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Una escena del montaje. C7
El espejo de La Zaranda

Crítica teatral/ 'Manual para armar un sueño'

El espejo de La Zaranda

Sus montajes no se contemplan. Se viven y se disfrutan. Son difíciles de explicar, ni falta que hace

Victoriano Suárez Álamo

Las Palmas de Gran Canaria

Lunes, 28 de abril 2025, 22:20

La Zaranda es otra cosa. Sus montajes son difíciles de explicar, pero no son difíciles de ver. No se contemplan, se viven y se disfrutan, aunque el punto de partida pueda parecer esperpéntico y surrealista. El pasado fin de semana volvieron a demostrar sobre las tablas del Cuyás que aún hay esperanza y que todo aquel que aspire a que su paso por un asiento en el patio de butacas de un teatro se convierta en una experiencia inolvidable solo tiene que esperar a que vuelva a pasar el tren de esta compañía que se autodefine, con su ironía característica, como Teatro Inestable de Ninguna Parte –antes lo fue de Andalucía la Baja–.

'Manual para armar un sueño' se cimenta sobre una profunda reflexión sobre el oficio por el que desde 1978 transitan los integrantes de esta compañía jerezana. Eusebio Calonge, el dramaturgo de cabecera de La Zaranda, viaja hasta el origen. A la metáfora del espejo en el que se refleja la sociedad para mostrar lo mejor y lo peor que guarda en su interior. Y nada mejor para explicarlo que unos actores, dos en este caso, que viven en un submundo al que han llegado porque no se han dejado llevar por la superficialidad y la vulgaridad que premomina en lo más alto de la pirámide social.

Cada cuadro de 'Manual para armar un sueño', porque las escenas parecen la sucesión de lienzos gracias a unos trabajos escénicos y lumínicos esplendorosos, es una reflexión agridulce sobre el arte teatral, extrapolable a cualquier actividad profesional.

A modo de pecados capitales, desfilan cuestiones como la usura, la vulgaridad, la deshumanización, la falta de formación, la burocracia desmedida, el egocentrismo, el éxito fácil y el mal digerido... Y lo hace con un despliegue interpretativo simple y a la vez complejo. Con esos dos actores mencionados a los que se suma un tercero a modo de diabólico empresario que les va tentando con lo más florido del repertorio empresarial escénico para que abandonen sus principios.

La escapatoria es evidente y sencilla. En un momento dado, uno de los protagonistas dice que, como ya dijo Calderón, la vida es un sueño constante del que solo despertamos cuando morimos. Y por tanto, la existencia debe sustentarse en la imaginación, en soñar un futuro mejor aunque sepamos que será inalcanzable. Pero el camino hasta esa meta lejana y utópica siempre merece la vida. Para ello solo hay que recurrir a otro referente de la literatura universal, Cervantes, y convertirnos en el Quijote y su fiel Sancho.

Al salir del teatro, el pasado sábado, una conocida con muy buen gusto cultural me comentaba: «¡Qué maravilla! No conocía a esta compañía, son increíbles. ¡Y qué texto tan profundo e increíble!» Imposible resumir mejor lo contemplado. Mejor dicho, vivido.

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