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Calentamientos

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Lunes en África. "Los mercados se han movido como si los riesgos estuviesen ya amortizados"

Jueves, 1 de enero 1970

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El invierno más cálido arranca, y sin embargo huele a tierra mojada. A la democracia española se le cayeron las hojas este otoño, y en España se asombran de este paisaje de árboles secos y pelados, de tanto tronco a la intemperie. Sin espacio para negociar en las sombras, los resultados electorales avisan de una fase de calentamiento de la política española que deja pequeños los recientes acuerdos de París.

Lo ocurrido en las urnas ayer tiene su paralelismo con este sol de invierno al que no están acostumbrados en la Península. En Canarias sabemos más que otras regiones de aritmética parlamentaria, tenemos expertos en volver del revés las estadísticas. Aquí se ha ensayado durante varios mandatos el truco por el cual quien tiene mejor resultado está condenado al ostracismo. Aunque lo ocurrido ayer tiene ingredientes distintos.

Nadie puede cantar victoria, pese a las alegres mañanitas que entonarán algunos. Está por ver si se puede consolidar una democracia castigada a base de juntar fragmentos. En la naturaleza, la diversidad aporta riqueza, añade matices y amplía la capacidad de respuesta a los conflictos. Las hojas caídas aportan nutrientes a la biosfera, regeneran los tejidos y son necesarias para surtir de brotes verdes en la próxima primavera. A la democracia española le falta cruzar este invierno cambiante, hasta saber cuantos supervivientes quedarán a la vuelta de tres meses para mejorar lo presente.

La economía ya no se asusta como hace cuatro años, cuando los hombres de negro de la troika europea esperaban en la puerta de La Moncloa la orden de intervención si las urnas no obedecían las consignas de Berlín. Los mercados se han movido en estas semanas previas como si los riesgos de los nuevos escenarios estuviesen ya amortizados, con la desidia que hubiesen querido las primas de la deuda pública en los tiempos del crash. Es una paradoja que se añade a otras. Por ejemplo, a la que define hoy un mundo más inseguro que entonces, con el precio del petróleo más barato. No faltan agoreros que avisan de la calma que precede a próximas tormentas, descontados los efectos del cambio climático.

La política española se alimentó en estos últimos cuarenta años del culto a la mayoría absoluta, aunque ayer se rompieron definitivamente las pantallas de plasma, suspendida la gestión de simulacros. Los conservadores se quedan sin despensa. Los nacionalismos tendrán ahora que retratarse más allá de sus fronteras. La izquierda se enfrenta a esa incógnita sin resolver desde los tiempos de la república, que la enreda en sus propias vacilaciones y le resta energía en los desafíos.

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