Milan rompe seis años de sequía
Con su victoria al sprint, el corredor italiano acaba con una racha maldita de 113 etapas sin victorias de ciclistas de su país en el Tour
Jon Rivas
Sábado, 12 de julio 2025, 19:17
Durante décadas, el italiano fue uno de los idiomas del pelotón. Hasta el advenimiento del inglés, que para el ciclismo fue algo así como una ... especie invasiva, que entró de contrabando como un ave exótica que se reproduce y se queda para siempre. Cuando los primeros británicos llegaron al pelotón, Tom Simpson, Barry Hoban y algunos especímenes extraños más llegados desde Australia tuvieron que aprender francés, aclimatarse al medio ambiente. Ahora estarían en su salsa, porque hasta la jerga está cambiando de idioma.
Pero lo peor para Italia es que la memoria de sus héroes ciclistas cada vez se difumina más. Quién se acuerda ya de Ottavio Bottechia, el primero de su país en ganar el Tour, en 1924, que repitió al año siguiente y murió asesinado en misteriosas circunstancias en 1927. Desde entonces, 28 corredores de la península itálica vistieron de amarillo y siete ganaron en París en los diez triunfos totales de Italia, algunos para mayor grandeza de Mussolini, como el de 1938, a pesar de Gino Bartali que después, durante la guerra, trabajó en la clandestinidad para salvar judíos, es Justo entre Las Naciones y tiene plantado un árbol en Jerusalén.
El Tour era grande, importante para los italianos en los tiempos de posguerra, cuando el mismo Bartali evitó una contienda civil el día que atentaron contra el secretario del Partido Comunista, Palmiro Togliatti. Por la noche, el primer ministro, Alcide De Gasperi, le llamó a su hotel en Briançon para pedirle que ganara el Tour. La pasión italiana se volcó con su héroe deportivo que llegó de amarillo a París diez años después.
Luego, el mito. «Un uomo solo è al comando, la sua maglia è biancoceleste, il suo nome è Fausto Coppi», relataba Mario Ferreti en 1948, mientras el campeonísimo atravesaba la Casse Déserte en el Izoard, donde los héroes pedalean solos. Pero también Nencini, Gimondi, o el desdichado Marco Pantani hablaron en italiano en el Tour. O el bello Mario Cipollini y sus estéticos sprints, o los de Mario Petacchi. Y el más reciente, aunque ya queda lejos, Vincenzo Nibali, el último que puso acento italiano al maillot amarillo y que hizo sonar el Fratelli d'Italia en los Campos Elíseos de París. «Con el yelmo de Escipión se cubre la cabeza», reza el himno, como si hablara del casco de los ciclistas, pero se interroga después: ¿Dónde está la victoria? Y eso se preguntaban también los aficionados italianos, tan apasionados, después de 113 etapas en las que su país no conseguía levantar cabeza. Casi han pasado seis años desde que Nibali, en una hermosa despedida del Tour, consiguió en Val Thorens, el 27 de julio de 2019, el último triunfo de su país en la carrera francesa.
Largas rectas
Hasta que llegó Jonathan Milan, vestido con el jersey verde de la regularidad, a base de picar aquí y allá en los sprints especiales, en los primeros puestos de las etapas, pero sin poder alcanzar el éxtasis de una victoria. Tuvo que ser en Laval, fuera ya de ese círculo infernal de etapas y viento en las regiones del norte, donde la logró. En una jornada de las de siesta en el sofá frente al televisor, campos de cebada recién segados, calor que empieza a convertirse en canícula y rectas largas, aunque no tanto según Pogacar. «Me hubiera gustado tener algunas más, porque pasamos por muchos pueblos, lo que hizo la carrera un poco caótica y estresante por momentos».
Fue un día de relajo para el líder, casi siempre a cola del pelotón y ocupado en otros menesteres durante la etapa, como saber qué pasaba en el Giro femenino, donde corre su novia. «Le pregunté al coche del equipo por noticias de Urska. Siempre me pongo nervioso en la bici cuando ella corre, y es genial saber de ella. Cuando lo hace bien, me alegro muchísimo». Acabó séptima la etapa y es octava en la general, buenas noticias. Como para Italia. «Todos pisamos los pedales de Jonathan Milan», escribe Luca Gialanella, el cronista de La Gazzeta dello Sport. «Puso fin a una pesadilla que había durado 2.177 días». Mucho tiempo para el ciclismo italiano. «Todavía tengo que comprender lo que he hecho», reconoce el ciclista. «Cuando uno sale, siempre parte con un sueño, y ahora lo he logrado. Es una victoria que significa mucho para toda Italia».
Segundo en Dunkerque, rompe la sequía para que el Tour vuelva a hablar italiano, y sí, significa mucho para su país, para sus amigos, como su confidente Simone Consonni, que entraba en la meta casi cuatro minutos después dando puñetazos de alegría al manillar. El domingo, de nuevo calor, más cerca la canícula, carreteras de largas rectas, aunque Pogacar prefiera que haya más, y otra oportunidad para Milan, un ciclista con aspecto anglosajón, que habla italiano como lengua materna, aunque domine el inglés, imprescindible en estos tiempos del ciclismo.
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