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Victoriano Suárez Álamo y Las Palmas de Gran Canaria.
Lunes, 15 de octubre 2018, 11:35
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— ¿Se ha quedado a gusto tras la escritura de ?
— Sí, mucho. Hay que tener en cuenta que es un primer tomo, algo así como las memorias de una juventud airada, llena de recuerdos vívidos, vividos con mucha intensidad, y bastante irresponsabilidad en comparación con mucha gente de mi generación. Llegan al año en que González gana las elecciones generales y la generación llega al poder. Ahí hay un cambio, y yo creía y creo que ese primer tomo debía llegar hasta esa fecha. Y, sí, me he quedado muy contento, mucho.
— ¿Se ha autocensurado?
— No, nada, con toda franqueza. Sí confieso que cada capítulo, al final, llevaba una colegiala llamada «trifulcas insulares», donde daba parte de algunas batallas que en el fondo no tenían importancia ninguna fuera de las islas, entre otras cosas porque los personajes que citaba no tienen fuerza ni grandeza ninguna, iba a hacerles un favor si me detenía en ellos más de la cuenta y el ajuste de las mismas no tenía sentido literario alguno. Piense que del Muelle Norte en adelante, nadie los conoce, no son nadie, son chamanes locales del poder chiquitito y no valía la pena. De modo que no es autocensura, sino estética. Si no hay estética, y esos personajes no la tienen, no hay ética y viceversa. Recuerde aquel telegrama de José María Valverde a Tierno Galván cuando Franco lo cesó de catedrático. Valverde era profesor de Estética en Barcelona y Tierno de Ética en Madrid. El texto decía en latín: «Ninguna estética sin ética». Y Valverde dejó la cátedra y se marchó a Canadá. Hablé con él, tomándonos un café en un local de la calle Velázquez en Madrid, pasado el siglo franquista, y me dijo que siempre había que tener en cuenta esa enseña y viceversa. Es lo que he hecho. He salido ganando y el libro mucho más que yo. El silencio de las cucarachas también forma parte de la victoria.
— ¿Ha callado más de lo que dice o está todo, absolutamente todo lo que quería contar?
— Está todo lo que quería contar en ese tomo, ¿verdad?, lo que no quiere decir que en el segundo tomo, que en principio se titula Más acá de Andrómeda (ya estoy trabajando mucho en él), no salgan recuerdos de la época de mi juventud enlazados con los de este nuevo tomo que llega hasta el año 2000. Si el Gran Arquitecto me lo permite, seguro que lo escribiré completo. Y hay un tercero, del 2000 hasta donde llegue, titulado Si muero lejos de ti. No, no me he censurado nada. Bastante tengo yo con el recuerdo vivo de la censura franquista como para ahora tener falsos pudores a la hora de contarme cómo dios de mí mismo o, como decía Madiba, capitán de mi alma...
— ¿Ha sentido pudor por contar su propia existencia?
— Ninguno, yo sigo siendo transparente. Me desnudo con facilidad, aunque eso me haga más vulnerable a primera vista. Me causó vergüenza un panfleto, muy mal escrito y argumentado, titulado Contra la sinceridad, escrito por, además, un periodista, que no es otra cosa que la justificación de la hipocresía, tan propia de nuestra sociedad. Da pena ver cómo la falsedad da prestigio en una sociedad más informada y profundamente ineducada como la nuestra. La sinceridad es honestidad con uno mismo y con los demás. Decir y escribir que la sinceridad es mala porque va contra la educación es propia de un mentiroso que no tiene gran idea de lo que realmente es la ética y la estética. Pero así somos ellos, amigo (Sic).
— ¿Se arrepiente de algunas cosas que cuenta? ¿Quizás el pasaje en el que relata su paso de joven por algunos prostíbulos capitalinos?
— Me arrepiento de muchas cosas de las que hice y viví, y aparecen en el texto, pero no de haberlas contado. Ese pasaje al que usted se refiere, el de los prostíbulos, en fin, ya lo he dicho, las gente es muy pacata y tiene muy poca memoria para sus pecados. Yo no, yo los confieso en público. Otra cosa sería mentir por opacidad o ausencia. Esa vida larga de juventud es muchas veces reprochables pero no desde el punto de vista moral, sino ético y estético. Y sí, me arrepiento bastante de esa temporada en ese sentido. Pero, vamos, García Márquez vivió en un prostíbulo, y lo confesó, y nadie lo lapidó por eso, ¿verdad? Más bien les hacía gracia, que aquel gran escritor confesara el asunto; les caía simpático, claro. Era García Márquez y se lo podía permitir. Yo nunca he vivido en un prostíbulo, aunque sí he pasado grandes jornadas en todos los lugares del mundo y he aprendido allí hasta relatos que alguna vez contaré. En mi novela inédita Ulises en la playa, que escribo ahora a ratos perdidos, cuento cosas de esa experiencia mía en clave de ficción y me lo estoy pasando en grande. Claro que es lacerante, horrorosa, un crimen sin casi, la vida de esas mujeres que me enseñaron tanto de la vida, claro que es un pecado social de gran envergadura, por eso me arrepiento, por eso...
— Para escribir este primer volumen de sus memorias ha tenido que mirar atrás. ¿Qué ha primado: la nostalgia o el orgullo por lo vivido y poder contarlo?
— Toda una amalgama de sentimientos, pero la gran felicidad es poder contarlo. Hablé antes de García Márquez. Bien, sepan que su libro de memorias es irregular porque ya estaba enfermo, se le iba la memoria por días, ya lo habían quemado en Los Ángeles para salvarle la vida, que se la salvaron, pero también le quemaron la cabeza, y eso unido a que ya tenía la enfermedad de la pérdida irreparable de la memoria, hizo que ese libro no estuviera a la altura, aunque a mí me gusta igual. Tengo pánico a perder la memoria, y creo que por eso escribo como un loco, porque cada vez que me levanto de dormir la noche pienso que voy a empezar dentro de nada a perder la memoria y entonces... Un amigo me dijo que esa enfermedad no es perder las llaves, sino que cuando las encuentras no sabes ni qué son ni para qué sirve. Pánico me da.
—¿Algún pasaje se puede entender como una expiación?
—En el fondo, es una confesión de parte, y en muchos lugares del texto hay arrepentimiento, un cierto dolor de haberme portado mal, no a la altura de las circunstancias. Claro que hay un poco de remordimiento y de exaltación del recuerdo, claro que sí.
— ¿Qué reacciones ha cosechado entre las personas a las que menciona? ¿Se ha roto alguna amistad por lo el libro?
— Bueno, mis amigos no han hecho más que leerlo y divertirse, por lo que me cuentan. Las amistades que tengo, bueno fuera a estas alturas, siguen intactas, y las enemistades ya estaban ahí, aunque tras este libro hay muchos que han perdido interés para mí, son como fantasmas de humo que a veces hacen aparición por unos segundos en mi mente, pero los ahuyento con un simple pase de mano. Mis amigos son fundamentales en mi vida. Fíjese lo que le voy a decir: creo que no he perdido en toda mi vida un amigo de verdad. Los que parecían amigos y no lo son, sería por una traición a esa misma amistad cometida por ellos. No eran amigos de verdad, sino que escondían «otras sinceridades» negativas y tóxicas que, al final, salieron a flote. Ya sabe, ellos somos así. No olvide que soy lector de la tragedia griega en su propia lengua y, en fin, sin ser un experto, sé por los demás lo que es la traición. Reto a cualquiera de los que sientan implicados en esta cuestión, que digan en público y por escrito, cuándo y cómo los he traicionado. Nunca.
— ¿Es usted lector de memorias de personajes públicos de relevancia? ¿Le gusta el género?
—Sí, claro. Me leí enteras las memorias de Churchill, enorme escritor, aunque lo ayudaron a que ganara el Nobel de Literatura, por supuesto. Memorias de ultratumba es un favorito. En fin, de ahora mismo, los tomos de mis maestros personales, Caballero Bonald, Vargas Llosa o Carlos Barral. He aprendido mucho con ellos. Y, sí, me gusta mucho el género. Un tipo, execrable por muchos motivos, dijo que no entendía por qué escribía yo mis memorias si yo no le interesaba a nadie. No es por mí, imbécil, es por la gente que se ha movido en mi entorno y que me han enseñado a ser cómo me soy, con todas las consecuencias. Y lo dijo un tipo que no tiene biografía alguna, hay que joderse...
— ¿Fue complicado dar con el tono literario del libro?
— No, fluyó perfectamente porque no había ningún mecanismo que impidiera esa riada, sino todo lo contrario. El tono de esa escritura literaria es el de un libertario que sabe que está escribiendo de verdad una parte de su vida y que, sobre todo, no puede engañarse a sí mismo, ¿verdad? El vicio de engañarse a sí mismo es muy común. El tono de mis memorias me encontró a mí verdaderamente dispuesto a ir haciendo ese strip-tease que significa siempre una memoria escrita. Es el mismo tono que sigo en el segundo tomo.
— ¿Qué periodo cronológico abordará en la segunda entrega?
— Hasta el 2000, cambio de siglo y de tantas cosas, como ya he dicho, y mi madurez como persona y como escritor. Muy divertido, dentro de los problemas de la vida...
— ¿Qué conclusiones ha sacado del festival de escritores de Los Llanos de Aridane, del que usted ha sido uno de los impulsores?
— Muy buenas, muy sorprendente buenas. Mire, cuando los elementos tóxicos que andan siempre poniendo palos en las ruedas para que no se hagan las cosas sin ellos, no están presentes, el ambiente lúdico y libertario se impone. Y sale la verdadera cara de los escritores de verdad, muy divertidos y muy humanos. Eso pasó en Los Llanos de Aridane, un recuerdo imborrable; ya tengo escrito el capítulo de mi tercer tomo, que tiene que ver con ese suceso espléndido. Que la gente, cuando veía a los escritores departiendo entre ellos, sentados con un whisky o un café, bajo los centenarios laureles de indias de la Plaza de España, se detuvieran para oírlos hablar y les agradecieran que estuvieran allí, en La Palma; que se sentaran con los escritores a departir sobre sus vidas, en fin... Un paraíso. Eso es posible porque hemos tratado de mantener la toxicidad tan frecuente entre los escritores ausente de este episodio palmero. Dudo de que hubiera podido hacer en Las Palmas de Gran Canaria o en cualquier lugar de Tenerife, donde abunda la toxicidad de escritores que ponen por encima su lugar de pertenencia a su vocación, tíos de la nada que lo único que pueden exhibir es su cercanía o su militancia en partidos con poder... La Palma es una isla pequeña con un corazón muy grande y allí no llega la mano de los que quieren manejarnos la cultura internacional de Canarias.
— ¿Habrá segunda entrega en 2019?
— Délo por hecho, y dése, bajo mi responsabilidad, como invitado de honor. Lo que hizo CANARIAS7 en su Pleamar fue un regalo que hay que agradecer como corresponde.
— ¿Tiene ha terminada su novela y con fecha de publicación?
— No, ni hablar. Tengo definidos los exteriores y los interiores, los personajes centrales, muchos episodios y capítulos están ya escritos, pero es una novela muy ambiciosa, con muchas aristas, donde hay cuatro mujeres sobre sus páginas que me dan mucho respeto, todas en una, África Mercedes Rejón, la sombra de ficción de quiEn fue Mercedes Pinto, familiar mío muy cercano. En fin, no quiero manosear con palabras esa novela, tengo mucha fe en ella, y cuando digo fe, digo estética. la estoy escribiendo con mucho respeto, mucho esmero, lentitud y cuidado, porque creo mucho en ella, y tal vez sea la novela de mi vida, aunque espero que no la última.
— Una última cosa, si le digo que el Gobierno de Canarias estaba empecinado en instaurar una liga oficial de juegos electrónicos en los centros escolares, ¿cómo se le queda el cuerpo?
— Todo muy patriótico, muy nacional, muy a la moda de la llamada atlánticidad oficial.
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