«Me levanto cada mañana con ganas de subir montañas»
De vuelta a Gran Canaria para ofrecer una conferencia, tuvo tiempo para escalar el Roque Nublo con su amigo Javier Cruz. Es el sexto del mundo en ascender las 14 montañas de más de 8.000 metros y el primer español en conseguirlo. Historia viva de este deporte, reconoce el miedo que ha llegado a sentir y destaca la suerte que ha tenido para poder contarlo.
— Sexto del mundo en ascender los 14 ochomiles (montañas de más de 8.000 metros) y primer español en conseguirlo, sin oxígeno artificial, el 29 de abril de 1999. Solo hay que echar un vistazo a su currículum para ver que es usted una eminencia en este deporte, casi nada.
— Pues de mi historia precisamente es de lo que empecé a hablar en la ponencia (ayer). Euskadi, el País Vasco, por cultura y por tradición, ha sido una de las comunidades que más ha estado influenciada por la montaña. Allí, el que más o el que menos, hace montaña. Yo empecé a los siete años de la mano de mi padre y a los 14 descubrí el mundo vertical. Ahí fue cuando me inicié en la roca. A mí me conoce la gente por los ochomiles, pero mi pasión siempre ha sido escalar en roca. Desgraciadamente, en el año 2004, debido a la amputación de los dedos bajando el K2, ya no puedo hacerlo como hacía antes. Ahora es de otra manera. Ahí empieza todo. Conocemos el Pirineo, los Picos de Europa, Los Alpes... Luego damos el salto a otros macizos y así toda la vida. O hasta ahora.
— ¿Y cuál es la receta para subir tantas cumbres?
— Ambición, pasión y muchas ganas. Sobre todo, para hacer una actividad como la que yo he hecho durante tantos años, como subir 26 ochomiles, uno tiene que tener mucha ambición. Hambre de montaña. Y la cabeza totalmente nítida como para saber qué es lo que quieres.
— ¿Cómo se despierta alguien como usted cada mañana?
— Ya eso se me pasó. En 1999 terminé mis 14 ochomiles y en el 2001 volví a subir al Everest, convirtiéndome en la tercera persona en el mundo en hacer todos los ochomiles del planeta sin utilizar oxígeno artificial. Luego seguí con un proyecto que es dos por 14 por 8.000 y he ido repitiendo. De momento he vuelto a hacer 10, los más altos. Estoy a cuatro de dar una segunda vuelta. Me levanto cada mañana con ganas de seguir haciendo montañas y entrenar, lo que pasa es que el tiempo pasa para todos y ya yo tengo 63 años. Hace tres tuve una embolia de pulmón muy severa, con un trombo muy importante, a punto de palmar. Todavía estoy recuperando con medicación de por vida.
— Si tuviera que elegir uno de esos 14 ochomiles, ¿con cuál se quedaría por dificultad o epicidad?
— Siempre hablo del Kanchenjunga. Tras haber hecho la cumbre, nos envolvió una tormenta. No sé qué ocurrió allá para poder bajar sanos y encontrar el campamento. Fueron los peores momentos de mi vida. Fíjate que yo he pasado malos momentos. He tenido amputaciones, he tenido avalanchas y demás, pero aquello era una angustia tremenda. No contábamos para nada con llegar al campamento. Pensábamos que íbamos a palmar. Al final, ocurrió una especie de milagro y yo no creo en ellos. Algo pasó que hizo que llegáramos a esa tienda pese a la tormenta. Sin visibilidad. Por aquel entonces no había ni GPS ni nada. Tenías que orientarte por intuición. Ese fue el peor momento de mi vida. Luego ha habido otros, bajando del Everest o del K2, cuando me tuvieron que amputar los 10 dedos de los pies.
— En esos momentos en los que, como dice, siente que la vida se le acaba, ¿cómo mantiene las fuerzas para seguir adelante?
— Porque los que nos dedicamos a esto somos de otra pasta. Estamos totalmente identificados con lo que sentimos, padecemos y sentimos. Cuando salgo de casa, nunca pienso que me voy a quedar allá. En ningún momento, pero sabes que puede ocurrir. Yo he perdido nueve compañeros directos con los que he escalado toda la vida (recuerda con emoción sus nombres). Y yo estoy aquí. Eso es porque he tenido mucha suerte y porque no me ha tocado. Entre la vida y la muerte hay muy poco. El que se muere, se muere. El que se queda, es el que se queda jodido. Ellos, desgraciadamente, se han ido. La familia y los amigos lo han pasado mal. En ese sentido estamos muy identificados con lo que puede llegar a ocurrir.
— ¿Siente ese miedo de pensar que en cualquier momento puede ser usted?
— El que te diga que no tiene miedo, miente. Miedo siempre hay. Evidentemente también disfrutas. Cuando subes y las condiciones son perfectas, cuando tienes el tiempo garantizado y demás. Hace 30 años no había información meteorológica. Te mojabas el dedo en la boca para saber adónde iba el viento. Hoy multiplicaría mi estadística. Ahora hay un montón de personas que se preocupan en determinar qué condiciones vamos a tener de tiempo el día propicio para la cumbre. Por eso ocurre lo que estamos viendo en el Everest. Las expediciones comerciales llevan a la gente, por ejemplo, el día 16 porque ese día va a haber 5 de velocidad de viento y una temperatura de jinete. Tienes el tiempo garantizado. Vas a tener menos accidentes mortales y es por lo que hay tantas aglomeraciones de gente para subir una montaña como el Everest. Antes tenías que ir a pelo, era muy diferente.
— ¿Qué le ha traído a Gran Canaria?
— Pues, en primer lugar, dar una conferencia. En segundo, visitar a mis amigos. Como ya sabéis, Javi Cruz fue uno de los seleccionados para convertirse junto con Juan Diego Amador, en los primeros canarios en subir un ochomil. He venido otras veces invitado a hacer rutas cicloturistas o en la semana de montaña que se organizó en su momento también de la mano de Javi Cruz.
— No podía marcharse de la isla sin coronar su joya, el Roque Nublo.
— Es una historia muy bonita porque es algo muy significativo en Gran Canaria. Siempre está presente en todos los canarios. Ascender y subir un monolito como el que hablamos es un privilegio. No todo el mundo puede subirlo porque es muy complicado. Sus vertientes son muy técnicas y tiene 80 metros de pared. No es muy alto pero es complejo. Lo mejor de todo es que, desde la misma cumbre, que está prácticamente en el centro de la isla, tienes unas vistas espectaculares.
— ¿Qué destacaría de la orografía del archipiélago canario?
— Siempre lo he dicho, y no es porque esté aquí, suelo ir a Tenerife también, creo que de todas, que las he conocido todas, la más bonita es Gran Canaria. Creo que es la más completa y la más unida. Es cierto que no tiene una montaña como el Teide, que es muy alta, pero tiene otros encantos. Sus paisajes son espectaculares. Es una isla que, al ser una circunferencia y asemejarse a un queso que se partiendo en porciones, tiene un montón de quebradas que coinciden en la propia cumbre del Pico de las Nieves. Gran Canaria me encanta. Tiene el norte que es espectacular y luego tiene el sur, con las mejores playas del conjunto de las islas. Muy feliz de encontrarme aquí con amigos y probablemente volveré pronto.