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Vuelve a tocar en el archipiélago canario «después de muchos años», confiesa, mientras pasea para recuperar fuerzas en un enclave donde confluyen «las Rías Altas y Bajas, en Galicia», ya que durante este año su banda «ha viajado cinco veces a América» para tocar en directo. «Tengo que tirar de memoria, pero hace 15 años, tranquilamente, que no tocamos en Canarias. Hay grupos que no han durado todo ese tiempo [risas]. Esta vez nos toca, pero a una hora muy extraña. Creo que es la primera vez en la historia del grupo que tocamos a las 20.00 horas. Me parece una locura, pero ya se sabe que hay organizaciones psicodélicas», apunta con su ironía habitual y entre risas, de nuevo.
Aterriza Ilegales en el FiestoRon con su reciente álbum Rebelión (2018) bajo el brazo. «Tocaremos 100 minutos, canción tras canción y sin respirar, pero cada canción con su tempo. Eso lo rige todo y conseguimos encajar en ese tiempo más de treinta canciones. A costa de estar muy en forma. El concierto va a toda velocidad, como en las salas americanas. En Estados Unidos hemos aprendido a elaborar un repertorio así. Los americanos nos llevan mucha ventaja en estas cosas, pero nosotros no queremos que sea así», subraya Martínez.
En Rebelión, Ilegales se muestra rotundo. «Me preguntan mucho que contra qué nos rebelamos. Hay muchísimas cosas contra las que rebelarse hoy en día. Se ha abolido la censura, pero en este país existe la Ley mordaza, que es insufrible. Se consiguió que la sanidad fuera universal y ahora se está a favor de que se privatice... Con la educación sucede lo mismo que con la sanidad, dinero público destinado para la privatización. Pero lo más insufrible es la Ley Mordaza, existen prohibidores vocacionales. Se necesita ofenderlos todos los días, por higiene social», argumenta sin ambages.
Ilegales, explica, huye de los panfletos, los insultos y las críticas vacías de contenido. «Modulamos el discurso y somos claros. Otros solo sueltan espumarajos por la boca. Así pierdes credibilidad. Hay que ser objetivos, con cierta elegancia para poder combatir. Muchos compañeros utilizan frases superfluas y eso es como ponerle puntillitas al vaquero. Rozan la cursilería. Sus letras son vacías y solo hay exabruptos. Ilegales tiene textos descarnados y nunca nos hemos encontrado censura, también porque nos autogestionamos y lo estamos llenando todo. No solo en España, también en América», asegura Jorge Martínez.
Asegura mantener viva la «ilusión», como el primer día que se subió a un escenario. «Es el principal ingrediente, junto con tener un escaso sentido del ridículo y una injustificada energía cuando te pones delante del público. Eso lo lleva incorporado cualquier artista. Hay que asumir cierta condición de esperpento. Eso lo gestionaba muy bien Dalí y también Picasso, pero no tanto. Entre los escritores, Cela era el gran esperpento», dice entre risas.
Reconoce que con el paso del tiempo ha evolucionado, ya que mientras «más se vive, más se cambia». «Pero hay posturas difíciles de abandonar y el momento histórico en el que vivimos te lleva a la regresión. Ahora desaparecen libertades tras un duro combate en las calles. Hay que volver a una postura beligerante. Si no, seríamos unos eunucos, unos castrati y unos carapijos», de los últimos canta en Rebelión.
Este histórico del rock nacional desde finales de los años 70 defiende que el artista tiene que situarse y exhibir en público un cierto compromiso con su tiempo. «El artista y todos los que forman el mundo intelectual o laboral deben intentar que las libertades civiles se amplíen. Por eso hay que trascenderlas. Muchos no lo han hecho ni lo hacen y después pasa lo que pasa... se acaban restringiendo las libertades. Es el momento de salir a la calle. Si hay que salir a la calle a luchar, cuenten conmigo. Tengo preparación militar. Hice la mili y allí no se iba a cantar canciones. Aprendí a combatir», apunta.
El alma máter de Ilegales no comparte que la sociedad contemporánea sea tan pasiva como puede aparentar. «Desde la crisis económica, ya no se traga con todo. Hay sueldos de hambre, el sueldo no alcanza...y las revoluciones vienen de los callejones sin salida. Históricamente, mira la Revolución Francesa. Se decía que no iba a pasar nada. Seguían con sus peinados arquitectónicos como si nada pasara... y María Antonieta pasó por la guillotina y aquello cambió el curso de la historia. Ahora estamos a punto de vivir otra revolución y será más sangrienta. Es a lo que lleva el liberalismo rabioso y lo que la geopolítica impone. Es preocupante. Los poseedores de las mayores fortunas empiezan a advertir sobre ello. Son los más inteligentes y apuestan por el Gatopardo, que todo cambie para que nada cambie. Apuestan por suavizar las cosas, porque si no, todo va a estallar», advierte.
No predica en el desierto, porque asegura que ya «hay muchos artistas que hablan de esto a cara descubierta». Y prosigue con su reflexión sobre lo que se avecina si nada cambia. «Las masas, cuando deciden ser protagonistas, no tienen dueño. Una vez que se desatan, quien las encabeza acaba devorado por ellas. La historia nos devorará a todos, justos y pecadores».
Durante el documental Mi vida entre hormigas, queda claro que Jorge Martínez y buena parte de los exmiembros de Ilegales no dudaban en solventar sus diferencias con los puños. Tanto con los dueños de los locales y de los equipos donde tocaban, como con otros artistas, con algunos espectadores que se pasaban de los límites o con desconocidos que se cruzaban en el camino durante una noche de fiesta, alcohol y drogas.
Cuando se le pregunta si ante algunas situaciones o ante más de un sujeto contemporáneo le gustaría retomar su stick o alzar los puños, Jorge Martínez no se corta un pelo. «La violencia me repugna, pero es necesaria. Los humanos somos muy bélicos. Lo de la noche de paz es deseable, pero no es posible. Incluso, antes de los humanos ya estaban las bacterias... Cuando después de llover ves un jardín mojado, donde comienza a florecer, lo que hay es una guerra química de bacterias. Y es que la vida es violencia. Ahora estoy paseando junto al mar, por el puerto, donde el pez grande se come al pequeño. La vida te devora y si no devoras tú, te devoran a ti», lanza el veterano cantante, guitarrista y compositor asturiano.
La crudeza de la que hace gala esconde a un tipo muy culto. También habita en esos 1,86 metros de altura de corpachón estilizado un apasionado de los soldaditos de plomo. Posee una gran colección de figuritas y moldes para hacerlos, aunque advierte que manejar «el plomo es delicado». «Se trata de un flashback a mi infancia. Es un mundo colorido, que tiene sus necesidades y sus exigencias. Cuando los pinto, oigo música. Y en muchas ocasiones paro y toco la guitarra, porque me permite viajar al subconsciente, algo que hago también cuando sueño. Las canciones son exigentes y si aparecen en un sueño, hay que despertarse y plasmarlas sobre la marcha. A veces llaman a la puerta a las tres o cuatro de la mañana y es jodido levantarse, ya que aquí no es como en Canarias, porque hace mucho frío a esas horas [ríe]. La música es un amante que no es celosa, pero sí exigente. Se va, si no le haces caso», reconoce.
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