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Saint-Saëns, Ripoche y los bustos de El Museo Canario

Saint-Saëns, Ripoche y los bustos de El Museo Canario

Dionisio Rodríguez/ Luis Regueira

Viernes, 17 de julio 2020, 02:06

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Con motivo de mis investigaciones en España y Francia en torno a la figura de Camille Saint-Saëns (1835-1921) y su relación con Las Palmas, me encontré en la Médiathèque Jean Renoir de Dieppe (Normandía, Francia) , entre otras muchas, con una carta de Diego Ripoche (1859-1927) a Saint-Saëns fechada en mayo de 1890, al poco del retorno del compositor a París tras su primera gran temporada invernal en Andalucía y Canarias. La mayor parte del tiempo que pasó en España Don Camilo en esa ocasión (noviembre de 1889-mayo de 1890), lo hizo de absoluto incógnito, haciéndose pasar por comerciante y bajo el seudónimo de Charles Sannois. Desvelado el secreto, se contarán entre sus primeras amistades en Las Palmas el doctor Chil y Naranjo, los hermanos Luis y Agustín Millares, el obispo José Cueto (Padre Cueto) y el deán López Martín, los músicos Bernardino Valle y Santiago Tejera, el ingeniero y astrónomo aficionado Aquilino García Barba, la familia Navarro Sigala y el empresario y comerciante francés Juan (Jean) Ladevèze, entre otros.

La presencia de destacados ciudadanos franceses en la ciudad no era novedad, ya que algunas familias de esa ascendencia llevaban décadas en la isla. Este es el caso de la familia de Diego Ripoche, quien también establecería contacto con el músico parisino poco tiempo después, aunque en circunstancias diferentes. El documentado estudio de Cristina López-Trejo Díaz, Prisioneros de guerra Franceses de la Guerra de la Independencia: Su integración en la sociedad canaria, nos dice que el primer Ripoche en Las Palmas fue prisionero de guerra, marino de la escuadra de Napoleón apresado en Cádiz y que se encontraba entre los enviados a Canarias. Aunque tras la contienda algunos se quedaron en las islas, la mayoría regresó a su patria, como fue el caso de Juan (Jean Ignace) Ripoche (1786-1843), natural de Frossay (departamento del Loira), quien, sin embargo, volvió de nuevo al archipiélago y se casó con una canaria, viuda y originaria de Telde. Fue persona de confianza del empresario inglés Diego Swanston, por lo que pudo establecerse como comerciante y consignatario de barcos hasta su fallecimiento en Las Palmas.

Su hijo Juan Bautista Ripoche Hernández (1818-1884) incrementó el patrimonio familiar haciendo gran fortuna. Fue hombre generoso y conocido por sus obras caritativas y por su abnegada labor social. Su decisiva contribución a las obras de construcción del puerto de La Luz lo sitúa como prócer de la ciudad y merecedor de una calle con su nombre. Es a un hijo de este, Diego Ripoche Torrens, al que va a conocer nuestro compositor.

Diego Ripoche, nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1859, vivió de las rentas heredadas de su padre, cuyos negocios llevaba un administrador, Néstor de la Torre Doreste, abuelo del pintor Nestor y del arquitecto Miguel Martín-Fernández de la Torre, lo que le permitió formarse como naturalista y centrarse en su interés por la antropología física. Hombre ilustrado y amante de las ciencias y las artes, figura como uno de los fundadores de El Museo Canario en 1879, justo antes de trasladarse a vivir a París, donde permaneció hasta 1917. Durante esta etapa fue colaborador del Muséum d’Histoire Naturelle y sirvió de enlace entre el círculo científico de Las Palmas y las instituciones culturales francesas. A su regreso a su isla fue profesor de idiomas en el Instituto General y Técnico, pero al mismo tiempo siguió ejerciendo de enlace entre ambas comunidades científicas, para lo cual el referido museo parisino lo nombró corresponsal.

La relación de Diego Ripoche con Camille Saint-Saëns pudo forjarse a partir de un proyecto que El Museo Canario puso en marcha en 1888 y en el que trató de embarcar al músico en 1890, coincidiendo con su regreso a Francia tras su primera estancia en Gran Canaria. En el marco de este proyecto, gestionado por Ripoche desde París, Saint-Saëns recibió una carta del canario, escrita en francés y fechada en la capital gala, solicitándole una ayuda económica.

«París 27 de mayo de 1890. 148 Rue de Lourcine

Honorable señor:

A pesar de los recursos más que insuficientes que posee, el Museo Canario ha logrado reunir, en pocos años, colecciones de alto interés, que en varias ocasiones han llamado la atención de extranjeros que son figuras de primer rango en el mundo científico. [...]. Dispuestos a ayudar en esta noble tarea, los hijos de Canarias residentes en París hemos resuelto enviar un testimonio de felicitación y estímulo [...]».

El objeto de la petición es la compra para el museo de una serie de bustos de yeso de las razas humanas tomados del natural, que efectivamente siguen formando parte de la colección actual. El museo acabaría reuniendo un total de 94 bustos, de los cuales 51 permanecen hoy expuestos en la sala Verneau, coronando las estanterías que albergan la impresionante colección de cráneos de los antiguos canarios. Conviene que nos detengamos en la historia de estos bustos de yeso, paradigma del pensamiento raciológico imperante en la ciencia del siglo XIX. Como nos cuenta María del Carmen Cruz, conservadora de El Museo Canario, la iniciativa de reunirlos había partido del propio Ripoche dos años antes. Así, en abril de 1888 la Junta Directiva del museo recibió de este socio la propuesta de comprar las primeras 30 piezas por la suma de 150 pesetas, dinero que le fue inmediatamente remitido por giro para que fuera él quien se encargara de las gestiones. Cumplidos los trámites, los bustos ingresaron en El Museo Canario en el mes de junio, pero pronto el mismo Ripoche se puso de nuevo en contacto con la institución para comunicar que la colección estaría incompleta si no se adquiría otro lote similar, por lo que la Junta acordó a finales de diciembre librar otras 150 pesetas para hacerse con los bustos restantes. En realidad, este segundo lote, que llegó a su destino en julio de 1889, constó de 22 piezas, pero a ellas habría que sumar otras seis que llegaron previamente, donadas por el doctor Verneau y su esposa, y tal vez las otras dos que el mismo matrimonio haría llegar al museo unos años más tarde, tras haberlas coloreado personalmente.

Por tanto, la contribución que Ripoche solicitaba de Saint-Saëns en 1890 habría de corresponder al lote restante, una remesa de 35 bustos que el museo no recibiría hasta el 4 de enero de 1893. En la documentación que consta en el archivo de El Museo Canario se reseña que esta remesa ingresó como donación de Diego Ripoche, quien desde el principio había trabajado desinteresadamente para hacer los vaciados en yeso de los moldes originales, primero en las dependencias del Taller de Moldes de París y luego en el Laboratorio de Antropología. Sabemos, sin embargo, que el museo había costeado el gasto de yeso y que había pagado, además, el trabajo de un asistente que ayudó a Ripoche en su labor.

Y sabemos también, por la carta que recibió Saint-Saëns y que se conserva en Dieppe, que Ripoche afrontó los gastos económicos gracias a una cuestación que promovió en su entorno. De esta manera, la carta apela a la contribución...

«[...] de todos los canarios, as como también de los que visitan nuestro país [...]. Confiados en que Ud. bien nos ayudar en nuestra empresa en recuerdo de la hospitalidad que Ud. ha recibido en Las Palmas y que sabrá agradecer en toda la prensa del país [...].

Después de una formal despedida, la última página de la carta está ocupada por una lista de personas que han hecho aportaciones para costear los bustos. Entre ellas destacan el «Excelentísimo Sr. Don Fernando de León y Castillo» (1842-1918), que encabeza la lista y que aportó 80 francos; el doctor Verneau, que contribuyó con 50, y el propio Ripoche con 100. El resto de los mencionados realizan casi todos aportaciones simbólicas de 10 o menos francos:

«Exmo. Sr. Dn. Fdo. de León y Castillo: 80 fr (francos franceses); Monsieur le Dr. Verneau: 50; D. Ripoche: 100; F.N. Torre Pérez: 25; Federico León: 25; Francisco Durán: 2; El duque de Almenara: 5; R. del Río: 1; Alexis Julien: 2: Marqués de Novallas: 2; El conde de Prader: 2; Cristóbal Pollés: 1; Francisco Maciá Beitia: 5; Bardol y Mme. Reamour ¿?:2; Eusebio Navarro: 10; Vicente de Castro y Matos: 10; Francisco Gutiérrez Brito: 2; José de Quintana y León: 10; X: 4».

Fernando de León y Castillo, embajador de España en París durante la regencia de María Cristina, tuvo trato y relación con Saint-Saëns, como también lo tuvo su hermano Juan (1834-1912), ingeniero de profesión y aficionado, al igual que nuestro músico, a la astronomía. En cuanto al Dr. René Verneau (1852-1938), al que ya hemos citado, fue un prestigioso antropólogo e investigador francés, y sus trabajos en las islas fueron decididamente apoyados por Diego Ripoche; ejemplo de la excelente relación que mantuvieron es la necrológica francesa del canario, escrita por el Dr. Verneau y que publicó la revista L’Anthropologie con motivo de su fallecimiento en 1927. Verneau, fue un buen conocedor de las Islas Canarias, visitó todas ellas y elaboró abundantes trabajos sobre el archipiélago y sus habitantes, que suponen una buena fuente de información sobre esa época. Saint-Saëns tuvo noticias de él a través del director de El Museo Canario, el doctor Chil y Naranjo, y sus inquietudes de erudito le hicieron interesarse por las investigaciones de ambos en torno a las islas. A pesar de los múltiples viajes y estancias en Canarias de estos dos personajes fundamentales de la intelectualidad francesa del XIX, Saint Saëns y Verneau no coincidirán físicamente en Las Palmas hasta abril de 1899.

Desgraciadamente, los datos documentales que tenemos no nos permiten concluir si finalmente Camille Saint-Saëns accedió a la solicitud de Diego Ripoche, y por tanto no sabemos si le debemos una parte, pequeña o grande, de la colección de bustos de El Museo Canario. Sin embargo, si indagamos un poco en la personalidad del compositor nos quedarán pocas dudas, porque en muchos aspectos de su vida, y particularmente en sus relaciones con Gran Canaria, Saint-Saëns se mostró siempre implicado, participativo e incluso generoso, como demostró, por ejemplo, en los conciertos benéficos que ofreció en el teatro Tirso de Molina de la ciudad de Las Palmas en favor de la construcción del Hospital de San José (1897 y 1909), o el que dio para sufragar la sede de la Sociedad Filarmónica (1899). Una generosidad, en resumen, que tuvo la oportunidad de poner en práctica cuando recibió aquella carta firmada por un grancanario llamado Ripoche.

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