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Agaete, tradición y sentir festero

Viernes, 3 de agosto 2012, 01:00

Gran Canaria, cada mes de agosto, se despierta con el alegre compás de una diana floreada que es, en las calles blancas de Agaete, sencillamente íntimas en su universalidad atlántica, desde antes del amanecer, todo un preludio de la explosión de júbilo, de impulso infinito, de entusiasmo a raudales, sin que haga falta una advocación concreta o mínimamente definida, que supondrá, de la mañana a la tarde, el baile de La Rama por miles de romeros que, con ramas de Tamadaba y con sus propios cuerpos, golpearán la mar al caer del día, en una tradición que se pierde en las cuentas de la historia isleña, en las de una de las más genuinas y espontáneas expresiones vivas de una festera enramada isleña, que el pasado 25 de julio, de la mano de Matías Armas Sosa, acompañado como ya es tradicional por una representación de la Infantería de Marina y de la Agrupación Musical Guayedra, subió la bandera que flamea en la brisa todas las alegrías y las inquietudes de su pueblo. No pude escuchar el magnífico pregón de estas fiestas -pero me lo han contado con minuciosa pasión algunos amigos comunes-, que pronunció el pasado sábado 28 de julio el Cónsul de Italia José Carlos de Blasio que, junto a su ascendencia personal y cultural italiana de arraigado acento, tiene un ser y un sentir grancanario que le cala hasta la misma médula del más recóndito de sus huesos, por lo que no dudó en proclamar en el Huerto de Las Flores que anunciaba unas fiestas de tanta raigambre «que no necesitan ni pregonero, ni pregón», unas fiestas en las que «la Virgen de las Nieves nos reúne con la familia, con nuestros amigos y vecinos», para con todos poder disfrutar «con el corazón abierto, sin olvidar, dentro de todos los actos, a la protagonista: a la Virgen de las Nieves». Un pregón emotivo, bello, lleno de vivencias y recuerdos personales que se aunaban a los de cientos de agaeteros, a los de miles de grancanarios, en el que no dudó en responder a un reto que le lanzó el año pasado, y del que fui testigo, Juan José Godoy Barroso, hermano del inolvidable artista Lorenzo Godoy, al que una soberbia escultura de José de Armas recuerda para la eternidad a la entrada de su querido Puerto de Las Nieves, en relación con la verdadera identidad italiana de Francisco Palomar y Antón Cerezo, y tras arduas indagaciones logró concretarnos que, en realidad, eran « Francesco Palmaro y Antonio Celesia, cuya familia aparece en las relaciones de familias nobles de Génova desde el año 1.100». ¡Bravissimo, bravo, amigo de Blasio, bravissimo! Hace cuarenta años, en 1972, estas fiestas ya merecían su declaración de Interés Turístico Nacional y se proclamaba más allá de las fronteras insulares lo que ya en la Revista Isla de cuatro años antes se concluía sobre ellas, «su expresión popular, el de su pintoresquismo, el de su canariedad y su gracia e idiosincrasia agaetera, es el que hoy nos interesa resaltar, como máximo exponente de una tradición y de un carácter que, dentro del variado folklore de nuestra tierra, constituye, sin duda, una bien definida personalidad». Cuatro décadas después, estas fiestas en honor de Nuestra Señora de Las Nieves, la Fiesta de La Rama, nos llegan espléndidas en la plenitud del estío grancanario, y un año más por calles y callejuelas, por plazas y plazoletas, se consagra un ritual hecho de un sonoro bullicio, que no es otra cosa que la voz y la oración de un pueblo que se enaltece en los más nobles valores con que se adorna su alma isleña y marinera. Por mi parte, un año más, en un recodo de las celebraciones festivas, del rezó a Nuestra Señora de las Nieves, mientras la danza bulle entre el Puerto y la Villa y de allí a Tamadaba, me acomodaré en el viejo muelle para contemplar como la sombra de los acantilados se acuna en el suave deslizar de las espumas en la mar de Agaete; como el viento silba en las grietas de las rocas, gargantas pétreas de una isla que en ellas murmura oraciones y entona alegres cantares; y el Roque Partido, en su esencia de siglos, sigue siendo ese faro inmutable que señala la costa con toda la luminiscencia de los sentires isleños.

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