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Constantinos Carydis, durante el concierto del viernes, al frente de la OFGC. C7

Crítica musical/ Temporada de abono de la OFGC

Noche de estrenos y un brillante Kodály

Permaneció al final la gran mayoría del público en sus butacas para aplaudir a los solistas y secciones de la orquesta y a su director

Dionisio Rodríguez

Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 18 de octubre 2025, 23:20

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Se llenó el Auditorio Alfredo Kraus para escuchar el interesante programa que bajo la dirección del griego Constantinos Carydis ofreció en su temporada la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. Enmarcada entre dos grandes obras del repertorio, la 'Sinfonía Nº 38 Praga' del siempre genial Mozart, y las 'Danzas de Galanta', del folklorista y excelso compositor húngaro Zoltan Kodály, se ofrecían dos estrenos en nuestro país. Barrió para casa el director al presentar las obras del compositor griego Periklis Koukos (Atenas, 1960); la primera de ellas, 'Adagio para cuerdas de Los Persas', basada en la tragedia homónima de Esquilo abrió el concierto y supuso su estreno en España. Una obra corta con un comienzo misterioso y emotivo cuyo ambiente permanece durante el transcurrir de toda la obra hasta su manso final. Resultaba sospechoso que aunque la primera obra estuviera escrita para instrumentos de cuerda, ocuparan sus posiciones los vientos y percusión que iban a intervenir en la segunda, la mencionada sinfonía mozartiana. Así fue, Carydis atacó el comienzo de la sinfonía sobre el último acorde de la obra de Koukos, lo que despistó a parte del público, que aplaudió al final del primer movimiento de la obra de Mozart.

Atacó con prestancia la introducción de la sinfonía un Carydis sin batuta, de amplio gesto y movimiento corporal, que ya dejó entrever su concepción cuasi romántica de la partitura, El tema sincopado del 'Allegro' tuvo vigor sonoro, mejoró en la parte central más contrapuntística donde metales y percusión estuvieron comedidos, todo fue a mejor en la repetición, se lucieron la pareja de fagotes en sus intervenciones, aunque todo el movimiento adoleció de cierta inestabilidad rítmica que también se pudo apreciar en otros momentos de la sinfonía, pese a ello se retomó cierto espíritu mozartiano en la reexposición con acertadas intervenciones de las maderas. En el segundo movimiento, 'Andante', Carydis trasmitió su indecisión rítmica a las cuerdas, que tardaron en encontrar el tempo, algo rápido y falto de tensión y poesía; la segunda vuelta, más calmada, resulto mejor rítmicamente aunque ya descaradamente romántica, con abuso del 'stentato', y sonoridades que recordaban más a un joven Schubert que al clasicismo vienés, acentuadas si cabe durante el Trio. El último movimiento, 'Presto,' comenzó muy inestable, algo embarullado y pasado de decibelios en los 'forte'; estuvieron bien las maderas en sus interludios contrapuntísticos y mejoraba todo en las repeticiones, aunque la orquesta no recuperó el espíritu clásico hasta los últimos episodios del movimiento. Carydis dirigió la sinfonía con una gestualidad amplísima que no invitaba a la precisión, lo que se trasmitió al conjunto que navegó sin estilo durante casi toda la obra.

En la segunda parte tuvimos otro estreno de Koukos, su Oda a Edipo 'Oh luz sin luz', dedicada al propio Carydis, y que presenta una orquestación amplísima que incluye dos arpas y piano, que fueron los que dieron comienzo a la obra con una salmodia que se va extendiendo progresivamente a cuerdas y vientos. Los compases compuestos en que está escrita la pieza en algunos episodios no fueron bien explicados por Carydis y resultaron un poco confusos y dubitativos. La obra, de estética de lo más convencional y tintes cinematográficos, se pudo apreciar la sombra de John Willians, no emocionó y vagó errática, danza griega incluida, hasta un final con despliegue de percusión y carácter holywoodiense.

Para terminar, sin duda lo mejor del concierto, las danzas de la región húngara de Galanta, hoy parte de Eslovaquia, en las que Kodály pasó parte de su infancia. La obra está estructurada en cinco movimientos que se ejecutan sin interrupción, creando la sensación de que es una única danza con cambios de tempo y ritmo. Con una orquesta más pequeña que la de la obra precedente, la maestría del húngaro saca petróleo del folclore de su país logrando sonoridades impactantes y bien construidas.

Hubo por parte de Caridys un poco de indecisión en el comienzo de la primera intervención de los violonchelos y nos temimos los peor, pero el brillante solo de trompa siguiente pareció una llamada de atención y todo comenzó a trascurrir por sus cauces. Estupendas las cuerdas en sus cálidas, virtuosas y apasionadas intervenciones, magníficos también todos los bellos solos de las maderas, clarinete, flauta, flautín y oboe se lucieron durante toda la obra consiguiendo momentos de gran inspiración. Las danzas fluyeron una tras otra con la continuidad necesaria hasta el festivo final en la que director y orquesta se conjuraron para bailar juntos el verbunkos húngaro.

Un último solo del clarinete de Radovan Cavalin, extraordinario toda la velada, fue el momento íntimo que preludió la traca final de la pieza, que terminó brillantemente e hizo escuchar los bravos y las ovaciones más cerradas de la velada.

Permaneció la gran mayoría del público en sus butacas para aplaudir a los solistas y secciones de la orquesta y a su director, que estuvo más acertado y cómodo en el romanticismo folklorista de Kodály.

Ficha

Director: Constantinos Carydis. Obras de: Koukos, Mozart y Kodály. Lugar: Auditorio Alfredo Kraus. Fecha: Viernes, 17 de octubre.

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