Artenara, fiesta hecha paisaje
La senda intensa, jubilosa, ascendente del estío grancanario nos conduce ahora, en la segunda quincena de agosto, a la cumbre donde Artenara, en el regocijo de pueblo alto y señero, se nos descubre, como sugiriera el periodista Ignacio Quintana Marrero en el editorial de la revista Isla de 1964, en «el derroche espectacular de su luz quebrándose en la orgía fantástica de sus atardeceres». Y no se equivocó en absoluto quién, al inaugurar el Cabildo Insular el original parador-mirador de La Silla, no dudó en denominarla capital del paisaje, ante cuyo sugestivo esplendor comprendemos que «sin ella hoy Gran Canaria no se entendería», como no se concebiría ni sus fechas y ni sus festividades estivales. Artenara la invisible, como la describía, tras encontrársela de repente al sobrepasar una última y pronunciada revuelta de la carretera, Domingo Doreste Fray Lesco en un inolvidable artículo de los años treinta del siglo pasado, cuando las nuevas y serpenteantes carreteras permitieron un redescubrimiento del paisaje insular a una amplia mayoría de grancanarios, se hace ahora muy perceptible tanto en su privilegiado asiento cumbrero, como en la llamada de una identidad arraigada y fecunda, y no sólo en estos días festeros, en los que el folclore canario tiene aquí su capital y a su Patrona, como también la tienen los ciclistas isleños que a Ella acuden con el impulso del intenso pedaleo donde late su profundo fervor, sino a lo largo de todo el año, instituida ya como ineludible visita turística para propios y foráneos, como centro para los estudios arqueológicos y para la práctica de deportes que encuentran posibilidades y pruebas de enorme interés, o como punto mítico para el encuentro de artistas, poetas y literatos que hacen de ella un verdadero parnaso isleño. Sólo que ahora, en estos días festivos de la Cuevita, Artenara parece estar mucho más en la cumbre de lo que a diario ya ha conseguido con el dinamismo emprendedor que la viene caracterizando, y lo está por que el ser y sentir de miles de grancanarios se traslada en estas fechas agosteñas hasta aquí, cantándole a su isla, desde un hondo suspiro, versos como “mi morena bravía es de Artenara, de los bellos riscales de Gran Canaria”, el estribillo para isa que nos dejara Mongar, Manuel Montesdeoca García, cuando en el concurso de letras para isas y folias celebrado el 29 de agosto de 1964, por las Fiestas de la Virgen de la Cuevita, Patrona de las Agrupaciones Folklóricas, obtuvo el Primer Premio con unas coplas, luego tan populares, que inician su canto con el «Artenara está en la Cumbre/ y en ella está la Cuevita/ donde se encuentra la Virgen/ más pequeña y más bonita». Si habláramos de una teoría y estética del paisaje isleño tendríamos un capítulo esencial en cualquier rincón de Artenara, en la menos esperada vivencia de sus días festivos. Una fiesta estival y de agosto que pregona todo un sentimiento de grancanariedad; ese fantástico pregonar que cotidianamente desde hace muchos años nos trae con acertada maestría su cronista oficial, el buen amigo y compañero José Antonio Luján, o que este año también nos ha entregado en su elocuente y bello pregón de las Fiestas de la Cuevita 2015 el escultor Manolo González, que ha hecho de este orbe cumbrero su verdadero estudio y un cenobio para la creación. Creo que le ha ocurrido como a Fray Lesco cuando reconoció en público que si «siempre he ambicionado poseer tres o cuatro cosas en la tierra, ahora deseo una más: poseer una cueva en Artenara» Yo, como miles de grancanarios, aspiro a poder contar siempre, especialmente cuando el tiempo canicular obra en todo su esplendor, cuando el sonar festero es una campana con la que repica la isla, con una Artenara en la que fijar la mirada y los sueños, pues ella ha estado y está en la cumbre de los anhelos hondos de los grancanarios.