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Costumbrismo en Canarias a finales del XIX (X) La Palma MHB

Costumbrismo en Canarias a finales del XIX (X) La Palma

Resulta revelador como aquellas gentes en situación de penuria se asían de una oculta sensibilidad para encontrar y gozar, por ejemplo, del aroma de unas galletas María en el gofio recién molido

Mario Hernández Bueno

Sábado, 11 de octubre 2025, 23:23

El hacendado que les dio cobijo, «un buen hombre», no les dejó descansar. Se los llevó a pie casi tres kilómetros para mostrarles: «…lo mejor que había en los Sauces», que no era más que un molino de agua. «El molino alegremente molía gofio para las amas de casa, quienes, una vez obtenían sus medidas, se apresuraban a sus hogares para comerlo antes de que el aroma se desvaneciera.

San Andrés y Sauces MHB

Patatas y cebada abundaban en la zona, sin embargo nuestro anfitrión se lamentaba de la escasez de dinero. Todo el mundo tenía suficiente para comer, esto lo admitía, pero desde el declive de la industria de la cochinilla ya no les quedaban exportaciones lucrativas, salvo un poco de vino para Cuba e Inglaterra».

Antiguo molino de La Palma MHB

Resulta revelador como aquellas gentes en situación de penuria se asían de una oculta sensibilidad para encontrar y gozar, por ejemplo, del aroma de unas galletas María en el gofio recién molido. La cultura popular se conformó así y poco a poco la rústica Cocina popular consiguió platos singulares. El recio Mojo colorado es el idóneo para bañar al espartano Sancocho y ambos se equilibran con una pella de gofio amasado con algo de azúcar o, si no se podía el dispendio, plátanos muy maduros. Y así lo abrazamos hoy tras cientos de años.

San Andrés y Sauces MHB

El Caldo pescado, otro plato de ebullición, requiere de un mojo suave en ajos y, por lo tanto, su gofio, escaldado, no necesita edulcorantes. Se acude al encebollado para endulzar las «jareas» de viejas; se incluyen uvas pasas en el potaje de garbanzos o supo sustituirse las carísimas especias por humildes yerbas como orégano, tomillo, cilantro…

Potaje de garbanzas con sus uvas pasas MHB

Con berros y con jaramagos silvestres se crearon potajes estupendos… El Caldo millo, plato, vegetariano, genial, solo lleva, como saborizante, cilantro. Yerba que trajeron a Canarias los colonos portugueses y estos, a su vez, la habían abrazado durante sus andanzas por el sureste asiático en la búsqueda de especias.

«Las especias» de la Cocina popular MHB

«Caldo» es acepción portuguesa para designar a ciertos platos de cuchara que no llevan carne: Caldo papas, Caldo macho, Caldo de huevos, Caldo de leche, Caldo de queso, que luego triunfó en Cuba… El estudio de estos asuntos, pura Etnografía alimentaria o su derivada, la gastronomía, nos hace concluir que el humano trató siempre de hallar un placer más allá de la simple ingesta de alimentos. Y el jocundo de Julio Camba aseguró que hasta los perros están en el «ajo», pues es el mejor amigo del hombre solo porque le gusta la comida cocinada.

El celebrado potaje de berros MHB

En otro orden, la cochinilla y los apartamentos turísticos han sido los monocultivos más socializados. El canario aumentó su renta gracias a uno o varios de esos inmuebles y, en el XIX, el pobre diablo que poseía un cacho de tierra plantaba tuneras y gracias a ese bichito, que se había traído de Guatemala, mejoró su triste existencia. La cochinilla, no tuvo uso alguno en las Islas, se exportó. La adquirían Olida para colorear su Corned beef, Campari para la bermeja bebida o las mejores firmas de cosmética francesa para sus lápices de labios. Después algún químico inventó las anilinas y se acabó la fiesta.

Durante el tortuoso camino, que llevaría a los dos expedicionarios a la Caldera de Taburiente fueron afortunados: «…ya que después de un rato escuchamos el tintineo de los cencerros y vimos (…) un rebaño caprino y una pareja de muchachos cubiertos con largas capas blancas. Los chicos estaban tan asustados que contestaban: «Sí, señor», a todas nuestras preguntas. Sólo cuando comenzábamos a alejarnos, el más atrevido de los dos nos dio algunos consejos con voz estentórea».

Y continúan el penoso itinerario hasta que les llega una poética ayuda: «…en aquel resplandor de cuento de hadas adoptando la forma de una rica dama que viajaba a su casa desde una población distante, acompañada de su doncella. Era una mujer alta y elegante, de unos treinta años, y llevaba su negro y lustroso cabello arreglado en dos gruesas coletas que le llegaban a la cadera. ¡Cuánto interés mostró hacia nosotros! ¡Y cuántas veces invocó a la Virgen al escuchar el relato de nuestras aventuras aquel día! Nos habíamos alejado millas del camino correcto, por lo que en lugar de hallarnos en las cercanías de Garafía, nos encontrábamos a media hora de Tricias, un pueblo situado mucho más al oeste de la isla.

Hacia Tricias, por consiguiente, nos dirigimos, esperando que la luz durara hasta que divisáramos sus casas. Nuestra señora, sin embargo, no nos iba a permitir partir tan bruscamente. Tuvimos que esperar en medio del bosque mientras ella y su doncella se apresuraban a su casa, situada detrás de una pendiente, y aceptar lo que nos iba a ofrecer. Al poco rato llegó el presente: una garrafa de vino, platos, servilletas, higos, nueces y almendras. Y mientras comíamos y bebíamos, las dos almas caritativas permanecieron en lo alto de la colina agitando sus pañuelos».

Una familia de Garafía MHB

Ya en Tricias fueron alojados «…en toscos aunque acogedores aposentos. El molinero del lugar nos recibió en su casa. Un pequeño edificio adyacente de piedra sin trabajar, tanto por fuera como por dentro, nos sirvió de dormitorio. Los dos camastros en esta ventilada cámara nos hicieron sentir como reyes. Después de ayudar a nuestra nerviosa anfitriona de manos temblorosas con los preparativos de la comida, cenamos entre las cajas, cofres, pieles de oveja, cuchillos, hachas y toda clase de objetos que amueblaban el cuarto de estar familiar. La única agua disponible era de color marrón y provenía de un enorme estanque junto a la casa. A pesar de las pulgas, la temperatura de 42º, el asfixiante humo que invadía la habitación procedente del fuego de la cocina, y el llanto del bebé de nuestro anfitrión, logramos dormir profundamente aquella noche en Tricias».

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