A ‘True blood’ se le va la olla
N. Solo
Miércoles, 16 de noviembre 2011, 10:32
Estimado Ilia: a los adictos a las series nos pasa como a los que lo son de otros productos mucho menos saludables. Quiero decir que llega un momento en que te pasas de la dosis recomendable y aquello degenera. Las series, por suerte, no son dañinas para la salud -bueno, la versión española de Cheer’s probablemente sí lo era- pero producen ardor de estómago cuando se registra esa sobredosis.
Es lo que me pasa con True blood, que empezó epatando al personal y en su cuarta temporada literalmente se ha desparramado. Es más: ha aparecido una bruja bastante patética que hace que en ocasiones los episodios recuerden aquel trío de hermanas magas que tuvo a la insoportable Shannen Doherty en su primera temporada, hasta que, por suerte, se hartaron de ella y le dieron puerta.
True blood no es apta para todos los públicos. Y no solo porque los vampiros muerdan a diestro y siniestro, sino porque la serie es subidita de tono en cuanto a sus escenas sexuales. Es como si la protagonista, Anna Paquin, quisiera quitarse de encima el sambenito de niña prodigio, y así como Marisol acabó siendo portada de Interviú, pues ella se desprendió de sus ropas para darse un revolcón con un par de adictos a la sangre ajena. Y se lo tomó tan a conciencia que ha acabado formando pareja estable con el actor que encabeza el reparto.
Da la sensación de que los guionistas se han visto obligados a elevar el tono en cada episodio y el resultado empieza a ser tan enrevesado y confuso que buena parte de la parroquia se va marchando. O al menos el que suscribe. Vale que el vampirismo está de moda y que por esa puerta abierta se ha colado mucha ñoñería, como la saga Crepúsculo, pero de ahí a los excesos de True blood va un abismo. Sobre todo porque la serie ha perdido el tono crítico inicial, aquel que planteaba un paralelismo entre el rechazo a los muertos vivientes y el de la América profunda a los que eran diferentes -o sea, a el de los blancos racistas a los negros.
En fin, Ilia, que habrá que desempolvar El baile de los vampiros, de Polanski, para concluir que antes que Anna Paquin siempre estuvo la añorada Sharon Tate.