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«Hay aspectos de Galdós que me gustan, otros no»

«Hay aspectos de Galdós que me gustan, otros no»

La catedrática Yolanda Arencibia (Las Palmas de Gran Canaria,1939) defiende que su biografía de Benito Pérez Galdós retrata a un ser humano con luces y sombras y que ha evitado caer en el «buenismo». Con este volumen, que acaba de llegar a las librerías de la mano de Tusquets, tras ganar el 32º premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias, acaba con muchos bulos sobre el escritor grancanario.

Lunes, 21 de septiembre 2020, 13:48

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— ¿Esta biografía de Benito Pérez Galdós es la culminación de su gran proyecto vital?

— Podríamos decir que sí. Me alegro de haber podido hacerlo, porque no todo el mundo tiene la suerte de tener la cabeza bien puesta al final de la vida para hacer lo que siempre ha querido hacer. Sebastián de la Nuez siempre decía que estaba escribiendo una biografía de Galdós, pero no lo hizo. Seguramente, no le dio tiempo. Alfonso Armas no escribió una biografía, sino que hizo un trabajo sobre sus cartas. He trabajado en torno a Galdós toda la vida. Desde mi tesis doctoral. Durante mi etapa como docente en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria también me dedicaba a otras cosas, aunque nunca lo he dejé a un lado. Se puede decir que me he metido a fondo en los últimos años de mi docencia y cuando me he jubilado. Jubilarse es una maravilla si uno lo hace con la cabeza bien puesta. Desde ese momento, solo me he dedicado a Galdós. Vamos a decir que llevo unos 15 años, aproximadamente, dedicada a su figura. No partía de cero, ni mucho menos, sino que contaba con todo lo que ya había investigado anteriormente. He llegado al punto de que a mis libros, que ya me asfixiaban en casa, les he puesto un piso en un ático de la calle Francisco Gourié. En casa solo he dejado a Galdós, Alonso Quesada y Pancho Guerra. He trabajado sobre el último para que se publiquen sus obras completas. Alonso siempre me ha interesado mucho y hace unos años hice una cosa sobre él para la Casa-Museo Tomás Morales. Fue un genio, un puntal, el Mesoneros Romano de aquí.

— ¿Cuándo decidió comenzar la escritura de esta biografía?

— Hace unos cinco años. Empecé a escribir un archivo por cada uno de sus años. Desde que nació hasta que murió. La biografía es cronológica, arranca cuando nace y acaba el día que muere. No entré en el entierro. Ya contaba con más de mil páginas y no quería entretenerme en datos que ya se saben, porque yo no estuve allí [risas]. Solo tenía que copiar y cada vez que lo hago me gusta justificarlo y me llevaría mucho tiempo. Opté por acabar con un poema de Josefina de la Torre. He querido ser didáctica, soy profesora... Por eso, si alguien se quiere leer Fortunata y Jacinta, encuentra rápidamente el lugar en el que hablo de la novela y no tiene que pasar por todo lo demás. Si te interesa el Galdós republicano... otro tanto. En cada capítulo, no pongo epígrafes, sino frases de Galdós o de Pardo Bazán, que tienen relación con lo que se va a contar.

— Condensar y seleccionar lo que incluye en la biografía, sabiendo tanto sobre la figura y la obra de Galdós, imagino que habrá sido una tarea muy complicada. ¿No es así?

— Fue complicado. Por eso le doy mucha importancia a las notas que se incluyen al final. Son tan interesantes como el texto. Lo que eliminaba o condensaba mucho para el texto, si podía, lo incluía y desarrollaba en las notas. Al final pasamos de más de mil páginas a unas ochocientas. También fue muy complicado capitular. Algunos estaban claros, pero hubo partes de su vida que resultaron difíciles de compartimentar. ¿Cómo separas un año de otro? Tuve que encontrar cosas, acontecimientos para hacerlo.

— ¿Nexos, hilos invisibles?

— Sí, nexos que corten. Son aleatorios, inventados, la vida tiene una unidad.

— El lector tiene que tener claro que no se trata de una tesis sobre Galdós, por lo que imagino que habrá intentado hacerlo ameno y que se pueda leer casi como una novela.

— Lo he intentado. He pensado en un lector común, pero también en los estudiosos de Galdós. En algunas circunstancias de su vida, pongo varias versiones. Evito afirmar categóricamente. Creo que en eso soy galdosiana. Él no decía que algo era así, sino que podría ser o parece ser...

— Tras sus investigaciones y mientras escribía esta biografía, ¿se topó con el Galdós que ya conocía o con uno diferente en algunos aspectos?

— Lo he conocido muchísimo mejor. Hay unas partes que me han gustado más y otras, menos. Intento no caer en el buenismo.

— No lo convierte en un héroe.

— Para nada. Ya en el prólogo digo que se equivocó en algunas cosas. También digo también que quiénes somos nosotros para decir que se equivocó... Por ejemplo, en la última etapa de su vida, cuando incluso se hizo una recolecta pública por él, creo que no actuó bien... no tenía tanta falta de dinero. Vivía en un chalet, propiedad de su sobrino y contaba con una gran casa en Santander, que estaba hipotecada, eso sí. Tuvo una obsesión por el dinero, que es algo muy propio de las personas cuando se hacen mayores. Por eso distingo entre el Galdós que por momentos nos desconcierta con lo que dice o por cómo actúa y el que sigue escribiendo. Se debe a las fijaciones propias de las personas mayores. Cuando se alejan de esas obsesiones, vuelven a ser la persona de siempre. Sé que me van a reprochar por algunas sombras que cuento...

— Si no las cuenta, mentiría...

— Claro. Sus principales sombras son fruto de la edad, estaba muy mayor y ya no era él del todo. Incluso, hay pasajes en los que me meto en su cabeza, donde reflexiono sobre si es él mismo o ya no lo es.

— En el fondo, habla de un Pérez Galdós que es como sus personajes, una persona con luces y sombras, no un arquetipo o un producto prefabricado.

— Sí, sí. Alguien vivo, de carne y hueso.

— ¿Sorprenderá a los galdosianos con aportaciones desconocidas?

— Creo que sí, pero lo normal es que digan que están mal [risas]. Pero desde luego, no están mal, porque no afirmo nada que no esté probado. Un estudioso de primera fila defiende que su hermano Domingo no fue el mayor, sino que fue su hermana Soledad. No es así. Lo digo porque he visto con Caridad Pérez Galdós las partidas de nacimiento y una carta de un hermano de doña Dolores, su madre, que le escribe desde Cuba donde habla de las ganas de conocer a su sobrino «Dominguito», que es sin lugar a dudas el hijo mayor.

— ¿Acaba con muchos bulos que existen sobre su figura?

— Sí, con algunos. Uno de sus sobrinos dice que su tío no escribió de Canarias por unas razones concretas. Lo dijo en el año 1825. Y no hay más. Se extendió eso de que al llegar a la península se quitó la tierra de los zapatos para olvidar su isla natal. ¿Dónde lo dijo y quién lo afirma?, es mi pregunta. Lo he visto todo, todo, todo y he visto que lo mismo se ha dicho de Emilia Pardo Bazán, de Clarín... Es una frase hecha o un pensar extendido sobre todos los que no escribían sobre su tierra de origen. Como Clarín dijo que lo único que le faltaba a Galdós en su obra era la huella de Canarias, se extendió esa idea, ya que el suyo era el único estudio que existía cuando don Benito murió. Por fortuna, cada vez se conoce mejor su vida y su obra. Espero que si alguien lee esta biografía sin prejuicios, lo conozca mejor. Fue un genio. Sabía que lo era. Fue una de esas personas que nace una vez en mucho tiempo. Pero también fue un ser humano.

— ¿Qué conclusiones saca de la relación que mantuvo con la escritora Emilia Pardo Bazán?

— Ella fue una mujer magnífica. Hubiera sido la mujer de su vida, pero se podían casar, porque ella ya lo estaba. A Galdós no se le pudo pasar por la cabeza. Ella era mucha mujer para él. Ella lo asustaba. Galdós era muy, muy, muy canario. Adoraba a las mujeres, pero las mantenía en un margen. Las adoraba, las mimaba, pero mandaba él, por detrás. Como hizo su padre. Pardo Bazán era condesa. A la familia de Galdós le hubiese encantado ese matrimonio, porque su hermano se casó con la hija de un marqués. Don Benito no se habría casado con una mujer que no estuviera bien posicionada. No lo hizo con Lorenza Cobián, que era modelo de pintor con la que tuvo una hija. La familia no lo hubiera dejado entrar y él nunca iba en contra de su familia. Él quiso mucho a esa hija, la hizo heredera, pero no entró nunca en casa de don Benito. Solo pudo hacerlo cuando el escritor se estaba muriendo y era la casa de su sobrino. Dicen que fue Gregorio Marañón el que pidió que la avisaran cuando supo que Pérez Galdós se estaba muriendo. La otra versión, la da Rafael Mesa y López, afirma que ella tocó en la puerta de la casa, llorando y pidiendo que la dejaran entrar a verlo. El sobrino de Galdós se portó tan bien que le habilitó a ella y a su marido una habitación en el chalet. Ella vivía de lo que le pasaba Galdós. En las cartas que le mandaba le ponía: «te va un cangrejo». Algo muy canario, que alude al dinero que le enviaba. Emilia Pardo Bazán se portó muy bien con él, mejor que lo hizo él con ella. Fue atrevida y avanzadísima para su época. Su posición le ayudaba, pero había que atreverse a llevar una vida tan liberal en aquella época.

— También analiza en el libro de su correspondencia.

— Dudé si hacerlo o no, porque no quería escribir una biografía novelera. Hay muchas cartas de la última novia que tuvo, Concha. Me pareció que había que incluirlas. Esa mujer lo trastornó un poco. Él se dejó trastornar por ella.

— Otro tanto hace con todos sus libros.

— Así es. Uno a uno. Cuento por qué los escribió, qué hacía en ese momento, qué cartas escribía... Lo menos que le dedico unas diez páginas. Quizás a los Episodios Nacionales le dedico algo menos, pero porque tienen un fondo común, aunque escribo sobre cada uno. Lo mismo con sus obras de teatro y con casi todos sus artículos en prensa. Todo tiene su momento concreto.

— ¿Por qué no consiguió el Premio Nobel de Literatura?

— Se han dicho muchas cosas. Creo que ha sido la suma de distintas cosas. Dicen que el jurado era muy conservador y que por eso lo rechazaron. Influyó el momento político, a las puertas de la Primera Guerra Mundial. España era una cosa extraña y poco considerada. Además, se le había dado dos años antes a otro español, Echegaray. También existían muchas cartas contra la candidatura de Galdós. Si yo hubiese sido jurado, en esas circunstancias, tampoco se lo habría dado. No era el momento, pero para él era la última oportunidad. La guerra que se montó en España contra su figura fue determinante.

— ¿Su libro es una puerta de entrada al universo galdosiano para los que no lo han leído o un complemento para los lectores habituales de sus obras?

— Espero que ambas cosas. Me conformo con que un solo lector de mi libro, que no haya leído nada de Galdós, comience a hacerlo. A Galdós hay que leerlo.

— ¿La sociedad sería mejor si se leyese más a Galdós?

— Sin duda. Todos dicen que lo han leído, porque saben que Fortunata y Jacinta son dos mujeres que se enamoran del mismo hombre o que Tormento se enamora de un sacerdote. Pero eso no vale. Detrás hay mucho más, cada novela cuenta muchísimo.

— ¿Le gustó la exposición que le dedicó la Biblioteca Nacional en Madrid?

— Sí. Tiene algunos fallos, pero estaba muy bien montada.

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