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En uno de sus recientes procesos de primarias internas, un dirigente del PSOE canario trasladaba que su idea de campaña se basaba en la horizontalidad del 15M. Una frase con más eco que contenido que, no obstante, avala la teoría de Kike Castelló, una de las personas de Democracia real ya que fue de los primeros en apostarse en Sol hace cinco años. «Tenemos la hegemonía cultural de la calle. Hemos cambiado el lenguaje de los políticos, aunque con las políticas todavía no lo hemos conseguido».
El 15M sirvió como ruptura de una sociedad en permanente narcolepsia. El ciudadano tomó forma de protesta, heterogénea, y acampó en las plazas de más de 50 ciudades de España para rebelarse contra los estertores del zapaterismo. La última legislatura socialista, que viró hacia lo liberal con el presidente posando con la oligarquía empresarial en la puerta de la Moncloa, y tras una demoledora rueda de prensa que evidenciaba el fin de la bonanza. Una guadaña incesante que fue podando derechos sociales y laborales a la velocidad de un ciclón.
Contra eso se rebeló el 15M. Un grupo de cinco personas que instaló el campamento en Sol, en el kilómetro cero de España, y que se fue extendiendo como una mancha por todo el país. Dos días después, el 17 de mayo de 2011, un joven de Fuerteventura, Fernando Letang, creó el hastag #acampadalaspalmas y poco a poco fue llenando San Telmo de lo que se vino a llamar como indignados. El brazo canario del movimiento ciudadano. Herencia del «no nos representan», el 15M fue una bofetada simbólica para la clase política española.
«Los cambios profundos no son de un día para otro», subraya Castelló. Ante la inevitable pregunta de qué queda del 15M, muchos concluyen que al menos en este momento queda la estética y el lenguaje, pero que el rodillo del PP en la última legislatura ha llevado todavía más allá el grado de retroceso en la ciudadanía. Castelló, hoy concejal en la madrileña localidad de Pinto, pide paciencia. «Ahora mismo sufrimos políticas de 1980, todavía estamos gobernados por el eje izquierda-derecha que nació en aquellos años. Hay en las personas una mayor conciencia, pero todavía estamos acosados por los recortes», dice uno de los precursores del movimiento social.
Pero no todo es etéreo. La herencia de aquellas movilizaciones han cristalizados en otras similares. Sanidad y Educación, con sus blancas y verdes mareas, han tomado calles y reivindicado sus derechos laborales. En cada lugar ha nacido una plataforma antidesahucios, que con mayor o menor tino, se han manifestado en la gestión de una alternativa habitacional para muchas personas sin recursos. Incluso políticamente, algunas candidaturas de unidad popular han tomado los ayuntamientos. En Las Palmas de Gran Canaria, por ejemplo. Aunque sea una cuestión más de firma que de fondo, ya que todavía les queda muy lejos el reto de cambiar la ciudad hacia un lugar de peso en la ejecución de las políticas sociales.
A la espera de que el 26 de junio los comicios cambien o no el rostro del Gobierno, dos caras femeninas canalizan el movimiento social desde las dos capitales cabecera: Madrid y Barcelona. Manuela Carmena y Ada Colau, con luces y sombras, son voces que huelen a plaza y calle.
Kike Castelló, que pasó de la plaza a la política, ve la puerta abierta a un nuevo tiempo aunque queden diques por derribar. «Tuvimos mucha ilusión, pero también pasamos muchísimo miedo. Pero desde el momento que cambiamos el lenguaje político dimos un pasO al frente, una brecha que huía de la dictadura de izquierda-derecha. Algo que quiso hacer suyo Podemos posteriormente. No hay muchos cambios tangibles en la gestión política, pero muchísimas de las cosas que reclamábamos en las plazas. Que gritábamos en aquellas manifestaciones, ya forman parte de las conversaciones de la gente. Cosas que o no sabían cómo se llamaban o no se atrevían a pronunciarlas».
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