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A tiros con el volcán de testigo

A tiros con el volcán de testigo

Francisco José Fajardo

Jueves, 1 de enero 1970

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El día arrancó muy temprano para muchos habitantes de El Hierro, que se habían acostado con la importante noticia de la aparición de dos grandes manchas en el océano que evidenciaban erupciones submarinas. Al amanecer, el peregrinar de coches rumbo a las zonas más altas de El Pinar para observar este descubrimiento era enorme ya que no querían perderse el espectáculo. Hasta los que tenían que trabajar se daban un salto a Aguachicho para observar a lo lejos las manchas, pero muy cerca de este barullo de curiosos, dos veteranos herreños de La Restinga tenían la mente en otra cosa muy diferente: la cacería.

Muciano Armas y Domingo Ramón Gutiérrez habían quedado desde hace ya varios días para irse de cacería en busca de perdices y no variaron sus planes a pesar de la aparición del volcán submarino. «Yo incluso había pedido el día libre para ir con mi cuñado a cazar así que había que aprovecharlo», comentaba Domingo Ramón, un empleado de La Caja que durante muchos años se dedicó a la lucha canaria. «Me llamaban Domingo el herreño y bregué en equipos como el Gáldar o el Agüimes y ahora disfruto de mi isla y de sus encantos. Aquí tienes que entretenerte con lo que sea... pescar, cazar o ir a los bares cuando sales de trabajar, y por eso tengo como hobbie ir al monte a buscar piezas», comentaba mientras acariciaba a su perro llamado Turco. «Es un bretón español y tiene ocho meses, por eso hoy vamos a probar a ver si encuentra codornices».

Era el día más importante para Turco, aunque la principal atención del día no eran las perdices: «La verdad es que pasamos más tiempo mirando para el mar que buscando caza porque lo que hay en el agua es espectacular», afirmaba Muciano. Este herreño se dedica también al buceo en el centro El Tamboril y contaba que en el momento del desalojo, estaba bajo el agua. «Tenía un grupo de grancanarios empleados de Global y buceábamos en La Herradura. Cuando llegamos a puerto nos dijo el vigilante de la reserva que teníamos que salir corriendo porque nos habían evacuado. Fueron momentos de gran tensión». Tráfico. Mientras hablaban, muchos coches pasaban por el camino de tierra donde estaban aparcados. «Aquí no pasa nadie nunca y hoy parece un mercadillo. No hay nada como un volcán para que todo el mundo se acerque a El Pinar», bromeaba Muciano mientras Domingo el herreño ordenaba a su perro a buscar unas perdices que había visto tras una higuera. «Muciano, vamos a bajar a ver si hay algo», gritaba desde lejos para, ladera abajo, ver volar a dos piezas. Fue un visto y no visto. Un tiro cada uno y ya habían hecho el día. Y todo con el volcán como testigo.

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