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«A las mujeres nos queda mucho por lo que pelear»

Ana Torrent protagoniza ‘Todas las noches de un día’, en el Cuyás.

Viernes, 23 de marzo 2018, 05:00

— ¿Qué nos puede contar del pasado de Silvia, su personaje en ?

— Tiene un pasado familiar muy doloroso, de abusos... Eso es muy difícil de olvidar y superar. En su caso, queda marcada de por vida. Ella, como todas las personas que han vivido algo así, tiene muchas dificultades a la hora de relacionarse con los demás. Lo que me gusta de Silvia es que, a pesar de que se aisla un poco del mundo en ese invernadero en el que transcurre la obra, sueña y tiene mucha fuerza. Lucha mucho, por sobrevivir y por seguir y seguir e intentar olvidar. Es dura e imprevisible. Tiene esa mezcla de fragilidad y dureza que le ha hecho la vida.

— ¿Cómo se da vida a un personaje así, para no quedarse corto ni pasarse de rosca?

— Es cuestión de templar... y de la visión del director. Tengo mi forma de trabajar, pero ahí la visión del que está fuera es importante. No solo para lo que quiere contar y cómo lo quiere contar. Te tiene que guiar y decirte «un poquito más» o «un poquito menos». Luis Luque tenía muy claro cómo es Silvia. Si lees la obra puedes llegar a la conclusión de que es una mujer que tiende a la tristeza y melancolía... pero él ha querido una mujer luchadora y poderosa. Creo que eso está muy bien, si se mide bien. Lo bonito es que tiene muchos juegos y muchas vertientes. Eso se ve en la función, que tiene momentos de juerga y divertidos. Además, tiene delante a un hombre enamorado hasta los huesos.

— ¿Ella lo frena?

— Bueno... de eso va un poco la función. En la obra hay un policía que pregunta por unos hechos concretos. También un hombre, Samuel, un jardinero que lleva unos años solo en ese invernadero. Él vive solo y un poco ausente de esos hechos. Lo que se cuenta es lo que pasó entre ellos. Los hechos quedan a un lado y la obra se adentra en lo que ocurrió entre ambos. La poética y la naturaleza fuera del tiempo cobran mucho peso. Rugen las flores, las plantas, las raíces, el elevarse, el crecer, los silencios... todo un mundo poético que acompaña a esa historia de amor.

— ¿Ha cambiado usted o su visión sobre determinadas cosas fuera del escenario a partir de este personaje?

— No. Es un personaje que saca una parte que me gusta mucho: es una mujer luchadora. En una de las versiones de la obra, que ya no está, había una frase en la que decía: «No soporto las lágrimas». Yo no soy así, pero sí que a veces hay que resistir. Y ella resiste y resiste. Aguanta lo que le echen, porque la vida no la trata bien. Me gustan las mujeres así. Cada vez más.

— Se necesita mucha resistencia, sobre todo si se es mujer.

— Mucho. Hay mucho, mucho por lo que pelear y camino por recorrer. El mundo no es nuestro. No tiene que ser ni de unos ni de otros, sino de todos. Pero no lo ha sido ni lo es.

— ¿Ha sufrido episodios de machismo y discriminación en su entorno laboral?

— No. Como cualquier mujer he vivido episodios de micromachismos, como en cualquier otro campo. Es en lo que nos han educado. Ahora, seguro existen casos en mi oficio como en todos los demás. Mi personaje de Silvia, por ejemplo, es de los que pone al que hay que poner en su sitio.

— ¿Por qué ha hecho tan poco teatro?

— He hecho cinco o seis funciones. He empezado tarde en el teatro, mis comienzos fueron el cine. En los últimos cinco años he hecho cinco o seis obras.

— ¿Va a decantar ahora su carrera por el teatro?

— No lo sé. El teatro es difícil. Tiene una parte que me apasiona, pero tiene una vertiente dura y difícil... Crecí con el cine y el teatro es muy bonito y potente, con todo eso de estar solo ante el peligro, pero es un lenguaje muy distinto y hay cosas que tengo que asimilar.

— Su compañero sobre el escenario del teatro Cuyás, Carmelo Gómez, ha dicho públicamente que no quiere hacer más cine porque no le convence lo que se produce hoy en día. ¿Le pasa lo mismo?

— No me pasa eso. Es cierto que se hace un cine muy diferente al de autor con el que yo me estrené cuando era una niña. Ahora es otra cosa, pero también hoy hay gente maravillosa haciendo cosas fantásticas. Tampoco antes era estupendo todo lo que se rodaba. En los ochenta no todo era bueno y ahora tampoco todo es bueno. Ahora ya no hay un Elías Querejeta como productor y que esa figura es Telecinco... pues bueno, es lo que hay. Intentaré dentro de eso hacer lo que pueda. Simplemente es diferente. Ni peor ni mejor. Si le preguntas a un chico de veinte años por el cine que hice en los ochenta, te dirá que es un aburrimiento espantoso. El cine sí que ha cambiado mucho. Ya no es un acto de compartir una sala con otras personas, se consume en casa y hasta en el móvil. Lo que siento mucho es que haya directores que apostaban por ese cine de autor y que ahora no puedan rodar nada, porque no hay mercado. Eso sí que es una pena, porque creo que sí que tendría su público.

— Cuando tomó parte en películas icónicas como (1973) y (1975) usted era una niña, pero ya como adulta protagonizó uno de los grandes fenómenos del cine español, en la piel de Ángela, en (1996), de Alejandro Amenábar. ¿Cómo lo digirió?

— Fue una sacudida enorme. No he hecho muchos personajes, pero sí que tengo algunos que ahí quedan [risas].

— Yoyes, por ejemplo.

— Sí, también. A veces, es suerte o casualidad. En otras ocasiones, te lanzas, aunque siempre es un misterio, porque nunca sabes cómo va a funcionar la película. En Tesis fue impresionante todo. Ese director, con 23 años, el guion...y mira a dónde llegó.

— Ha tenido buen olfato e imagino que ha sabido decir que no a muchos proyectos.

— No recuerdo quién decía que una carrera no la hacen los síes, sino los noes. Siempre lo he tenido claro y cuando el proyecto no lo veía, no lo he hecho.

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