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Barbara Hannigan, durante el concierto en el Auditorio Alfredo Kraus, al frente de la OFGC. C7

Crítica/temporada de la OFGC

Barbara Hannigan obtiene un gran éxito con la OFGC

El concierto más allá de apreciaciones personales o profesionales, gustó mucho, trascurrió siempre por cauces musicales y dejó muy claro la gran artista que es Hannigan

Dionisio Rodríguez

Las Palmas de Gran Canaria

Lunes, 23 de junio 2025

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Venía Barbara Hannigan a debutar en España como directora, asunto con amplia repercusión en la prensa musical, y ha encontrado en el público de Las Palmas de Gran canaria una entusiasta acogida en un abarrotado Auditorio Alfredo Kraus, que la aclamó repetidas veces, y en una disciplinada orquesta con la que pudo expresarse en sus versiones del atractivo y sugerente programa, marca de la casa, con los que suele presentarse en su faceta directorial. Bien por la dirección y programación de la orquesta, al situarnos como temporada novedosa y exclusiva.

Venía nuestra protagonista de haber actuado en Islandia, donde a partir del próximo año será titular de su orquesta nacional, amén de una abarrotada agenda con la que recorre las principales capitales musicales del orbe en una exitosa cadena de conciertos, tanto en su faceta de directora como de intérprete, alternando diferentes estilos musicales y colaboraciones con artistas de primera fila de diversos ámbitos. Posee una amplísima e inusual discografía, participa en producciones escénicas novedosas y arriesgadas, y presta especial atención al apoyo de jóvenes talentosos y artistas emergentes a través de su fundación. En Las Palmas de Gran Canaria, mantuvo un encuentro con profesores y alumnos del Conservatorio en la sede de la orquesta.

Uno de los ejes centrales del concierto lo configuraba sin duda alguna 'Las Iluminaciones Op 18' de Benjamin Britten sobre los versos homónimos de Arthur Rimbaud. Obra capital del autor inglés me atrevería a decir, y tiene muchas este hasta cierto punto olvidado autor de joyas como esta, escrita para orquesta de cuerdas y soprano, y terminada en 1939 en los EE UU. Los enigmáticos y desgarrados versos del poeta francés encuentran fiel reflejo en la música del compositor, que sabe traducir la atmósfera, a veces conmocionada e irrespirable, que emana de los textos. Los nueve episodios transcurren con fluidez y obligan a los intérpretes a súbitos y a veces breves cambios drásticos de carácter, que en seguimiento de las palabras dan estructura y personalidad a la obra.

La interpretación fue excelente, llena de dramatismo y con momentos de gran sutileza e intimidad. Hannigan canta desde el podio cara al público, subrayando con las manos los puntos de encuentro o más libres de interpretación, dejando que la orquesta y sus secciones se comportaran como un gran quinteto camerístico en funciones de acompañamiento durante gran parte de la obra. Tan solo se volvió para dirigir el episodio fugado y algún que otro momento necesario en el que no canta. Su personalidad artística, su conocimiento profundo de la partitura y sus posibilidades, y su línea de canto impoluta y clara, sirvieron las más de las veces como guía para el devenir de la pieza, incluso en los momentos más virtuosos y frenéticos, con abundantes 'divisi' en las secciones, que obligaron a todos y cada uno de los profesores a una atentísima concentración; bravo por todos ellos. Mención aparte merecen los acertados solos de Adriana Ilieva (viola), Janos Ripka(violonchelo) y Antonio García Araque (contrabajo) solista de la Orquesta Nacional, e invitado en este programa a comandar una sección que tuvo una actuación modélica durante todo el concierto. El concertino invitado, el húngaro Erno Kallai, habitual en varios programas de la temporada, estuvo magnífico en su delicioso dúo con la soprano y en general con el comprometido papel de co-director, sin recurrir a ningún tipo de alarde de gestualidad, sobrio y eficaz.

Hannigan cantó e hizo fluir la obra de forma extraordinaria, dio salida a su paleta de colores vocales y supo a través de su propia figura, sus gestos y los matices de su voz, imprimir un carácter a la obra, que encontró en sus intérpretes la tensión, el drama, el dolor y la fugaz felicidad que emana de los textos poéticos. Pena no contar con la proyección traducida de los mismos, hubiera hecho más comprensible la unión de estos dos genios.

Antes dirigió Hannigan una aseada 'Sinfonía 'Clásica' (1917) del ruso Sergei Prokofiev, obra de juventud e inspirada en el clasicismo vienes, con sus cuatro tiempos canónicos, en los que su conocida 'Gavotta' sustituye al 'Scherzo, non troppo allegro', subtitula el autor y Hanningan se lo tomó al pie de la letra y nos hizo recordar a Yury Temirkanov por sus 'ritardandi' en el 'ritornello'. Fue el primer éxito de la noche la magnífica pieza de Prokofiev, aperitivo delicioso y virtuoso que la orquesta desgranó con carácter y ganas, consciente del envite y resuelta con enjundia tanto en vientos como en cuerdas.

Tras el descanso, en la segunda parte tuvimos una lectura más o menos rigurosa y matizada de la 'Sinfonía para instrumentos de viento' de Stravinski, con magníficos solos de flauta y fagot, que dio paso al otro gran plato del concierto; la monumental última sinfonía del gran Joseph Haydn, que cerraba el circulo neoclásico con el auténtico. Gustó mucho al público que ovacionó a intérpretes y directora, haciéndola salir a saludar repetidas veces, al igual que había ocurrido en la primera parte. Triunfó Haydn pese a la peculiar interpretación de la canadiense, que no supo desgranar la introducción de la obra, convirtió el Trio del 'Menuetto' en soporífero y se permitió arbitrariedades, pausas y otras licencias muy suyas, que no gustaron a los numerosos músicos que asistieron al concierto, como tuve ocasión de comprobar, y tampoco a este que suscribe. No obstante lo dicho, el concierto más allá de apreciaciones personales o profesionales, gustó mucho, transcurrió siempre por cauces musicales y dejó muy claro la gran artista que es esta Barbara Hannigan, de la que esperamos no tarde en volver con nuevos proyectos a esta isla.

Coda: Una abonada habitual se me acercó para preguntarme si sabía por qué no se le entregó un ramo de flores a la directora al final del concierto. Le dije no saberlo, pero reconocí que hubiera estado muy bien.

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