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Doble viaje por el desierto africano

Viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente», decía el escritor norteamericano Mark Twain. Salir del entorno habitual supone abrir la mente y permite conocer nuevas culturas, pensamientos y personas, elementos determinantes para enriquecer la percepción que se tiene de uno mismo y del entorno cercano y lejano.

Sábado, 2 de marzo 2019, 05:00

Las formas de desarrollar esa aventura son múltiples, pero una de las que mayor libertad otorga al viajero es la carretera, porque permite parar donde apetezca y enriquecer con rincones desconocidos el plan inicial. Este tipo de viajes, tanto si son placenteros como una vía de escape interior o fruto de algún problema con la justicia, se ha convertido en un género muy transitado por los cineastas (las conocidas como road movie).

Desde ayer, se proyecta en las salas nacionales 4 latas, la nueva película del cineasta Gerardo Olivares (Córdoba, 1964), cuyos protagonistas emprenden un viaje por el continente africano para reencontrarse con un viejo amigo, que está muy enfermo. El filme se rodó el año pasado en distintas localizaciones de Marruecos, Gran Canaria y Fuerteventura, por este orden cronológico.

«Con 14 kilómetros, retraté la realidad de tres africanos que huían de la miseria y que aspiraban a encontrar una vida mejor llegando a Europa. En 4 latas, hago un camino a la inversa, se trata de tres europeos fracasados, que huyen de su triste rutina y que buscan en el corazón de África cambiar su existencia», dice este cineasta que ha vuelto con esta comedia al cine que lo dio a conocer en los noventa, primero como documentalista, y después en la ficción, a partir de la exitosa La gran final (2005).

Reconoce que sus ficciones suelen beber en muchos casos de un puñado de vivencias propias. «Vas tirando de tu propia experiencia. Por ejemplo, en 2004, vi a unos inmigrantes en el desierto de Níger que me inspiraron mis posteriores largometrajes», confiesa Gerardo Olivares.

En este caso, el germen de 4 latas es doble. Por un lado, en 1990, el director de Entrelobos (2010) decidió atravesar el desierto del Sáhara en un Seat Panda. En aquella aventura, mientras montaba una tienda de campaña para dormir, cerca de la frontera con Malí, se acercaron unos tipos tatuados en un camión Berliet, que transportaban una serie de coches, neveras, generadores, neumáticos y repuestos. Ahí descubrió que algunos franceses se dedicaban a vender coches duros y resistentes de segunda mano en África, tras comprarlos en Europa.

«Esa idea se me quedó en la cabeza. Durante el rodaje de Hijos del viento (2015), Jean Reno, en una cena, me preguntó si tenía algún otro proyecto. Entonces le conté aquella historia y le dije que me gustaría rodar una película inspirada en lo que me contaron los dos franceses que llevaban aquel camión. Me dijo que si la escribía, él la protagonizaría. Jean Reno siempre estuvo detrás y cumplió con su palabra», subraya entusiasmado Gerardo Olivares sobre la participación del conocido actor galo de ascendencia española. Forma parte de un reparto que se completa con Hovik Keuchkerian, Susana Abaitua, Arturo Valls y Enrique San Francisco.

Gerardo Olivares descubrió África cuando contaba con 15 años. «Estaba con mi padre en Marruecos y nos fuimos por una carretera, en un Renault 12, hasta que llegamos al desierto y me dijo que allí se acababa el viaje. Me quedé con las ganas de saber qué había detrás de aquellas dunas, por eso en los 90 me fui con un amigo hasta la frontera de Mali, atravesando el desierto argelino», rememora.

Reconoce que durante sus viajes vivió «situaciones muy cinematográficas», que han acabado inspirando secuencias de sus películas. «En el desierto me siento cómodo, feliz, tranquilo... me reencuentro conmigo mismo. Es un lugar que me inspira mucho. Ves unos paisajes súper dramáticos, que cambian durante el día. Descubres cómo sobreviven los tuareg en un territorio tan difícil y tienes la oportunidad de disfrutar de su sabiduría y amistad», explica emocionado.

Durante el desarrollo de la historia de 4 latas, el personaje de Joseba habla mediante una voz en off que reproduce parte de un diario que escribió durante las aventuras motorizadas en el desierto que experimentó junto con sus amigos, en los años ochenta. «Con las palabras de Joseba hemos buscado desmitificar el desierto y también que cuando los protagonistas lleguen a su destino, ese personaje no sea un desconocido para el espectador», desvela.

Si se le pregunta en la piel de cuál de los tres viajeros –el vasco Tocho, el galo Jean Pierre y Ely, la hija de Joseba– se pondría, Gerardo Olivares responde, entre risas, que en «la del coche», en alusión al destartalado Renault 4 que da título a la película. «Ahora en serio, me siento más identificado con la chica, con Ely», apunta sobre el personaje de una joven que busca reencontrarse con un padre del que no tiene noticias desde hace muchos años.

El rodaje de 4 latas supuso el regreso de Gerardo Olivares al archipiélago canario, donde en 2016 rodó El faro de las orcas, la última entrega de su trilogía sobre la infancia y la naturaleza que arrancó con Entrelobos (2010) y continuó con Hermanos del viento (2015).

Aquella película, protagonizada por Maribel Verdú y Joaquín Furriel, se filmó en parte en Fuerteventura, isla que ha vuelto a acoger una parte de este rodaje con Gran Canaria.

«Fuerteventura ya es una parte de mi vida. Volvimos a rodar en algunos de los mismos sitios que en El faro de las orcas. Es un lugar muy especial y me gustó mucho rodar de nuevo allí. Me trajo muchos recuerdos», apunta.

Explica que esta producción española recaló en las islas por varias razones. «No solo estuvimos en Canarias por los incentivos fiscales. También por los paisajes y porque allí se contrató a parte del equipo. Unos profesionales estupendos y eso abarata mucho los costes», reconoce el cineasta sobre un proyecto que en un principio se iba a rodar en parte en Senegal y que cambió de planes por ajustes presupuestarios.

Su experiencia con La gran final y 14 kilómetros redujo los problemas de rodar en el desierto, en Marruecos. «No fue complicado. A la gente del rodaje les pareció duro, por el calor y las tormentas de arena. Los actores lo agradecieron, porque me dijeron que les ayudaba a situar a sus personajes», dice.

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