El Alcohol, ¿Brindamos o no?
Pasana Health ·
Siempre que estoy en alguna reunión o fiesta sale esta pregunta, ¿Una copa de vino es sana o no?Si alguna vez has brindado con vino creyendo que 'una copa al día es buena para el corazón', este artículo es para ti porque vamos a valorarlo todo. Hablemos claro, con ciencia y un toque de humor molecular: ¿qué ha pasado con el alcohol desde que era un fermento noble hasta convertirse en el saboteador silencioso de tu hígado y tu cerebro? y ¿dónde están las cualidades?.
De los fermentos sagrados a los shots del viernes: lo que tu genética y tu hígado realmente piensan de esa copa a veces 'inofensiva'.
De poción ancestral a elixir engañoso
Antiguamente, el alcohol era más que una bebida; era un símbolo de conexión, celebración y hasta medicina. Los antiguos egipcios fermentaban cerveza como si fuera parte de la pirámide alimenticia, y los griegos lo consideraban un regalo de Dionisio. Pero aquí va la primera sorpresa genética: nuestros ancestros también tenían enzimas más activas (como ADH y ALDH) adaptadas a esa baja concentración alcohólica. En otras palabras, el cuerpo sabía qué hacer con ese vino casero.
Hoy, la historia es diferente. Las bebidas actuales han evolucionado, sí, pero no como quisiéramos. En lugar de fermentar lentamente, muchas están hiperdestiladas y contienen aditivos que hacen que tu hígado diga: ¿Esto qué es y por qué viene tan seguido?.
Tu hígado: el detox que nunca pediste
Cuando tomas alcohol, tu hígado tiene que improvisar una operación de emergencia. Primero activa la enzima alcohol deshidrogenasa (ADH), que convierte el etanol en acetaldehído, un compuesto tan tóxico como el villano de una película. Luego llega la aldehído deshidrogenasa (ALDH) para convertirlo en acetato, que, aunque menos malo, sigue siendo como dejar que el primo incómodo se quede a dormir en tu sofá metabólico.
El problema es que este proceso genera radicales libres y estrés oxidativo en tu cuerpo. Y si bebes con regularidad, la acumulación de grasa hepática, la llamada esteatosis, puede transformarse en hepatitis alcohólica, y eventualmente en cirrosis. ¿Te suena trágico? Lo es. Según Annals of Translational Medicine, hasta el 35 % de los bebedores regulares muestran daño hepático avanzado y casi sin que te percates de esto y sin resaca.
¿Y el cerebro? También pide un trago de cordura
El alcohol no se limita a dañar tu hígado; llega al cerebro en apenas 5 minutos debes de beberlo. Ahí, altera tus neurotransmisores como si estuviera de fiesta en tu sinapsis. Pero todo esto no lo digo yo, estudios publicados en Frontiers in Neuroscience confirman que el consumo crónico reduce la materia gris, altera la estructura neuronal y puede desencadenar deterioro cognitivo, demencia relacionada con el alcohol (ARD) y hasta la acumulación de placas beta-amiloides, las mismas que se asocian con el Alzheimer.
¿La explicación genética? Una combinación de neuroinflamación, deficiencias en vitaminas B (como la tiamina y el folato) y un suministro energético desviado hacia el acetato. En resumen: el cerebro pasa de usar glucosa, una parte de su gasolina para echar a andar, a un combustible barato y tóxico.
¿Existe una dosis segura?
Aunque se suele decir que una copa de vino tinto al día puede tener beneficios cardiovasculares (por el resveratrol, te estoy mirando), la evidencia más reciente cuestiona esa narrativa. Estudios del Journal of Neuroinflammation sugieren que incluso en pequeñas cantidades pueden tener efectos negativos acumulativos. La clave aquí es la palabra acumulativo, como esas suscripciones que olvidaste cancelar y te están vaciando la cuenta bancaria de forma silenciosa y sin que te des cuenta.
Si vas a beber, hazlo como si fueras un sommelier nutrigenómico: con respeto, consciencia, y sobre todo, en dosis que no hagan que tu cuerpo saque la bandera blanca. Hablamos de un máximo de una copa ocasional, acompañada de comida rica en antioxidantes, magnesio y colina (yema de huevo y rúcula).
Nutrientes que hacen de guardaespaldas
Aquí como siempre te doy algún truco para acompañar con esa copa. Tu genética puede predisponerte a metabolizar mejor o peor el alcohol, pero hay nutrientes que te echan una mano (aunque no hagan milagros). Aquí algunos:
• La Colina: protege la membrana de las células hepáticas. Algunas fuentes: hígado de res, huevo.
• El Magnesio: calma el sistema nervioso y el hígado. Fuente: almendras, espinaca.
• El Cardo mariano: no es magia herbal, pero ayuda a regenerar hepatocitos (Regenera tu hígado).
• Las Vitaminas del complejo B: las primeras en agotarse con el alcohol. Algunas fuentes: vísceras, hongos, aguacate.
• La Vitamina C: antioxidante natural y te cuida frente a ese estrés oxidativo. Algunas fuentes: pimientos, cítricos, perejil.
Ojo, estos no convierten tu cuerpo en una zona libre de Hannover. Solo suavizan el golpe, como un buen colchón tras una caída.
Entonces… ¿Brindamos o no?
No se trata de satanizar el alcohol, sino de entenderlo como lo que es: una neurotoxina socialmente aceptada con cierto encanto químico. Beber o no beber es una elección personal, pero si decides hacerlo, hazlo con la información genética y científica en mano. Porque tu cuerpo no tiene botón de 'reset', y tu hígado no es un mártir silencioso, aunque lo parezca.
¿Mi consejo de nutrigenetista con buen humor y pocas resacas? Brinda con agua con gas con toques de alegría (a mi me gusta en copa de balón con hielo, cítricos y mucha creatividad), baila más de lo que bebes y recuerda: la verdadera fermentación que necesitas está en tu microbiota.