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Costumbrismo en Canarias a finales del XIX (II) MHB
Coma y... punto

Costumbrismo en Canarias a finales del XIX (II)

Los canarios cuanto más pobres más arraigado tenían el sentido de la hospitalidad cristiana

Mario Hernández Bueno

Sábado, 2 de agosto 2025, 21:14

Uno de los problemas con los que se encontraron los viajeros fue descubrir lugares donde comer y hospedarse. Esos personajes, procedentes de Francia, Italia, Inglaterra, Suecia, Alemania, Austria… o Norteamérica, se las vieron y desearon para encontrar esos lugares en sus expediciones. Una solución fue la carta de recomendación: misiva de un personaje para ser entregada a otro destacado de la sociedad isleña con el ruego de que se atendiera al portador. En algunos casos, el receptor, cuando lo había, podía ser el cónsul. Hubo ventas y fondas, que malamente dieron catre y comida, y finalmente, en el siglo XIX, aparecerán hoteles deslumbrantes.

Y hubo viajeros que se aventuraron a llegar, tras atravesar andurriales, a caseríos y villorrios a la buena de Dios. Incluso de noche y sin saber si encontrarían una mísera venta o una fonda aunque fuere cochambrosa. Pero los canarios cuanto más pobres más arraigado tenían el sentido de la hospitalidad cristiana. No pocos fueron los viajeros que dejaron constancia con asombro de la generosidad del isleño. La recopilación de las anotaciones daría para pergeñar un libro entrañable.

Puerto de Santa Cruz a finales del XIX MHB

Al comentar Mr Edwardes el asunto del hospedaje dice que Tenerife es ideal para el turismo, sobre todo de salud, en detrimento de la más húmeda Madeira. Sin embargo advierte que: «¿De qué serviría este admirable clima al convaleciente si no contara con hoteles que le ofrecieran las comodidades de las que su salud también depende, tanto como del clima? En una de las frecuentes ventas podría conseguir un camastro, una grasienta dieta de escasa variedad, y la compañía de innumerables pulgas. Por ello, no es de extrañar que el sufrido paciente prefiriera evitar Tenerife antes que aceptar estos males como parte de su curación».

El libro sobre Canarias de Charles Edwardes MHB

Y así, como otros probos británicos -tal y como el periodista Isaac Latimer y después su hija France con sendos libros magníficos-, Mr Edwardes fue uno de tantos impulsores del Turismo en Canarias. El prolijo y admirado historiador orotavense, Nicolás González Lemus, ha dejado varios volúmenes imprescindibles para conocer esa parte, tan interesante, de la Historia «menor» del Archipiélago. En concreto, «El Turismo en la Historia de Canarias».

El libro imprescindible sobre la Historia el turismo en Canarias MHB

De las críticas que vertió sobre los establecimientos hosteleros salvó, obvio, al «Gran Hotel de La Orotava-Sanatorio y Casa de Reposo», inaugurado un año antes, en 1886, que acogió a huéspedes pudientes. Muchos de larga estancia. La mayoría fueron británicos, quienes, junto a sus compatriotas residentes, con una activa vida social, pudieron disfrutar del ocio más civilizado: conciertos privados, pequeñas obras de teatro, campeonatos de bridge, cricket… Como en su tierra. La capital del Imperio.

El Orotava Grand Hotel inaugurado en 1886 MHB

Mas en un coche a caballos llegó Mr Edwardes a una fonda en La Matanza. Había varias, y asegura que eran las mejores de la Isla merced a la competencia. Se alojó en la mejor, «La Matanza», de cuya patrona dijo que: «es una excelente profesional», y relató la minuta que le ofrecieron: «… ragú de huevos (sic), carne y caldo, que en Tenerife hace las veces de sopa campesina. Los filetes de buey, las chuletas de cabrito, el pollo, los dulces (galletas y otras azucaradas golosinas) y los plátanos, higos, naranjas y manzanas, se sucedieron unos a otros como los vagones de un tren». Narración que no nos permite saber si era un sibarita, un gourmand, pues hace mención de algún plato, sin interesarse por sus nombres e ingredientes. De lo que deduzco que aquella «carne y caldo» pudo ser el Puchero.

Fonda «La Matanza» a finales del XIX MHB

Dos cosas que mucho le desagradaron fueron los mendigos que se apostaban a la puerta de la fonda y las nubes de moscas que le perseguían por doquier. Pero todas las malas experiencias las olvidó al llegar al Puerto de La Cruz, al que consideró «un lugar incomparable». Anota su paso por la Finca La Paz »…que fue donde Von Humboldt pernoctó un día», y menciona el campo de cricket…

El Puerto de la Cruz a finales del XIX MHB

En el hotel se muestra, sin embargo, un gourmet y dedica a los vinos de la carta del comedor una crítica. Admirador de los vinos tinerfeños, escribe: «Como pura cuestión de forma, la carta incluía dos o tres variedades de vinos tinerfeños…».

Calle San Juan del Puerto de la Cruz MHB

Sin embargo dejó ver que también apreciaba la buena comida, pues de la fonda que contratará luego en Icod dirá: «… la comida española es excelente…». Cosa extraña de la boca de un inglés. Y antes de seguir la ruta por la Isla se quejó de la mala conducta de los guías. Servicio necesario para recorrer sin sustos territorios silvestres, a veces inhóspitos, por donde no se vislumbraba gentes ni caminos. Y así, un tanto enojado, despidió al viejo Lorenzo y contrató a José, un muchacho todavía si malear.

Los guías eran necesarios para explorar las Islas MHB

Se hospedó en Icod en una fonda situada en la Plaza de la Constitución y quedó satisfecho con el recibimiento de la patrona; al punto de declarar: «es mucho mejor que el de otros hoteles españoles». Apuntó que el negocio lo combinaba con una tienda de comestibles y que la hija estaba estudiando francés. Madre e hija vislumbraban el boom turístico que llegaba. Mas se equivocaron al elegir lengua. El inglés pronto sería una carrera.

Es fácil apreciar el gourmet que anidaba en el personaje: «Finalizada la escena, bajamos a cenar. Los comensales eran escasos aunque corteses, la comida española fue excelente y el vino de las mejores cosechas locales. Me tocó a mí resolver una disputa sobre los méritos comparativos de los vinos españoles e ingleses. Un caballero entrado en años manifestó su sorpresa al descubrir que su defensa de los caldos ingleses, los cuales confesaba nunca haber probado, había sido completamente en vano. Probablemente creyó que la pálida cerveza de Burton, a la venta en todos los comercios de Canarias, provenía de una clase de uva británica».

Tras alguna anécdota Mr Edwardes continuó con las exploraciones, pero con un guía más. Ya le contaré.

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