Costumbrismo en Canarias a finales del XIX (VI)
El sustento diario para semanas de travesías solía ser una enorme pella de gofio amasada con miel a la que se añadían almendras, higos pasados y cachos de queso picón
Mario Hernández Bueno
Domingo, 7 de septiembre 2025, 00:38
Era Jueves Santo y antes de abandonar Güimar se le ocurrió a Mr Edwardes meterse en una procesión, con lo que se percató de que los guimerenses eran los religiosos más fanáticos de Tenerife: al pasar a su lado la Virgen y Jesús le dio por tocarse el sombrero e inmediatamente los asistentes montaron una trifulca que, muy probablemente, se acrecentó tras saberse que era un extranjero. Un hereje: «Hice mal, no lo dudo, al olvidar donde me hallaba, pero lamento tener que admitir que los gritos discordantes, insolentes, incluso agresivos de los espectadores no lograron más que irritarme».
Fue Mr Edwardes sometido por la multitud: «a toda clase de burlas, insultos y amenazas…». Y ya en el camino hacia Candelaria paró en una humilde venta tan llena de moscas como de niños: nueve. «Y todos míos», confesó la mujer que regentaba el local.
«En Tenerife cuesta poco mantener una gran familia. El gofio es el principal alimento, como en los tiempos de los guanches. Se consume en seco y a bocados, con vasos de vino o agua para ayudar a bajarlo, o bien se hace una pasta previamente y así es injerido, y si el campesino puede permitirse el lujo se mezcla con miel, leche o café. Para el que no esté acostumbrado al gofio no hay nada que provoque más fácilmente la muerte por asfixia. Sin embargo es un nutriente que satisface a los canarios. Ellos son capaces de caminar todo un día con el único sustento de un par de puñados de gofio».
Y he de añadir que hasta hace unos años los campesinos pobres hacían 'ralas' de gofio con infusiones de pasote (epazote, yerba de origen americano traída a Canarias por emigrantes, la Dysphania ambrosioides) y yerbaluisa o hierba luisa (originaria de Suramérica, donde tiene un papel medicinal, la Aloysia triphyla). Así se hacía, al menos en Mogán hasta los pasados años 60.
Sobre el gofio, en mi libro La Cocina en Gran Canaria. De sus llamas, brasas y cenizas, recojo que: «El interés por las harinas, por el gofio, daría pie a que los aborígenes buscasen en cualquier semilla su esencial fuente alimenticia; los cronistas anotaron cómo obtenía gofio a partir de semillas de helechos, llamado 'estremo' o 'tacamija'; posteriormente, será de habas, chochos, cosco, plátanos y, sobre todo, en la postguerra civil del 36, de garbanzos y de una planta silvestre autóctona, que se da cerca del mar: la barrilla canaria (Mesembryanthe crystal), que da un gofio conocido como de vidrio por el brillo que presentan sus semillas. Pero tales recursos tampoco se han de tener como una singularidad canaria. Don Esteban Boutelou dejó anotadas, en La Enciclopedia Moderna, una serie de preparaciones harineras que dividió en siete modalidades: de cereales, de granos de varias gramíneas de raíces, de simientes leguminosas, de simientes oleosas, de frutos de varias especies y de cortezas.
El gofio fue, asimismo, un alimento imprescindible en las legendarias travesías a América durante la mencionada postguerra. Emigraciones clandestinas que utilizaron las jabegas para la pesca de altura en 'la Costa' (sahariana) capitaneadas por rústicos patronos, muchos de ellos analfabetos. El sustento diario para semanas de travesías solía ser una enorme pella de gofio amasada con miel a la que se añadían almendras, higos pasados y cachos de queso picón (muy curado). Diariamente se cortaba una porción y con algo de vino o pizca de ron o agua de tonel se cubría la jornada».
Hasta la división política del Archipiélago se ha distinguido por el empleo de un tipo de gofio: el de trigo imperaría en Tenerife mientras que el de millo (maíz) lo haría en Gran Canaria. Y así como un trigo rústico, traído por los primeros habitantes, los aborígenes, desde el norte de África, fue sustituido por el de los conquistadores, el millo llegó de América a Gran Canaria en una fecha que, especulando, el historiador José Miguel Alzola sitúa en 1611. Este y otros asuntos se recogen en un estupendo libro, El millo en Gran Canaria, en el que el admirado y llorado intelectual se lamenta de que no pudo estudiar los legajos del Archivo de Contaduría de la Catedral de Las Palmas de G.C. por encontrarse atados.
Opino yo que la llegada del millo debió de ser bastante antes. En la obra Cartas desde la isla de Tenerife e Indias Occidentales, de 1560, al hacer referencia de las notas del capitán de marina Dampierre, P. Kinderley anota que: «La isla es abundante de trigo, cebada, y maíz, que se transporta muchas veces a otros países». No hay que olvidar que el millo fue uno de los alimentos más comunes en el Caribe cuando en 1492 llegan los españoles.
Y siguiendo los pasos de Mr Edwardes, al pasar por la zona entre Güimar y Santa Cruz se sorprende de lo escasamente poblada. Salvo alguna iglesia o ermita. Y hace el siniestro relato: «Nos cruzamos con dos o tres viejas iglesias o ermitas, situadas a considerable distancia entre sí, lo que explicaba la presencia de un féretro negro y amarillo en una grieta entre las rocas cercanas a la carretera. El féretro contenía un cuerpo bajo la desencajada tapa, descomponiéndose rápidamente debido a la cal que lo cubría. Probablemente no quedarán de él más que los huesos cuando llegue el momento de enterrarlo, o quizás lo que se pretende es evitar su entierro en suelo sagrado».
Tras el macabro descubrimiento llega a Santa Cruz, en donde experimentará alguna que otra desventura.