El arte de rescatar la memoria
La artista mexicana Betsabeé Romero toma elementos de la vida cotidiana y les confiere la dignidad que un día perdieron. Así, sus llantas adoptan un aspecto lujoso y deshacen su camino para devolver la memoria de lo atropellado: las iconografías en extinción. Diez de sus piezas se exhiben en Saro León.
Dos grandes llantas con bajo relieves dorados presiden la exposición Sin radares, de Betsabeé Romero (México, 1963). A simple vista, parecen dos grandes pulseras talladas, pero al mirar bien sus dibujos se aprecia una hilera de caminantes. «Es la señalización de migrantes que hay en las carreteras de Nuevo México para advertir a los conductores que pueden encontrar a emigrantes cruzando la vía, como cuando la atraviesan reses», explica la creadora acerca de estas piezas que formaron parte del Altar al emigrante desconocido, la gran instalación que hizo en el hall del British Museum de Londres el pasado mes de noviembre, coincidiendo con el Día de los Muertos.
Los neumáticos, en su caso, desandan el camino para recuperar cenefas de la arquitectura colonial en extinción, signos aztecas o geometrías relacionadas con los indios norteamericanos. Además, en sus manos, la basura más contaminante se puede convertir en una joya. «Estoy descolonizando el material. El caucho es mesoamericano. Tanto este material como el chicle son resinas que finalmente fueron adoptados por la modernidad en la búsqueda de la velocidad», explica la artista. «Para mí, el arte es, en muchos sentidos, una práctica de resistencia a la velocidad», comenta la artista que también desea devolver los elementos con los que trabaja al lugar de donde salieron. «Como artista, con lo que estás comprometido es con la construcción de significados de la vida real: devolver el conocimiento a la calle, el sitio de donde salió», asegura esta artista internacional que disfruta acercando su obra a la gente corriente. «Me gusta trabajar en espacios públicos, en la calle, con migrantes, con otros públicos. Especialmente en México, vivir con el mismo público tan elitista y clasista como el de todo el mundo es peor, porque allí las diferencias sociales son extremas. Y eso, para un artista, es terrible», dice Romero.
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