Cruel y dura como la vida misma
Los últimos datos sobre la pobreza en España pintan un panorama escalofriante: la miseria alcanza a 13.567.000 ciudadanos, es decir, al 27% de la población. Esto significa que no pueden poner lavadoras, no pueden permitirse un teléfono, son insolventes para pagar los recibos de su vivienda, para calentar sus hogares e incluso tienen graves dificultades para comprar comida.
Las cifras son tan frías como la sensación que nos atraviesa la espalda cuando intentamos calibrar la tragedia que viven a diario esas personas.
Eso es lo que ha buscado el director novel Juan Miguel del Castillo en su eficaz ópera prima Techo y comida, una mirada cercana y realista a la crisis española y a sus víctimas.
El realizador elige a Natalia de Molina para encarnar, de forma soberbia, a Rocío, una joven madre soltera totalmente desasistida para afrontar el alquiler de su vivienda y alimentar adecuadamente a su hijo.
Realizada sin subvenciones y a través de una campaña de crowdfunding, la cinta nos invita a acompañar a esta mujer indefensa durante su peregrinaje por las calles de Jerez en busca de alimentos y recursos que le permitan aguantar un día más.
A pesar de su modesta factura, la cinta mantiene un pulso firme desde el principio y nos va situando en la piel de la protagonista sin llegar a explotar toda la conmoción de semejante tragedia.
Curiosamente, ha tenido que ser un nuevo cineasta el que por fin se haya atrevido a mostrar con altas dosis de verdad la realidad social española. Algo que vienen haciendo habitualmente los realizadores franceses, más comprometidos y propensos a usar el arte como un arma cargada de futuro.