Todo comenzó en el País Vasco
Seis amigos, un destino y tres noches dieron lugar a increíbles viajes gastronómicos
Todo comenzó en 2013. Berto se casa por sorpresa, sin avisar a nadie, lo que nos dejó sin margen de reacción para hacerle un regalo o, lo que es aún más grave, organizarle una despedida de soltero. Pero como todo tiene solución, celebramos su despedida meses después de la boda. El destino elegido fue San Sebastián. Éramos seis amigos que organizamos un viaje de tres noches. Desde entonces, hemos mantenido la tradición de hacer un viaje gastronómico anual, sumando ya doce ediciones. El destino más repetido: el País Vasco.
Estrellas y '50 Best'
Cada viaje gira en torno a la visita a un gran restaurante —con estrellas Michelin o incluido en la lista de los 50 Best—, complementado con paradas en otros templos gastronómicos. Durante la comida principal, se vota el destino del año siguiente.
Nuestra primera incursión al norte fue para visitar Mugaritz, el restaurante vanguardista liderado por Andoni Luis Aduriz.
En ese viaje también descubrimos el Bar Néstor, con su famosa mesa 19 en el casco antiguo de San Sebastián. Verduras frescas (¡qué tomate!) y chuletón. Néstor nos contó que cada día preparan solo dos tortillas de papas: una la saca a las 12:00 y otra a las 20:00. No pudimos probarla, pero al menos nos ofreció un Carta de Oro. Nos contó que hizo la mili en Las Palmas y guarda un magnífico recuerdo de la ciudad.
También visitamos Asador Astillero, en Getaria. Un espectáculo de materia prima maravillosamente ejecutada, donde destaca la brasa con la que cocinan sus pescados. En esa ocasión, el protagonista fue el besugo.
El colofón del viaje fue la visita a Mugaritz, ubicado en las afueras de San Sebastián. Su sala es casi diáfana, con mesas redondas y la decoración en madera crean un ambiente sobrio, elegante y natural, en sintonía con la filosofía del restaurante. Afuera, Andoni cuida un huerto ecológico donde cultiva ingredientes poco comunes, que no solo abastecen parte de la cocina, sino que también reflejan su compromiso con la sostenibilidad y la creatividad.
Era nuestro primer viaje, así que pueden imaginar la emoción de visitar nuestro primer grande, con un menú degustación de altura. Recuerdo perfectamente uno de los platos más espectaculares que hemos probado en estos 13 años: el Bloody Mary. Un trozo de tomate en el centro de un gran plato que sabía intensamente a la famosa bebida. Al terminar los postres, se votó por unanimidad el destino de 2014: El Celler de Can Roca. Pero eso lo contaré en otra ocasión.
Nuestra segunda visita al País Vasco fue en 2016, con el objetivo de conocer un restaurante que por entonces estaba ganando gran fama: Azurmendi.
La primera noche cenamos en Goizeko Izarra, donde, como no podía ser de otra forma, pedimos un chuletón que estaba riquísimo.
También visitamos ese año Etxebarri, un lugar que me resulta especialmente emocionante. Ubicado en el pequeño pueblo de Axpe Achondo, se encuentra en un caserío del siglo XVIII reformado, rodeado de un entorno natural impresionante, a los pies del monte Anboto. Para que me entiendan: donde vivía Heidi con su abuelo. Lo mejor: no había ni cobertura móvil. El paraíso.
Su exterior es rústico y sobrio, con muros de piedra, tejado a dos aguas y detalles en madera que conservan el encanto tradicional vasco. No hay ostentación: la sencillez del edificio refleja la filosofía del chef Bittor Arginzoniz, centrada en el producto y el fuego. La comida, tan sencilla como única: todo a la brasa. La mantequilla, los entrantes, los mariscos, pescados, carnes y postres. Todo. Me quedo con tres platos en el top: el queso de búfala servido templado, ligeramente ahumado, con textura cremosa y sabor delicado, acompañado de pan artesanal; las gambas de Palamós, más brasa; y el besugo. Una maravilla. Dije tres, pero no puedo dejar fuera el espectacular flan, también a la brasa.
El viaje se completó con la visita a Azurmendi, del chef Eneko Atxa, una joya de la alta cocina vasca con tres estrellas Michelin, ubicada en Larrabetzu (Vizcaya). Es reconocido no solo por su cocina, sino también por su compromiso con la sostenibilidad, la innovación y el entorno natural. El restaurante está integrado en un edificio vanguardista con paredes de cristal, jardines verticales, huertos ecológicos y el mayor banco de semillas del País Vasco.
El menú se desarrolla en varios espacios: cocina, invernadero y sala. Recuerdo una crema de millo increíble.
No hay dos sin tres
Nuestra tercera incursión en el País Vasco fue en 2018. El destino principal: Nerua. También visitamos Porrue y repetimos en Etxebarri.
Porrue me sorprendió por no tener más fama. Ubicado a escasos metros del Museo Guggenheim, es una joya conocida por su enfoque en el producto de temporada y de proximidad, con una cocina que fusiona la tradición vasca con toques creativos y modernos. El chef Unai Campo se ha especializado en cocina a la brasa y productos frescos de temporada, en pleno centro de la ciudad. Recuerdo los percebes a la brasa. Ya me puedo morir.
Lo de Nerua fue un auténtico festival. Está ubicado dentro del Museo Guggenheim Bilbao, y nos sentamos en una maravillosa mesa redonda frente a un ventanal con vistas a la ría y a la gran Mamá araña. El restaurante es una referencia de la alta cocina contemporánea en España. Dirigido por el chef Josean Alija, Nerua destaca por su enfoque en la cocina local, estacional y creativa. Su nombre proviene de la antigua denominación latina de la ría del Nervión. Su cocina se basa en el respeto por el producto, la temporalidad y el entorno.
Y hasta aquí Pais Vasco. Ya les contaré sobre el segundo destino más visitado: Italia.