El guiso de las emociones
Desde que hace unos 5.000 años los chinos "crearan" el fútbol éste ha ido evolucionando hasta la forma actual que se ha convertido poco menos que en un ritual que concita, bien en directo, bien por televisión, a millones de personas a las que les une su pasión por este deporte, especialmente en citas en las que hay un título en juego.
Enrique Pérez/ EFE
Miércoles, 12 de abril 2006, 22:51
En estas últimas ocasiones el fútbol se convierte en una fiesta anual para aquellos equipos que han tenido el acierto de ser mejores que sus rivales en las eliminatorias que encaminan hasta la disputa por el título y que, en una noche mágica, se ven respaldados por sus aficiones que intentan insuflar el ánimo y la fuerza moral cuando la energía física decae y surgen las dudas deportivas y existenciales. Hoy, en la final de la Copa del Rey, el turno ha sido para el R.C.D. Espanyol y para el Real Zaragoza que han buscado el premio de una Copa que, aunque no contiene ningún elixir de los que pretendían descubrir los antiguos alquimistas, sabe mejor que ninguna. El estadio que acoge este acontecimiento se convierte en una caldera de pasiones cuyos componentes se van mezclando poco a poco en un guiso lento y de larga cocción que nunca se sabe como acabará porque sus elementos, al contrario de lo que ocurre en los fogones tradicionales, se empeñan en no ligar entre sí. Aún así es posible conseguir que el resultado entusiasme a una parte de los supuestos comensales, que no son otros que las aficiones de ambos contendientes, pero por desgracia nunca a las dos. Aragoneses y catalanes han acudido con sus mejores galas, los primeros mayoritariamente con camisetas amarillas, el color que ha lucido su equipo por la coincidencia de colores, y los segundos con su habitual equipaje blanquiazul, pero todos con la ilusión por bandera. Para este gran guiso primero se debe buscar un buen puchero donde mezclar los ingredientes y en esta ocasión era de cinco tenedores, el estadio Santiago Bernabéu. Después se procede a colocar con mimo los componentes muy poco a poco, sin pausa pero sin prisa, mientras que se cocina en el fuego lento del calor de las aficiones en busca de que los sabores y las sensaciones liguen y se vayan mezclando. Una pizca de buen juego, unos decilitros de entrega, se añade un ramillete de pasión y un golpe de emoción. Se rehoga a fuego lento durante 45 minutos y se deja reposar durante un cuarto de hora, el descanso suficiente para que tome aliento. Retómese la cocción en una segunda parte de otros 45 minutos sin olvidar unos gramos de genialidad; salpimentar con alguna decisión polémica del colegiado, al que algunos prefieren en adobo o majado junto a los ajos, y añadir la desesperación por un fallo cometido. Pero sobre todo no se olvide del gol, el ingrediente más importante del proceso porque es capaz de hacer ligar todos los demás componentes y que la cocción adquiera un sabor sublime, aunque claro, sólo para una parte de los comensales que son los que brindan con cava mientras a los demás se les prescribe una tila o una manzanilla, que es lo más adecuado para superar el dolor del trauma. El postre, para los glotones, siempre suele ser lo mejor, y en esta ocasión sí se puede decir aquello de "es mejor regresar con una copa de más" porque no da positivo en el alcoholímetro de la Guardia Civil. Al final, y como despedida, no olvidar que solo es un partido de fútbol y que lo importante es saber disfrutar los buenos momentos que da el deporte y guardarlos para siempre en la memoria desechando los malos tragos, a pesar de que aquellos no adictos al deporte rey jamás comprenderán el porqué de tantas emociones y posiblemente dirán algo similar a lo que repiten habitualmente los galos Asterix y Obelix: "están locos estos futboleros". Aún así, no dejen de acudir a una final de su equipo, aunque solo sea una, nunca la olvidarán.