
'Archipiélago herreño', hacer un mundo mío: principio, cráter, cero
Reproducimos el prólogo del volumen que acaba de salir a la venta de la mano de Mercurio Editorial.
Víctor Álamo de la Rosa
Sábado, 12 de abril 2025, 23:21
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Víctor Álamo de la Rosa
Sábado, 12 de abril 2025, 23:21
Si lees estas líneas será curioso saber que las escribo en pleno verano de 2024, sobre una mesita que tengo en el balcón de mi ... casa, en la población pesquera de La Restinga, al sur de El Hierro o Isla Cero, como prefiero llamarla porque es la isla al principio, la isla del cero, meridiano cero. Desde aquí, a menos de cien metros del mar, escucho toda altísima la música marina, el volumen rocoso de su oleaje, y me resguardo del solajero que desabrocha una luminosidad atómica, y pienso que las lavas que rodean mi casa, rojizas, negras, azulonas, están a punto de derretirse y volver líquidas a su principio, su cráter, su cero.
Cero, cráter, principio, y mar, pueden ser las cuatro palabras entre cuyos vértices se entrena mi escritura, al menos toda esta obra narrativa sujeta a la isla de El Hierro, cero, cráter, principio, y Mar de las Calmas, de nuevo, para insistir en que de ahí fue naciendo mi archipiélago herreño de relatos y novelas. Ojalá todo este esfuerzo al que he entregado gran parte del tiempo de mi vida merezca la recompensa de tu lectura y tu roce y tu guiño, y quizás la brizna del pequeño anhelo vanidoso de que alguna página, ese párrafo, aquella ocurrencia, valga contra el tiempo y la muerte. A saber.
Siempre he tenido mis dudas sobre la razón de ser de la literatura, por más que algún fantasma dentro de mí me musite que todavía es algo importante. Ahora, en mi tiempo de descuento, a punto de cumplir los 55 años (qué estúpida velocidad agarra el tiempo), obligado por el impresionante rigor filológico de Victoriano Santana Sanjurjo, el mayor especialista en mi obra, releo mi narrativa como mi narra-vida, los relatos y novelas que escribí apasionadamente desde finales de los años ochenta del siglo pasado hasta casi el otro día, ya superada la primera veintena del siglo XXI. Siento una pizca de orgullo, por haber sido capaz, y esa gota me basta, porque sé que mi obra nunca estará completa si no la lees. Pero yo la escribí, y te tiendo la mano. La literatura es solo monólogo si no hay destinatario, y su pura comunicación solo restalla en el alma cuando se cierra el círculo que nos une a escritores y lectores.
Sigo en mi balcón, afuera el verano hermoseando la vida con soles, salitres y biquinis, pero pensar en mi literatura me recoge, y lo de afuera es adentro, adentros de los que fue brotando, espigando, con inmenso trabajo agricultor, mi obra narrativa. Cada relato, cada novela, emergió de una obsesión, la de estar en el mundo y no marcharme planamente a mis cenizas. Tener algo que decir, aunque sea por aquí estuve.
Crecí en El Hierro escuchando el relato de la oralidad casi sin tener que salir de casa. Las voces con los cuentos del pasado vinieron a mí sobre todo a través de mis abuelos herreños (mi abuelo falleció con 107 años) y de mi padre, Manolo el Maestro (así es en El Hierro, y yo no soy Víctor, sino el hijo de Manolo el Maestro), un padre con alma de pescador. La isla, con mil cuentos inéditos, el mar y sus historias fabulosas, y la tradición de la oralidad empezaron a explotarme en todas mis ínfulas adolescentes en cuanto empecé a leer y a estudiar filología de la mano del escritor, amigo y profesor Juan José Delgado. Tenía la mesa puesta y solo tenía que coger cuchillo y tenedor, es decir, papel y boli, para ponerme a escribir. A huevo me lo habían puesto. Leyendo mis raíces herreñas vi los raíles que me llevarían a descubrir todo un mundo por recrear con esas voces que venían de un pasado que a mí me parecía remoto y que, sin embargo, me dictaban el tono de mis narradores. El estudio, las lecturas, las correcciones de Juan José Delgado y asistir desde muy joven a las tertulias de la revista de arte y literatura 'Fetasa', junto con admirados sabios como Isaac de Vega, Rafael Arozarena, Alberto Pizarro y un variado elenco de artistas, sembró en mí las ganas de aportar mi granito de arena a los seis siglos de tradición literaria canaria. Enseguida me percaté de que la isla de El Hierro no había tenido quien la escribiera. Y me vine arriba. Mis primeros tentativos relatos, reunidos en 'Las mareas brujas', ya estaban publicados en 1991, mientras que mi primera novela, 'El humilladero', vio la luz en 1994. Yo tenía veinticuatro años y la recepción de ambos libros fue tremenda, al menos para mí. Arozarena, José Saramago, Fernando Lázaro Carreter, entre muchas otras personalidades de la cultura, saludaron vehementes el nacimiento del escritor que yo era, que yo podría ser. Salía en los medios de comunicación y al jovencito de pelos largos (con walkman, cascos y casetes de Metallica y U2) que yo también era todo aquel lío le llevó a una orilla, a una deuda conmigo mismo: el reto de imponerme escribir más novelas y de hacerlo mejor. No sabía que podía ser el escritor que soy, no imaginaba ser capaz de escribir tantas novelas, no intuía un día ser el autor de por ejemplo este tomo de tomo y lomo. Mientras residía en Río de Janeiro, con la saudade de mis paisajes volcánicos, rodeado de exuberancia tropical, creció 'El año de la seca', que prologó Saramago y que Eugenio Montejo llevó a Monte Ávila Editores en Venezuela. Empecé a publicar dentro y fuera, en España y en el extranjero casi al mismo tiempo, e, incluso, antes en otros países, y todas estas novelas fueron escribiéndose sucesivamente porque en el fondo son una sola, grande y visceral, con ese aire mítico y esas voces narrativas que encuentran su tono en la esencia de la oralidad más primitiva. 'Archipiélago herreño' es la demostración palmaria. Toda esta narrativa, más allá de sus títulos, 'Campiro que' (no veas lo que me costó que la editorial Espasa Calpe respetara la rareza de este título emblema), 'Terramores', 'La cueva de los leprosos', 'Mareas y marmullos', nace de la misma pulsión, vocación de hacer un mundo mío que nos hablara del mundo, en particular del mundo que se fue y del que se está yendo, anciano.
Entre los años 2000 y 2010 recuerdo la fecundidad, la ferocidad, sentir más plenas las armas de la escritura, saber que había aprendido más resortes de escritor. Encontraba antes las palabras que encajaban en la pulsión que sentía. Porque creo que soy un escritor más intuitivo que intelectual. En encontrar la clave de una pasión reside el misterio de la felicidad. Eso lo escribí en 'Campiro que', y me reitero, porque fui feliz aprendiéndome como escritor, empezando a pensar en mi estilo, en las cuerdas de mi propia voz. Puedo tener alguna virtud, pero sin duda un montón de debilidades forman parte de mi carácter. He sido incapaz siempre de ser uno de esos escritores serios y con horarios de entrenamiento para los partidos, como los deportistas. Oficinistas mecánicos con agenda, número de palabras o páginas. Soy más bien un tanto impredecible, porque necesito estados emocionales para pescar mi literatura o, al menos, mis ganas de escribir. Una imagen que me viene a la cabeza mientras trazo curvas en moto, la posición de unos lagartos en el paisaje, una palabra que me seduce y en la que sospecho, detrás, más hielo, como los icebergs, rupturas sentimentales, episodios personales tristes o alegres, la observación o padecimiento de las miserias y sordideces de algunos seres humanos, traiciones, cuernos, vicios, las jodidas muertes cercanas, casi todo me puede ser inspirador mientras escribo, batuta en mano, y la orquesta afila músculos e instrumentos. Pero necesito el golpe, la gana, la inspiración, el brote, ese roce en el alma para coger impulso, ponerme la meta, escribir. En las antípodas del escritor que escribe siempre. Tal vez debería tomarme más en serio, pero a lo hecho, pecho. Tal vez todo sea más simple y escribo porque es lo mejor que sé hacer. Pero tú, lector, siempre tienes la última palabra, aunque yo haya puesto toda la sinceridad, todo el amor.
Afuera se hizo la noche, enorme el ojo avizor de la luna. Toda la música marina sigue altísima. Cero, cráter, principio para que sea el final.
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