Ya suena el volador, los bucios avisan, se escucha la banda y el viento agita las ramas haciéndonos creer que estamos a la orilla del mar, a donde hay que llegar. Estalla la fiesta. La multitud, entre el griterío ensordecedor derrocha vitalidad, danza y danza entre aromas del bosque que avanza. La alfombra verde no se detiene, a la sombra de imponentes riscos camina alegre. Así pasen los años, La Rama vuelve, siempre vuelve, y convoca.
Toca repetir. ¡Qué rico! Demostración de que seguimos, que sumamos experiencias, que el rito de ayer perdura e invita a la sonrisa. En estos tiempos aciagos, estalla la fiesta, la verdadera, la que reúne e invita a encuentros, a abrazos. Fiesta que no sucumbe, real.
Así pasen los años, La Rama cautiva y hace de Agaete un lugar mágico en el que pervive la esencia, pese a los indeseables, sujetos y acontecimientos, que de todo hay. Pero, al final vence la fiesta, la auténtica, no la que algunos quieren hacernos creer que ya disfrutamos a golpe de propaganda, que no es otra cosa que la mentira organizada.
Durante unas horas, entre el flamear de ramas, cantos, música y baile, en la marea verde, no hay otra razón que la festiva, en la que se impone la camaradería entre los rameros, que no es lo mismo que el buen rollito entre los políticos, que en la primera priman las buenas artes y en el segundo, sobre todo, las poses artificiosas.
A La Rama, los miles y miles que acuden lo hacen convencidos y hasta allí van a disfrutar de un tiempo de bienestar, nunca a proyectar poderío. Es decir, justo lo contrario de lo que se impone en la fiesta política, en la que prima vencer y no convencer y en la que el poder se demuestra proyectando sensación de potencia, sin importar el bienestar de la mayoría.
Por eso la del martes, La Rama, es fiesta real, que perdura, que se repite años tras año, aunque sea cortita, que ayuda al espíritu, porque ya se sabe que los humanos somos seres festivos que necesitamos ratos de catarsis sincera para no parar. Fiesta con la Madelón y la bandera tricolor, junto a los papagüevos y en el barullo. Fiesta dentro y en la perspectiva, porque también se disfruta desde fuera, viéndola caer, andar, derrochando una plasticidad que subyuga.
Esa es la fiesta, participativa, hecha y disfrutada por todos, no la que falsariamente nos venden diciendo que el tiempo malo ya pasó, que el túnel ha terminado por lo aplicados y sufridos que hemos sido; o la que nos prometen con 300 millones si aceptamos una planta de gas en nuestro suelo, presuponiendo que los que por aquí pululan, como si de ramplones tíos Gílitos se trataran, pierden el tino por unos euros, olvidando que hace unos pocos meses esa misma gente se opuso mayoritariamente al negocio petrolero que prometía bastante miles de millones más que esos 300 de ahora.
Disfrutar La Rama es un oportunidad que cada año se repite pero que siempre es única. Las fiestas esas que nos anuncian algunos políticos, atendiendo a criterios electoraleros, son solo burdos ejercicios de oportunismo.
La elección no es difícil. La cita, el martes en Agaete. No se van a arrepentir.
@VicenteLlorca