Marta Sanz
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Marta Sanz
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Los escritores se guardan en público de hablar de dinero, de sus condiciones materiales de vida, de las facturas y de la tarea casi imposible de llegar a fin de mes teniendo como oficio las letras. En privado, sin embargo, no comentan otra cosa. Marta Sanz (Madrid, 1967) es de las pocas autoras que se ha atrevido a denunciar en voz alta la precariedad del literato, las miserias del mercado editorial y las desigualdades de clase en el glamuroso gremio intelectual. En 'Los íntimos' (Anagrama), Sanz aborda los claroscuros de de un negociado en el que se exige a los hacedores de libros comportarse como estrellas del rock, pero sin las contraprestaciones que reciben los dioses de la música.
–Escribe por obcecación y por rabia, entre otras cosas. ¿Qué cosas le irritan y la incitan a crear.
–Me preocupa mucho la normalización de la violencia, porque cuando incurrimos en esta actitud no la percibimos. Desde que publiqué 'El frío, en 1995, esa ha sido la constante fundamental en mis libros.
–¿Crees que el mercado se está comiendo toda propuesta de cultura crítica?
–Es una ola, hay picos en los que estamos arriba y momentos en los que estamos abajo. En los últimos años la influencia del mercado se impone de una manera mucho más intensa y subrayada. A partir de la posibilidad de las redes y del uso desvirtuado de ella, vivimos en una sociedad profundamente demagógica.
–Ahora que todo es susceptible de medirse con herramientas digitales se pueden hacer libros a la medida.
–Es que parece que el único discurso que no es contestable es el del mercado, el del mercado como audiencia, y no es lo mismo lo popular que lo comercial.
–¿Cómo se lleva con la industria editorial?
–Mis relaciones con ella son agridulces. Oscilo en esa franja que va del resentimiento a la gratitud. En los últimos años estoy muy agradecida a Anagrama porque me ha dado la visibilidad, y además hemos podido tejer una confianza gracias a lo que llaman política de autor.
–Subtitula el libro 'Memoria del pan y las rosas'. La literatura le ha permitido conocer a mucha gente y visitar un sinfín de países.
–Efectivamente, mi autobiografía es mi currículum, y en esa experiencia literaria y vital ha habido momentos dulcísimos y maravillosos, así como amistades absolutamente irrepetibles, pero también muchas zonas de fricción que veces no se ven porque la vida de quienes escribimos se suele plantear siempre desde una perspectiva muy fotogénica. Se nos saca en nuestros momentos de esplendor, pero no en nuestros momentos de derrota e incluso de precariedad económica.
–Le ocurre también a los actores, a los que la gente quiere ver preferiblemente en la alfombra roja.
–Claro, es algo parecido. A los que escribimos se nos pide que tengamos la dinámica de las estrellas del rock and roll, un tipo de visibilidad permanente, que nuestras presentaciones sean espectaculares y hablemos muy bien en público. Y resulta que esa parte se está comiendo a otra muy importante el oficio, la del trabajo lento y reposado. Sin duda ninguna, nuestras condiciones de vida afectan a la escritura.
–Eso ya lo había denunciado en 'Clavícula'.
–Sí, 'Los íntimos' enlaza con otro libro mío, 'La lección de anatomía', donde me di cuenta de que había contado mi vida expurgando minuciosamente todo lo que tenía que ver con el oficio de escribir. Parecía que todo lo que tuviera que ver con la escritura era vergonzoso y me situaba en un lugar que me separaba del resto de los seres humanos, cuando no es verdad. Pero al mismo tiempo, si hablas de tu trabajo desde la perspectiva del oficio y del sueldo, también te colocas en un lugar antipático porque se supone que eres alguien bendecido por tu vocación.
–¿Los escritores se han vuelto poco reivindicativos sobre sus condiciones de vida?
–Es que parece que los escritores tuviéramos que estar agradecidos porque nos dejan espacio para escribir, y que por el hecho de tener una voz pública ya nos podemos dar por pagados. Sí, quizás nos hemos vuelto poco reivindicativos. Por ejemplo, se habla muchas veces de que los políticos ganan demasiado dinero, y lo mismo se dice de los escritores. Es verdad que hay corrupciones y privilegios, pero si no se compensan económicamente esas actividades, los únicos que podrán acceder a la política y la escritura serán las clases privilegiadas, que siempre defenderán los mismos intereses y reflejarán el mismo mundo.
–¿Y los privilegios también se heredan dentro del mundo de la literatura?
–Naturalmente, hay castas y clases sociales dentro del mundo de la literatura. En mi caso, soy una escritora que es la nieta de un mecánico melómano, una especie casi en extinción, la de de esos trabajadores que confiaban en que la cultura sirviera para mejorar la vida cotidiana de las personas. Se ha abaratado mucho el concepto de cultura y esta ya solo se entiende como una forma de entretenimiento. En ese sentido se ha perdido la concepción de la cultura como forma de ampliar las visiones del mundo y del conocimiento a los que nos dan acceso los textos literarios y los objetos artísticos.
–¿Por qué concede tanta importancia a la figura de su abuelo paterno, que, por cierto, escribió unas memorias y un folletín?
–Sí, escribió sus memorias, pero a título personal. Tengo en mi casa los manuscritos, escritos con caligrafía inglesa, con esa buena letra y esmero de la que hablaba Rafael Chirbes. Esa caligrafía era también marca de clase, que indicaba cómo uno se esforzaba en ese trabajo que le parecía tan respetable. Yo aprendí eso de mi abuelo, esa actitud curiosa, de decir voy a leer estos libros con mucha atención porque tengo cosas que aprender, tengo prejuicios que superar, el mundo es más amplio que el de mis orejeras.
–No está en sus aspiraciones, pero ¿por qué nunca ganará el Premio Planeta, como quisiera su padre?
–Evidentemente, nunca me lo van a ofrecer. Probablemente me costaría aceptarlo y me supondría una violencia bastante grande. ¿Por qué me van a colocar en una tesitura tan incómoda? No creo que nadie me quiera tan mal.
–Desde la distancia, ¿cómo es el personaje de usted misma en 'Los íntimos'?
–Hay una proyección de mí muy importante que puede ser dañina. Estoy en un momento de mi vida en el que soy muy consciente de mis fragilidades. Ya no me queda tanto tiempo para hacer ciertas cosas y tampoco tengo tantas energías para responder a las expectativas de esta cultura de mercado absolutamente capitalista en la que nos autoexplotamos. Como escritora y como personaje literario al mismo tiempo, me coloco en los espacios de lo risible y de lo patético. No es un lugar confortable, pero a mí me interesan los libros precisamente que hablan desde lugares no confortables.
–¿Hace ajustes de cuentas?
–No, en todo caso hago ajustes de cuentas conmigo misma, con mi percepción de las cosas a lo largo del tiempo y mi incapacidad para ser justa con otras personas que me han podido rodear. En el libro hay una mayor exaltación de los vínculos de amistad y de la gratitud que del resentimiento.
–¿Cree que hay que decirle al lector que a veces no lleva siempre la razón?
–El lector no es solo un cliente y tratarle solo así es una manera de faltarle el respeto. El lector es el ser humano que hace que tu texto tenga legitimidad literaria y adquiera un sentido, un sentido que tiene que ver con cómo la literatura puede transformar la vida.
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