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Vestidos de negro riguroso, catorce chicos y una chica esperan de pie contra un muro, con el autobús verde de Vox de fondo. Son vigilados por la Policía Nacional, que acordona la zona con furgones en todas las entradas, entre dos y siete por boca de calle, y agentes con equipo antidisturbios. Cerca de la Plaza Adolfo Marsillach de Parla los uniformados interrogan a los más jóvenes. No les dejan continuar su camino,si tienen alguna prenda oscura. ¿Sois simpatizantes?, le preguntan a un par de ellos.
En la plaza de esta ciudad de faz obrera hay unas 300 personas que esperan a Rocío Monasterio y Santiago Abascal. Para crear ambiente de fiesta suenan canciones de Radio Futura, Los Rodríguez, Hombres G. Hay vendedores ambulantes de banderas españolas y pulseras a juego. Tres euros por las primeras, dos por las segundas. En dos carpas de Vox, con el lema de «Sin miedo a nada ni a nadie», reparten gratis también globos, carteles y tazas.
Hay jóvenes, familias con niños, grupos de adolescentes, parejas de mediana edad, un chico con las alas de Ramos dibujadas en el cuello, personas mayores, grupos de forzudos rapados y tatuados en camisetas. «Vamos para adelante, ¿no?», se escucha entre unos adolescentes. Todos con mascarillas, algunas de Vox y otras quirúrgicas. Aminora la música y se oye un grito: ¡Viva España! ¡Viva!, responden algunos ¡Viva el rey! La gente se anima: ¡Viva! ¡Viva la Policía Nacional! ¡Viva! Aumenta el volumen otra vez. «Estoy aquí por los valores, por razones morales y económicas», asegura Javier, recepcionista de 20 años. «Se está creando un país de conflictos por el Gobierno». A su lado, un amigo invita a otro por el móvil: «Vente aquí, que hay espacio».
A la hora convenida la música cambia radicalmente. Del pop ochentero a un jingle casi marcial que renueva unos «¡vivas!» improvisados. En una van Volkswagen azul oscura llegan Abascal y Monasterio. Cuando él se baja del coche, un vendedor ambulante grita: «Que viene el jefe», pero nadie festeja la gracia. El momento es solemne. Banderas y móviles en alto le dan la bienvenida. La luz del atardecer que se cuela entre los edificios iluminan su llegada como en un plató cinematográfico. «Presidente, presidente», le gritan a él. Aunque va de inmaculado blanco, el público no repara en ella hasta que el presentador grita: «la futura presidenta de la Comunidad de Madrid». «Tengo un mensaje para Pablo Iglesias: cierra la puerta al salir», empieza la candidata. Acusa a la izquierda de traicionar, expoliar, amordazar, fomentar la inseguridad, el yihadismo, los okupas.
Ha llegado más gente. «Pero no llegan a 400», calcula Anastasio Maroto, un jubilado que vive en Parla «desde hace 60 años». «Vox es una alternativa al futuro, si no cambian. Para el Gobierno de España con el tiempo». Con otro enardecido «¡viva!», Monasterio cede el paso a Abascal, que se adueña del mitin. En el paisaje sólo hay una disidencia. En un balcón cuelga un pabellón con un cartel: «Nuestra bandera no cubre el odio que tiene Vox».
La gente aplaude cuando Abascal dice que las amenazas de muerte «apestan a montaje». Un hombre de rostro colorado simula tocar la trompeta del regimiento y un policía lo regaña y calla. Los clímax colectivos llegan con frases como «Vox defiende la patria». Cuando Abascal termina de leer un largo listado de afrentas, se acuerda de su candidata: «Rocío Monasterio ha demostrado que es de las mujeres más valientes que hay». De su entorno sale un tímido coro: «¡Presidenta, presidenta!».
«¡Viva España! Cerramos dando las gracias como Dios manda, escuchando el himno nacional», exclama el líder de Vox. Monasterio y Abascal se retiran con rapidez. Un helicóptero sobrevuela la zona. Los antidisturbios bloquean un par de salidas. Una vecina explica que están tirando piedras cerca. «Porque no saben hacer otra cosa». Diez minutos después, tres policías con los extensibles persiguen a un grupo de chicos que huyen. Detrás de los agentes, una chica con la bandera en la mano les acusa: «estaban por aquí», y avanza para cerciorarse que se han ido.
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