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PEDRO REYES
Las Palmas de Gran Canaria
Domingo, 11 de abril 2021, 01:00
En 1944 nacía en Gáldar, Santiago Ojeda, el hombre que, a la postre, sería uno de los mejores deportistas canarios de la historia. Su palmarés en la lucha canaria y en otras modalidades como el judo o el resto de luchas está solo al alcance de los privilegiados, de las leyendas del deporte.
En la lucha canaria posee todos los entorchados de los que podría presumir un bregador, ya sea individual o por equipos. Además, en el judo, está en posesión de 19 campeonatos de España, algo todavía no superado, dominando desde 1966 a 1979 esta especialidad en el deporte nacional, además de ser el primer español que iba a unos Juegos Olímpicos. Fue, además, plata del Europeo en 1971, bronce el año siguiente y campeón de Europa en 1973. También fue campeón de la Copa del Mundo de lucha sambo con 33 años y eso lo llevó, nuevamente, a la cúspide, dejando, además, múltiples títulos nacionales en todas las demás especialidades de lucha. Defendió a España en los Juegos del Mediterráneo, siendo campeón militar de judo.
En el vernáculo deporte, salió de la cantera del Adargoma donde estuvo hasta 1968, cuando pasó a Los Guanches. Finalmente, en el Guanarteme acabó su carrera con 38 años, aunque también le vieron por el camino, el Tacuense y el Victoria de Tenerife.
Se le considera uno de los luchadores más completos que han existido, un gran deportista y al que en 2013 se le hacia un pequeño homenaje en La Gallera con la colocación de un busto, aunque el deporte le debe algo más . Fue varias veces mejor deportista de la provincia de Las Palmas y abandonaba con 38 años la competición. Era tanta su fama y lo bueno que era la lucha canaria para otras modalidades, que fue contratado para dar clases de lucha canaria en Mallorca en 1971 para que los judocas de Baleares mejoraran su técnica.
Para conocer más de esta leyenda que nos dejaba ahora hace 24 años, hay que ir al Batán, para en la casa de su viuda Carmen y también con su hijo Santi que también fue un gran luchador, pues logró la categoría de puntal A. En la actualidad es mandador del Guanarteme.
Carmen tiene una memoria privilegiada: «Conocí a Santiago con 16 años en Las Palmas y ya no nos separamos. Era la persona más noble y buena que he visto en mi vida, además de muy responsable para su deporte. Le decía alguna vez que no fuera a luchar para dar un paseo por el campo y siempre me decía que no, que tenía luchada. Incluso si no había, no íbamos a porque se marchaba a entrenar. Me acuerdo cuando salía corriendo hasta Arucas y Antonio Coruña detrás gritándole ¡Gordo! ¡Para! ¡Espérame! Era un portento físico».
Por su parte, Santi añade: «Fue un buen padre, siempre preocupado por sus hijos, por su familia. Fue quien me enseñó a luchar y gracias a él que logré mis objetivos, llegando a puntal A. Recibí una gran presión por ser el hijo de Santiago Ojeda y me decían que yo no era como mi padre y casi dejo la lucha, pero él me convenció de lo contrario, que no iba a pretender que fuera ni hiciera lo que él hizo, pero me convenció que con el nivel que había en la lucha canaria, podía ganarme la vida con ello. A razón de eso, empezamos a trabajar más de la manera que estaba acostumbrado. Al viajar tanto y practicar el judo, iba por delante de mucha gente en cuanto a preparación. Entrenaba mañana y tarde, además que le gustaba mucho la lucha, le apasionaba. Terminaba de entrenar, se sentaba en el coche y te volvía loco hablando de lucha. Te levantabas por la mañana y seguía hablando de lucha, nunca se cansaba. Fue un deportista que no competía por dinero. Fue un hombre que se entregaba a los equipos, se cuidaba mucho».
Su principal característica como luchador para su hijo era que «fue un hombre muy fuerte y muy estudioso. Vivía para la lucha y era muy competitivo».
«No le gustaba perder ni a las chapas. Analizaba mucho a sus rivales. En la lucha hay bases fundamentales como la posición y sacar al contrario de su sitio para poder hacer cada una sus mañas y eso me lo transmitió», dice.
Sobre sus mejores técnicas o mañas que utilizaba, lo tenía muy claro. «Mi padre no tenía luchas favoritas. Era un hombre que se adaptaba a las circunstancias. Era muy inteligente luchando y, si tenía a un hombre grande, no se le ocurría tirarlo por cadera, aunque si lo hacía podía coger tres veces más dinero del público, pero era un riesgo y podía caer. Jamás tomaba riesgos. De cara a los aficionados, quizás no era muy atractivo, pero si un hombre muy efectivo. Yo no lo vi, pero me cuentan que la diferencia con Barbuzano era la vistosidad o como Tejera, que puede dar una revoleada que a la gente le gusta, pero así das posibilidades al contrario y eso es algo que jamás hacía. No perdía la posición. Estudiaba mucho para poder contrear todas las mañas y cómo hacerlo, ya sea con un grande o un pequeño. También consultaba mucho con los grandes entrenadores de su época».
Santiago Ojeda tenía un par de apodos, como recuerda Santi: «Le llamaban el Nene y el Lobo primeramente porque era muy astuto, parecía un zorro y después te lo hacía».
El gran campeón también tenía luchadores de los llamados encontrados y así lo veía su hijo. «Hubo un tiempo que el Pala no se le estaba dando bien por sus terribles cogidas de muslo, pero empezó a investigar cómo se podía defender de ello y cogía compañeros para entrenarse y automatizar las contras. Mi padre hacía las contras perfectas porque se defendía como es debido, era un gran matemático de la lucha y no se salía de lo que tenía que salirse. No era vistoso, pero era seguro».
Santi recordará siempre el mejor consejo que le dio el gran campeón. «Fue que hay que entrenar mucho, sacrificarse, colocarse bien, estudiar, bien al contrario, cuidarse y descansar bien. Era muy duro entrenando. Me decía que si hacía las cosas bien hechas los éxitos vienen solos. Yo no voy a pretender que seas como yo y en la lucha ahora puedes vivir de ella, me insistía. Entrena mañana y tarde, y con dureza».
«Sobre la marcha me dijo que empezamos mañana, me levantó a las 6 para ir a entrenar, corriendo y cuando me lo decía, al suelo a hacer flexiones. Al principio de tanto que entrené estaba flojo. Me bebía las botellas de agua de un tirón hasta que un día ya me veía bien y me convenció que era otro hombre. Fuimos a luchar contra el Maspalomas, al que nunca le habíamos ganado y ese día tumbé a seis. Loreto me dijo que desde que me dio la mano, vio que era otro. Vi que la preparación y los consejos de mi padre estaban dando resultados. Ya estaba fuerte y tenía confianza. Me convenció que de tanto practicar, el cerebro actúa solo. Si has entrenado mucho las mañas y las contras, te salen solas porque estas preparado, te percatas del movimiento del otro y te anticipas. Eso solo se consigue entrenando mucho y saber con quién entrenar. En judo no tenía con quien entrenar en España y no había dinero para que lo hiciera fuera, si no, hubiera sido campeón del mundo», evoca.
Otro de los secretos del gran campeón y que transmitió a su hijo, fue como entrenar con los compañeros la técnica. «Para entrenar le costaba porque la gente se escondía y tuvo que aprender para que entrenaran con él. Practicaba con los compañeros solo la técnica, pero no usaba la potencia, eso lo hacía por otro lado y eso me lo inculcaba. La potencia con pesas y la técnica lo haces con los compañeros, aunque caigas, pero así puedes practicarla, me decía. Me lo enseñó todo», matiza.
En el ámbito más personal, en su familia ofrecen detalles entrañables: «Una persona normal, serio, pero le gustaba el cachondeo. Era un amante de la pesca y de ir de asadero. Si entraba en un bar, lo hacía con su mujer y sus hijos. Para él la pata asada y la cerveza eran terrible. No bebía casi nada, solo la cerveza y la siesta no se la quitaba nadie. Le encantaba ir al Merca Las Palmas a las 5 de la mañana a comprar y me levantaba para ello. Se comía unas alpargatas de bocadillo terribles «.
Su viuda recuerda cuando se lo quisieron llevar a Tenerife: «Cuando vivíamos en San Roque vino el presidente del Santa Cruz y no quiso ir porque tenía aquí la familia, le ofrecieron cada vez más pero no se fue en esa época por nosotros y eso que la oferta era muy buena, pero no me dejaba sola».
Para Carmen había una gran pena que le costaba superar. «Un día nos entraron en casa y nos robaron la mayoría de sus trofeos y medallas sin que hasta la fecha los hayamos podido recuperar todos esos recuerdos que tienen un gran valor sentimental».
Por último, Santi cree que su padre «se mereció un gran homenaje en vida, pero su historia estará ahí. Fue un grande».
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