los miembros de la Generación de 70 por mucho menos que en el Archipiélago. Digamos que Martín Chirino es mucho más universal en las Islas que en el extranjero.
«El mercado está asociado a parámetros de identidad nacional. Eso ocurre tanto en el mercado chino, como en el inglés como en el de Estados Unidos», aclara el experto.
Además, cuando un artista expone en un museo su valor crece. El aumento depende de la categoría del centro expositivo. «Una exposición en el Reina Sofía supone un aumento de la cotización del artista de alrededor de un 50%», indica Frank González, quien impartió la materia de Deontología dentro del Máster Universitario en Gestión del Patrimonio Artístico y Arquitectónico, Museos y Mercado del Arte celebrado por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Según González, un ejemplo claro de este tipo de revalorización es la que ha experimentado la obra de Joaquín Sorolla. «Su valor ha aumentado con las exposiciones. No vale lo mismo que valía hace diez años», apunta. Así pues, volviendo a nuestro caso -entre otras muchas razones- la obra de Chirino también puede haber incrementado su precio recientemente debido a la creación de la propia Fundación Martín Chirino, donde el artista podrá exponer de forma permanente parte de su trabajo.
«Óscar Domínguez, hasta que se abrió el TEA, tenía un precio. A nivel internacional estaba reconocido, pero no es Dalí, ni Picasso... Cuando el Cabildo de Tenerife empezó a comprar obras para el TEA su precio subió. Con la película sobre su vida, también subió», explica González, quien entiende que la cotización del autor depende de que pase a ser considerado como un icono cultural, más allá del valor particular de su trabajo.
El exdirector del CAAM cree que los museos modifican los precios. «Cuando el mercado se incorpora a una programación, el museo deja de serlo y se convierte en una galería de arte», sostiene González.
Esta forma de intervenir en el mercado también siembra dudas sobre el papel de los museos en el comercio del arte. Si una exposición aumenta el valor de la obra, cabe preguntarse ¿hasta qué punto los directores de los centros de arte son partícipes del mercado? ¿usan su influencia para relanzar a los artistas amigos de los cuales tienen obras o con los que mantienen algún tipo de relación laboral?
«Se sabe si un director de museo es honesto cuando su casa no está llena de obras que le han regalado. No se puede ser arte y parte», comenta un coleccionista de arte que entiende que las instituciones públicas responden, en muchos casos, a intereses particulares y de los grupos de presión implicados en el mercado.
En este sentido, González recuerda la existencia de un código deontológico que impide a los directores de los centros de arte recibir prebendas.
El documento, ratificado en 2006 por el International Council of Museums, es rotundo: «Los empleados de los museos no deben aceptar regalos, favores, préstamos u otras ventajas personales que les pudieran ser ofrecidos debido a las funciones que desempeñan. En algunos casos se pueden ofrecer y aceptar regalos por cortesía profesional, pero estos intercambios deben hacerse exclusivamente en nombre de la institución interesada». Así mismo, el código deontológico les impele a no desarrollar otros empleos remunerados o encargos ajenos a los museos.
«El mercado del arte es, junto al de las drogas, el menos reglamentado», decía totalmente desencantado por el devenir de la creación artística el crítico y periodista australiano Robert Hughes en el documental La maldición de la Mona Lisa (2008) que aborda justamente la mercantilización del arte.
Además, el arte es un valor refugio. Los inversores tienen la certeza de que, las obras de arte, con toda seguridad, mantendrán su valor a largo plazo. Así, los principales compradores de arte son los mismos que compran fondos de inversión: bancos y multimillonarios. Por esta razón, en opinión de Frank González, si hubiera una burbuja en el arte jamás estallaría. Bancos, multinacionales y magnates son los encargados de que eso no suceda para garantizar sus inversiones. «A nadie le interesa que el mercado del arte fracase», sostiene.
Tampoco ayuda mucho a la buena fama de las instituciones culturales los casos de corrupción ligados a la compra de obras de arte.
Así, las pesquisas sobre el caso Púnica -que investiga la financiación ilegal en la comunidad de Madrid bajo el mandato del PP- han servido para localizar obras de Eduardo Chillida en un zulo realizado por un constructor. También, en el transcurso de esta investigación, se han encontrado piezas de Manolo Millares.
En la trama Gürtell, Luis Bárcenas vendió por medio millón de euros dos cuadros del siglo XV de autor desconocido. También el Gobierno aragonés -durante el mandato de los socialistas- está bajo sospecha por comprar por 2,5 millones de euros un Goya vendido a un marchante por 850.000 euros. En concreto, el cuadro La letra con sangre entra. Mención aparte merece la más que sospechosa gestión de Consuelo Ciscar al frente del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), que llegó a comprar obras del artista y arquitecto portugués Julio Cuaresma por un 1.500% más de su valor de mercado, según la auditoría realizada por la propia Generalitat valenciana.
También el centro de arte levantino colaboró en el blanqueo de dinero del mafioso chino Gao Ping, reconvertido en virtual galerista. El museo le compró una colección de fotografía por un importe mucho mayor a su valor en el mercado. No obstante, a pesar de que los fraudes son frecuentes, González asegura que el del arte es un mercado bastante transparente, sobre todo, el secundario, es decir, las ventas que se realizan a través de las casas de subastas, que están muy controladas por el fisco, e incluso la Guardia Civil y la Policía Nacional. En su opinión, no es más opaco que los mercados de otros tipos de bienes.
Sin embargo, las concepciones establecidas sobre el funcionamiento del mercado del arte se quebraron en 2008. Fue un artista, el polémico Damien Hirst (1965), el que se encargó de romper con las normas establecidas hasta entonces. En septiembre de ese año, coincidiendo con la quiebra de Lehman Brothers, el autor de La imposibilidad física de la muerte en la mente de algo vivo, o sea, el tiburón sumergido en formol que exhibe el Metropolitan de Nueva York, se convirtió en el primer artista vivo que vendía sus obras en una casa de subastas, en concreto Sotheby´s, sin la intermediación de las galerías. Y es que, Hirst parece haber convertido en su leit motive la frase acuñada por su colega Andy Warhol: «Los buenos negocios son el mejor arte».
En aquella subasta, el artista pretendía demostrar que, aunque la bolsa cayera en picado, su trabajo era un valor seguro y no tuvo reparos en pujar por sus propias obras como ya lo hiciera un año antes, en 2007, para aumentar su cotización con la venta de For the love of God (Por el amor de Dios), un cráneo de platino cubierto por 8.601 diamantes incrustados. El artista, al ver que la obra no alcanzaba el precio que deseaba, optó por adquirirla por 63 millones de euros en un consorcio participado, entre otros, por él y por su galerista de White Cube.
Y es que, hasta ahora, lo mejor que le podía pasar a un artista para elevar su cotización era morirse. Una certeza contra la que se rebelan los creadores dispuestos a promover la especulación con tal de vivir mejor. El arte, sin embargo, pasa a un segundo plano.