El primer concierto, o casi
Anoche fue la primera vez que decenas de jóvenes acudieron a un concierto. Un paso liminal que marcará para siempre -o casi siempre- su memoria. Como cuando celebraron su orla de secundaria, el último grito de la nueva educación prêt-à-porter, o aprenden a qué saben los besos. Lástima que la estrella no estuviera a la altura del firmamento.
La prueba de sonido comenzó con una hora de retraso. Y, a partir de ahí, añada entre 50 y 70 minutos a cada paso previsto en el croquis temporal del concierto de Pitbull. Los cinco DJ locales entretuvieron al público que llegaba sin prisa al Estadio. Sobre las 20.00 horas, media entrada. Pero no la que esperaba la organización. Si al principio pensaron que venderían 12.000 pit-tikets ayer hacían los números con un «alrededor» de 10.000 personas, aunque no daba esa impresión. Es la moda del márketing van-a-ir-mogollón-vete-tú.
A las 22.00 horas ya se sabía que aquello iba para largo. Y así fue. A las 23.18 horas el coche le recogió en la grada ultranaciente para depositarlo en la grada curva, que dista 100 metros, menos de la primera. Y a partir de ahí, más de lo mismo, esto es, sobredosis de «Let’s go», «Daleeee!!» y el a-b-c- rapero.
Lo que no se ve de Pitbull es lo que dice, que sus valores son el dinero y el poder. Y cuando eso ocurre es evidente que algo ha fallado en el proceso de socialización porque esas son las marcas del mercado, no de la sociedad. El poder le da para decidir que se quiten los periodistas de su vista, o que solo entran 17, 22, o 4, y que acepta posar sin preguntas, como Rajoy. Anoche pasó eso, y tras un incipiente plante periodístico, unos se quedaron y otros no.