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7 dragos, 7 islas

Domingo, 2 de diciembre 2012, 00:00

Siete dragos, siete islas, siete sueños, siete vidas; mar, viento, fuego, barrancos y cumbres, agua, sangre, historia. El Atlántico, firmamento de una cosmogonía isleña que se gesta en la plácida explosión de aromas y colores, modela en sus espumas, en el verde y grisáceo balanceo de sus aguas, un primer drago que florece con brillos de sol y luna. De la sal, de la mar, de la noche y el día crecen sus brazos hercúleos, florecen sus penachos afilados; arquitectura imaginaria para un archipiélago que emerge de las aguas, entre el rumor del viento y el bramido de los volcanes. Orbe sin tiempo, escenario inesperado donde la luz se fija para la eternidad, donde el viento, con su silbar en el intrincado ramaje de los dragos, compone las siete notas de todas las músicas; rumoroso mar archipielágico enfebrecido de silencios y clamores, de corrientes que son los brazos fuertes del gigantesco drago que enrama y aúna islas, islotes, enhiestos roquedales, que aglutina el pálpito milenario de siete espíritus insulares. En el fuego se deshacen las tinieblas, ataviadas del grácil lienzo de la luz; convulso génesis de una tierra donde el volcán es esqueleto de la silente y fértil ceniza que nadie conoce, ignoto y fecundo humus donde el drago, robusto y altivo, eleva su corona y entre sus brazos tamiza hilos de luces y sombras, armónico evocar de lava candente, de volátil y encendida lapilli, en la mirada atenta de siete planetas que darán nombre a cada uno de sus días. Barrancos y cumbres, antiguo imaginario de ignotas Hespérides; el drago se alza cual verdadero heraldo de la héptada de un archipiélago engalanado con los siete colores del arco iris. El agua clara, libre, impetuosa ó mansa, en la oscuridad profunda de los riscales, en la luminosidad de las escorrentías, canto y llanto de las tierras, se acuna en el regazo cálido del dragonal, donde cuidan de ella legendarias ninfas y guayarminas; el drago calma sed de siglos y clama en el misterio de siete sellos milenarios. Bajo la bóveda sacra de cada drago, altar fecundo donde la vida se encarna en sus brazos, la sangre fluye y se diluye en la tierra vivificándola. Sangre de drago, támaras, higos, orchilla, aullido de canes, el vuelo del alcaraván lleva a los cielos nubes de espumas, festín de siete islas, sarao de siete nereidas, con ademán gallardo y rico adorno. Ayer, hoy, siempre, la historia es un instante que se perpetúa en la memoria. Siete islas, siete dragos, pensamiento, espiritualidad, conciencia, sabiduría. De la noche de los tiempos al presente, devenir del archipiélago que tiene en el drago un tabernáculo de su historia, de su vida, de su esperanza. Cantemos la gloria del árbol-dragón, de sus gentes, de su isla; tiempos de mitos y fábulas, siglos para la ciencia. Extraño y majestuoso árbol-símbolo, Atlántida, Jardín de las Hespérides, Canarias, abrazo tricontinental, en la tierra que se crece con la mar. Sólo una mirada que recorre en libertad los entresijos del tiempo atlántico, el saber hacer de un artista polifacético que consagra todos los espacios isleños en la multiplicidad de su expresión, eterniza en la universalidad a un árbol que es ahora también manifiesto puro del arte como pensamiento, como debate entre el artista y quienes afrontan una reflexión ante su obra. De la isla y de la mar, de viento, agua y sangre, Sergio Gil ha modelado siete dragos, siete conceptos de isla, que con hondas raíces de tradición se insertan en la más anhelante vanguardia creadora. Sergio Gil, 7 dragos, santo y seña de 7 islas; en lo mítico y en la realidad expresión de una voz que, con el drago como cetro y como pluma, sólo desea exclamar: ¡Canarias!

Los siete Dragos de Sergio Gil han sido editados en una carpeta numerada que se ha puesto a la venta por el pintor.

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