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Costumbrismo en Canarias a finales del XIX (XI) La Palma MHB

Costumbrismo en Canarias a finales del XIX (XI) La Palma

Mario Hernández Bueno

Sábado, 18 de octubre 2025, 23:28

Mr. Edwardes cuenta sus impresiones sobre el pueblo de Tricias y antes de partir, por insistencia del guía, los dos expedicionarios marchan a ver un molino con tracción de bueyes: «…a las 5.30 de la mañana siguiente fuimos llevados a contemplar el molino» (…) «Aunque no logró impresionarme en exceso, el entusiasmo de nuestro guía era extremo. Para él, los molinos daban siempre la medida de la riqueza de los pueblos, por lo que cada vez que nos topábamos con un campesino en una remota región, su primera pregunta era relativa al molino más cercano y sus peculiaridades».

Campesino de la Caldera de Taburiente MHB

A medida que se acercaban a la Caldera de Taburiente se topaban con otros paisajes y otros paisanajes: «En el barranco de Garome, cerca de Puntagorda, hay una escarpada pared de roca volcánica, cuyas divisiones naturales ha sido convertidas en viviendas y almacenes. El cómo sus diversos ocupantes accedían a ellas era algo que nos intrigaba, ya que las puertas se abrían directamente sobre el profundo abismo». Y alcanzan la villa de Candelaria, que les decepcionó: «Habíamos retrasado el desayuno cuatro horas, esperando comerlo allí. Sin embargo, todo el pueblo reunido no pudo ofrecernos, sino con dificultad y tras una agotadora hora, más que un cesto de huevos, un poco de pan y un vino intragable. El sacristán de la iglesia, el alcalde y otros cuantos formaron tal lío en torno nuestro que, en el estado hambriento y acalorado en que nos hallábamos, nos resultó cruel y molesto. Ignorantes de si íbamos a ayunar o a ser alimentados fuimos llevados para adelante y para atrás, entre la iglesia y una oscura habitación que se nos había ofrecido.

Vecina de Los Llanos C7

Afortunadamente, teníamos nueces e higos en nuestras alforjas, ya que los hombres (guías) no habían sentido ningún reparo en coger y guardar toda la fruta que la buena samaritana nos había enviado la tarde anterior en el bosque» (…) «Seis peniques a beneficio de la Iglesia casi empañan con lágrimas de gratitud los ojos del fornido sacristán al aceptarlos. Aunque las gallinas abundaban, las monedas no hay duda que escaseaban. Desde Candelaria cabalgamos sobre rocas ardientes cuando el sol más apretaba acompañados por otro viajero. Se trataba de un terrateniente local, quien, muy cortésmente, se desvió de su camino para ofrecernos una hora de descanso en una de sus fincas. El arrendatario era un zapatero, que se ofreció ansioso a reparar nuestras botas cuando vio el lamentable estado en que se encontraban».

Los Llanos de Aridane MHB

Y alcanzan la Caldera, de la que hizo un tan extenso como laudatorio texto del que recojo: «En verdad, la Caldera frustra cualquier pluma o lápiz. Su inmensidad desafía al artista, y un escritor ha de estar inspirado para reproducir en otros el efecto que lucha por conseguir». El tan majestuoso accidente geográfico junto al Teide fueron los mayores atractivos de las Islas Canarias, para estimular a cultos viajeros, amén de las leyendas sobre los aborígenes.

La Caldera de Taburiente MHB

Descendieron por el barranco de las Angustias, atravesaron un río, pasaron por el borde del Timé y alcanzaron Los Llanos: «La segunda población de La Palma» (…) «ronda los 7.000 habitantes, quienes parecen vivir dichosos de la fruta y el gofio que tanto abundan» (…) «poseía una fonda, propiedad de un avispado comerciante» (…) «una casa deshabitada donde el ingenuo visitante es alojado. Y donde éste acabará preguntando si ha de alimentarse del mobiliario. Nos fueron concedidas unas buenas camas y unas cuantas pulgas, mas parecía difícil obtener algo de comer». Aunque la cena estaba anunciada para las seis, la sopa no les llegaría hasta las siete y media y: «…tras perturbar todo el vecindario con nuestras quejas» (…) «una rolliza cocinera entró volando en la casa oculta en los sabrosos vapores del guiso. La noticia de que los ingleses estaban a punto de ser alimentados corrió por las calles, por lo que uno a uno, los ciudadanos hicieron acto de presencia para contemplarnos y pasar un rato entretenido…» Resulta curioso saber que, para aquellas gentes pobres y aisladas, era un deleite ver comer a los extranjeros. Y una noche tuvieron que compartir el alojamiento con un carro lleno de campesinos y otras gentes- «Jugaban a las cartas, utilizando judías como fichas en la amplia antesala contigua a nuestro dormitorio. Una vez se hartaron de las cartas, toda aquella veintena de gente se tendió sobre las tablas del suelo, regalándonos con una serenata de ronquidos hasta que amaneció». Además, por los datos que facilita Mr Edwardes, también se alojaba o frecuentaba la fonda una mujer que los acosaba a todas horas.

Tuvieron los ingleses acceso a la finca de don Miguel de Sotomayor, pariente del ya mencionado marqués de Guisla (Van de Valle). Don Miguel era dueño de la Caldera y su cercana finca, todo un jardín de aclimatación, les fascinó: cañas de azúcar, plataneras, naranjos, tabaco y papas. Además, don Miguel los convidó a su aguardiente, un brebaje que les causó molestos ardores de estómago.

Regresaron a la capital palmera y Mr. Edwardes anotó: «Nada más instalarnos en la sofocante capital, la letargia local nos invadió de nuevo, por lo que los últimos seis días en la isla los dedicamos prácticamente a comer y a beber, a bañarnos y a conjurar un barco para que apareciera». A su regreso se habían visto obligados: «…por respeto a nuestra propia salud, a abandonar a Don Pedro y a su extraordinaria mujer. Los olores de su hotel» (que no había sahumerio que los acallase) «eran francamente insoportables. Además, la habitación que nos había dado carecía en exceso de intimidad para nuestra sensibilidad inglesa».

Santa Cruz de La Palma MHB

«Acerca del otro hotel» (…) «no hay mucho que decir. Su propietario no cabía en sí de gozo ante nuestra preferencia por su establecimiento. Fuimos los huéspedes de honor en su comedor. Lujos tales como leche recién ordeñada y bizcochos antes del desayuno o chocolate a altas horas de la noche, nos fueron amablemente concedidos. Todos nuestros razonables deseos se volvían órdenes. Su gratitud y bondad de corazón llevó al buen hombre a mostrarnos las dependencias privadas de su establecimiento, allí donde fabricaba jabón con vetas azules y sin emplear ingredientes malolientes. Aquí pagamos tres chelines y cuatro peniques al día, a la vez que aumentábamos de peso con cada hora que pasaba. También aquí, después de tres largas semanas en La Palma, conocimos al patrón de un barco de pesca que pensaba partir rumbo a Tenerife tan pronto como acabara su desayuno. Se trataba de un barco pequeño y limpio, y fuimos bienvenidos como pasaje». Y tras llegar a Tenerife, Mr. Edwardes comenzó a organizar un viaje a Gran Canaria.

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