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«El espinazo del diario Pueblo fueron tipos de cien mil raleas. Hablamos de un mundo perdido, del contrapunto de las redacciones de hoy, donde ni se bebe ni se fuma, no se juega al póquer y no se llevan brasileñas a bailar macumbas, como ocurrían en aquel diario con whiskería y salón de actos. Un vespertino que leía casi todo Dios». Así se refiere al legendario diario Pueblo Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) autor de 'Nido de piratas. La fascinante historia del diario Pueblo' (Debate), donde recrea su leyenda entre 1965 y 1984.
Un libro más que entretenido que repasa a través de cientos de testimonios y otras tantas anécdotas qué fue y qué supuso aquel diario de corta vida y larga influencia, que se cerró con la Transición y en el que convivieron con naturalidad los fachas y los rojos. Un libro que presentaron este jueves junto a su autor tres de los protagonistas de aquellos años de periodismo filibustero, apasionado y libérrimo, como Arturo Pérez-Reverte, reportero bélico en ciernes entonces, Raúl Cancio, curtido fotoperiodista, y Raúl del Pozo, una de los grandes del columnismo actual que afiló su pluma en aquel atípico y legendario periódico del movimiento a las órdenes de Emilio Romero.
«Jamás hubo tanto talento en una redacción. Éramos una pandilla de bucaneros para quien tocar el cielo era salir en primera página. Se mataba por ello. En el pan como hermanos; en la información como gitanos», rememora Raúl del Pozo. «Todo fue un milagro en aquella época en la que un diario vespertino como Pueblo, el órgano franquista de los sindicatos verticales, llegó a tener tiradas de 300.000 ejemplares», recuerda. «Tenía un poco de garito, pero fue una escuela de periodismo vital y libre, llena de aventureros sobrados de pasión y con el veneno de la profesión en sus venas. Allí había que creerse el número uno para ser uno de tantos», asegura Del Pozo.
Para Arturo Pérez-Reverte los doce años que pasó en el periódico y aprendió el oficio fueron «de felicidad absoluta». «Entre los bucaneros que poblaban aquella redacción había puteros, traficantes de lo que fuera y fachas sin cuento como Vasco Cardoso, capaces de trabajar bajo lemas como 'menos curas y más crematorios'». «Yo llegué como un joven educado y avispado, con mucha vocación, pero Manuel Marlasca padre me bajó los humos al instante», cuenta Reverte orgulloso de forma parte de «aquella tribu de canallas sin dios» y de una diario «brillante y eficiente con elementos surrealistas».
«Aquello era la Legión Extranjera; en la plantilla había al menos dos asesinos reconocidos, también chaperos, putas y franquistas armados; no se respetaba ni lo político ni lo humano, pero dábamos grandes exclusivas», dice el hoy novelista, académico y creador del capitán Alatriste.
Raúl del Pozo va más allá y describe aquella atrabiliaria y eficiente redacción como «un nido de víboras». No en vano, Del Pozo piensa que el premio Príncipe de Asturias Ryszard Kapuściński «ha dicho la mayor mentira que se puede decir en el periodismo, aquello de que para ser un buen periodista hay que ser buena persona». El cree todo lo contrario.
Grandes figuras del diario como Tico Medina daban exclusivas formidables no siempre apegadas a verdad. «Tico no hablaba una palabra de inglés y pidió una entrevista con Indira Gandhi. No le hicieron ni caso, y se puso a la cola de los mendigos que la primera ministra india recibía. Llegó, le dio la mano, se hizo la foto con ella y publicó una entrevista de dos páginas», rememora Pérez-Reverte. «Felipe Mellizo mandaba su fabulosas crónica londinenses desde el Escorial», añade.
«Vivíamos bordeando el Código Penal», recuerda de un diario «que no se parecía a ningún otro» en el que trabajó la primera fotoperiodista española con carné, Juana Biarnés, y por el que pasaron firmas cruciales para el periodismo español, como Juan Luis Cebrián, Felipe Navarro 'Yale', su hija Julia Navarro, Carmen Rigalt, Jesús Hermida, Miguel Ors o José María García, a quien en aquellos años y antes de dar el salto a la radio comenzaba a ser conocido como 'el butanito'.
El alma de aquel circo humano fue Emilio Romero «que recibía en su despacho a amantes como Sara Lezana, a pelotas y a bufones». Cuando el entonces presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, se dirigió a Romero con una lista de 22 periodistas «a los que había que despedir por comunistas», Romero le respondió que pusiera 23, «porque debe incluierme a mi».
Su último director fue José Antonio Gurriarán. Adolfo Suárez cerró Pueblo en 1984. Acababa con una contradictoria criatura del franquismo que moría con la democracia. «Marcó una época, debía morir y lo hizo con orgullo el diecisiete de mayo de 1984», concluye Jesús Fernández Úbeda.
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