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Ben Johnson, durante los Juegos de Seúl'88. AP
El primer gran tramposo
Fracasos y tragedias

El primer gran tramposo

El canadiense Ben Johnson protagonizó el mayor escándalo de dopaje de la historia olímpica en la prueba estrella del evento

javier bragado

Martes, 20 de julio 2021, 18:10

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Dios y el diablo. El bueno y el malo. En la época de la Guerra Fría no había espacio para el matiz y sí para los extremos. De modo que cuando se anunció que el hombre más rápido del planeta se había dopado, el papel de villano eterno quedó fijado en él. Ben Johnson, aquel canadiense de origen jamaicano, había desafiado a Carl Lewis, el hijo de América, y había ganado con trampas. El mensaje se envió al mundo. El vencedor recibió inmediatamente el sello de estafador y nunca pudo regresar al lugar de los elegidos.

El anuncio del hallazgo de 'estanozol' en la orina de Ben Johnson cayó como una bomba sobre el mundo olímpico. En el deporte rey, en la prueba reina, el nuevo 'recordman' mundial (9,72 s) mancilló el buen nombre de los Juegos. Aunque hasta entonces se habían descubierto el dopaje en 42 atletas olímpicos, las pruebas cada cuatro años habían conservado el aroma aficionado y el espíritu de juego limpio. El encanto se desvaneció bruscamente con aquella noticia en mitad de la competición. Los aficionados se habían maravillado ante aquella final de los 100 metros en Seúl en la que cuatro corredores cubrieron el recorrido en menos de 10 segundos. Apenas 24 horas después se hacía público el positivo en el control de dopaje, la expulsión de Ben Johnson de la competición y la retirada de sus marcas en aquel evento.

La suspensión fue más allá de lo deportivo. El propio Comité Olímpico Internacional reconoce en su historia oficial que fue «el peor escándalo de la historia olímpica». El impacto fue brutal en todo el mundo con la progresiva globalización del evento deportivo más atractivo. Ni siquiera José Antonio Samaranch consiguió regatear la infamia con un mensaje en tono positivo: «Podemos transformar las malas noticias en buenas… porque esto nos enseña que estamos ganando la batalla contra las drogas». Mientras los otros tres misiles de aquella final (Carl Lewis, Linford Christie y Dennis Mitchell) fueron acusados posteriormente de dopaje y ninguno perdió sus marcas, Ben Johnson quedó proscrito. Aquel adolescente que había pasado de la caribeña Jamaica al frío de Montreal trató de regresar al tartán después de su suspensión, pero a un nuevo positivo le sucedió una suspensión a perpetuidad. Con un carácter retraído acrecentado por su tartamudez se recluyó en la casa de su madre y el sello de tramposo le marcó hasta el punto de dejar en segundo plano sus dos medallas de bronce en los Juegos de Los Ángeles en 1984. En cambio, Lewis, que había dado positivo en un control sorpresa durante los pruebas de clasificación en Estados Unidos, fue apoyado y ocultado por su propia federación.

Más de 20 años después Ben Johnson publicó en un libro una estrambótica versión de los hechos. Según el canadiense, un representante de Carl Lewis presente durante su control arrojó una sustancia dopante en su prueba de orina para incriminarle. Para entonces, nadie podía creer la explicación del canadiense que siempre titubeó y cambió la explicación de sus 'positivos'. Demasiada conspiración en la excusas del hombre que un día voló más rápido que nadie y tres días después se encarnó en el odiado Satán mundial.

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