No siempre se puede escribir una crónica teatral en la fracción del tiempo donde no habita el tiempo y donde el final de la narración pide ser incluida en el comienzo, como si deseara advertirme de los apuros del lector: ¡No le hagas esperar más, te pide que no divagues !
¿Pero a qué lector se refiere el texto, si no veo a ninguno leyendo un libro, en este volátil lugar? El relato me indica: «Vienen en tropel, todo un ejército de lectores y público teatral, una auténtica marabunta filosófica». Avanzo cauteloso por esta incierta esfera de la escritura, y no por ello un lugar inhóspito, tampoco hermético. El relato vuelve a inmiscuirse: «No nos contradecimos como antes, no nos arriesgamos a pensar. Lo terrible es saber pensar».
Estoy en un teatro del sur de la isla, pero indudablemente podría estar en otro de Madagascar o Querétaro. Lo que se pauta en este sorprendente escenario está aconteciendo en cualquier parte del mundo ahora mismo, incluso en este no-lugar que inexorablemente me tiene atrapado, tan austero, tan poético. Pero… ¿cómo asegurar que estoy sentado en esta butaca de un teatro de Agüimes y no que ando sacando a flote esta crónica marciana, en la mesa de mi apartamento?
Releo los párrafos anteriores y puedo certificar que formo ya parte del público que asiste impaciente a una novedosa obra teatral de alto nivel, creada por dos actrices canarias. Como espectador deslumbrado, disfruto de un extraordinario despliegue de pensamiento fiu fiu, como diría el gran actor español Rafael Álvarez 'El Brujo': a ratos disfruto de un burlesco argumento en apariencia descabellado, en otros humorísticamente absurdo, pero en cualquier caso disfruto de una obra clarividente, en apariencia extravagante, guionizada e interpretada por Mónica Aguiar (directora de la Compañía La Inasible) e Isabel Cabrera, en el papel del Rey y el Bufón, respectivamente.
Me encuentro con Mónica Aguiar e Isabel Cabrera dentro del cuadro de Chagall 'París a través de la ventana'.
Cuando voy al teatro, suelo pensar que han abierto para el público presente una enorme ventana por donde puedes contemplar un mundo incomparable, pensar con hondura en nosotros mismos, o tal vez comprender lo que nos está pasando realmente. Vermeer pintaba a menudo ventanas en sus cuadros, por ellas entraba una luz precisa que iba creando íntimas atmósferas. Chagall añadió más colores.
Concierto con Mónica e Isabel un encuentro inequívoco dentro del cuadro de Chagall 'París a través de la ventana'. Nada más entrar a ese lugar sagrado e idílico de la pintura me comenta Mónica Aguiar: «Hay que decir que todos los elementos que se encuentran hoy en la obra fueron creados por un equipo de mujeres: Silvia Grimaldi (vestuario), Elvira Etayo (escenografía) y Cristina Alba (iluminación), además de otras mujeres que estuvieron en parte del proceso y dejaron su semilla. Y esa era la primera vez que trabajábamos juntas. En la última etapa del proceso, cuando ya estaba el texto y una parte importante de la puesta en escena, se incorporó Sara Álvarez como ayudante de dirección y con ella fuimos fijando y limpiando la obra para presentarla en su estreno».
Observo en el cuadro de Chagall un misterioso personaje con doble cara. Me sobresalto, ¿será el Rey y el Bufón pegados? ¿Soñaron Mónica e Isabel, dentro de este cuadro y en otra vida pasada, 'El Lodo que fuimos'? De pronto, hablando las dos actrices al unísono, me informan: «En nuestra metodología está la fuente que da el color característico a nuestro trabajo. Creemos y confiamos en el espacio sagrado del que hablaba Grotowski. Y entramos al espacio de ensayos desde ese lugar, abordando la investigación, en cada ocasión, como si estuviéramos delante del público. Y desde ahí germinan todos los matices y profundidades de la obra».
Disfruto de 'El lodo que fuimos' como disfruté hace varias décadas en la sala Olimpia de Madrid con la obra 'Laetius' de Els Joglars. Esas dos montañas de detritus que aparecen en el escenario al principio de cada obra y que representan el fin de todo lo conocido hasta ahora, me conmueven.
Diviso desde mi butaca versátil un espacio inconfundible, pero en lo más profundo distingo un escenario que tiene forma de espejismo o espejo ovoidal donde podemos ver reflejado una época que se deshace, un nihilismo con cuatro piernas que retorna a casa, a Tadeus Kantor y a Ionesco tirando de las orejas a Samuel Becket, saboreando los tres un cucurucho de menta y mango, mientras disfrutan fascinados con 'El Lodo que fuimos', como yo lo estoy disfrutando ahora mismo, qué cosas. Y Godot que sigue sin aparecer, probablemente perdido en otra heladería del sur.
La conexión, la repetición, el lodo, la cancelación.
Busco una conexión con el exterior de la sala, tratando de dar cierta solidez argumental a mi crónica. Oigo decir a una de las actrices en el escenario: «A veces me pregunto si no habremos perdido el momento oportuno para empezar». Viajo mentalmente a Cuba y finalmente encuentro en la isla caribeña una feliz coincidencia con 'El Lodo que fuimos'. La descubro en el libro del gran poeta cubano Luis Marimón, titulado 'Memorias de un Bufón' (Ediciones Matanzas, Cuba, 2020). Esta genial y filosófica poesía fue rescatada hace dos años de su injusto olvido por su hija, la escritora y editora cubana Yanira Marimón, actualmente residente en la isla de Gran Canaria.
'El Bufón de Marimón', en uno de los poemas, dice: «Somos reales, y hay que desconfiar de aquellos/ que tienen su fuerza en los soldados y no / en los poetas./ Además, ¿ qué puede el Rey saber de amor/ si nunca ha besado a un caballo?».
En este revelador texto del prologuista de 'Memorias de un Bufón', el escritor cubano Derbys H. Domínguez Fragela, parece coincidir con los profundos textos elaborados en 'El lodo que fuimos' por Mónica Aguiar e Isabel Cabrera. Detalla el escritor cubano: «A través de esa grieta o herida ontológica que padece, el poeta nos recuerda cómo la vida se extingue a cada minuto (escapando al dominio de nuestra razón) para demostrarnos que siempre seremos los auténticos huérfanos anónimos, anacoretas o payasos del lenguaje que intentamos escapar del circo, sin lograrlo»
¿Somos El Bufón y el Rey en sincronía?
Aunque Mónica e Isabel deconstruyen el esquema causa-consecuencia de una previsible obra teatral, mientras sucede en las tablas el aparente absurdo, escuchamos propuestas ideológicas, filosóficas y alternativas de suma importancia para un posible arreglo del mundo: ¿Quién cuidará el pensamiento? ¿Dónde situar el Futuro? ¿Tendremos que esperar hasta que no seamos capaces de marcharnos?
'El Lodo que fuimos' es un obra necesaria para comprender y analizar al detalle esta época decadente en la que andamos naufragando, una época plagada de autócratas asesinos y de noticias falsas (se ha institucionalizado la Mentira), y donde se suprime maquiavélicamente en las aulas las clases de Filosofía y por ende el pensamiento crítico. Bufones y Reyes conviven en franca y cómplice armonía en sus impenetrables castillos, cambiando de roles según sus intereses más espurios, en connivencia con los medios de control e información, convertidos en el Boletín Oficial de las Multinacionales depredadoras que también los financian.
Regresando a casa por la Autopista del Sur me encuentro con un enorme cartel con palabras diseñadas con luces de neón; en ellas puedo leer: «A veces me pregunto si no habremos perdido el momento oportuno para comenzar de nuevo». Gracias Mónica Aguiar e Isabel Cabrera; ya saben que quien tiene un sueño encuentra su camino. Ustedes dos y todo el equipo de La Inasible ya lo han encontrado. ¡Larga vida para 'El Lodo que fuimos'!
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