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Pedro Flores, el pasado martes, en la capital grancanaria. ARCADIO SUÁREZ
«La poesía y la literatura me salvaron de ser un tipo pasado de rosca»

«La poesía y la literatura me salvaron de ser un tipo pasado de rosca»

El poeta grancanario Pedro Flores habla sobre su primera novela 'La isla de los muchachos hermosos', publicada por Maclein y ParkerPedro Flores Escritor

Victoriano Suárez Álamo

Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 20 de mayo 2023, 02:00

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El poeta Pedro Flores (Las Palmas de Gran Canaria, 1968) ha mirado atrás y hacia adentro para dar vida a su primera novela, 'La isla de los muchachos hermosos' (Maclein y Parker), que este sábado presenta, a partir de las 18.30 horas, en la librería Agapea (calle Franchy Roca, número 13), acompañado por Blanca Hernández Quintana. Se desarrolla como un atractivo puzle en el que conviven sus recuerdos de juventud, las noches de farra en los años 80 en el sur, aunque no identifica el lugar, la vida de barrio, su despertar en la literatura y su concepción sobre los caminos por los que entiende que debe transitar la poesía. La acción arranca con Jesús Arévalo, casi un filólogo, en busca del rastro de un joven poeta malogrado, Bebo Ríos.

-¿Qué le motivó a lanzarse a escribir su primera novela?

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-Narrativa he escrito siempre. He publicado dos libros de relatos. Incluso me dieron el Isaac de Vega en su día por mis relatos.

-Pero novelas hasta ahora no.

-No sé si decirte que es una novela. Más bien es un libro de recortables, un 'collage', como una caja china. Fíjate que lo forman los poemas del protagonista, su cuento y el viejo recurso del escritor perdido que además es un poeta. Eso me da la oportunidad me meter mucha teoría literaria en las clases particulares de la señora y a las que acude el protagonista. Ahí están mis talleres, mis clases y mi percepción de la poesía. Casi me interesaba más hablar de la poesía en un relato que tiene mucho que ver con el ensayo, que hacer una novela. Aunque después está la historia del tipo y cosas autobiográficas de mis noches locas del pasado en el sur.

-Imagino que usted se identifica mucho con doña Isabelita, la profesora que le da clases particulares a Bebo Ríos, el joven aprendiz de poeta...

-De alguna manera, creo que el autor está en todos los personajes. Evidentemente, soy esa señora, el joven y el que está buscando al pibe. Después comienzas a atar cabos con cosas de las que no te habías dado cuenta. Tuve una profesora en el colegio que un día me dijo que no se me daba mal escribir. Cuando a mí me gustaba la historia. Ella se llamaba Isabel, como el personaje.

-¿Qué le motivó la escritura de 'La isla de los muchachos hermosos'?

-Quería hacer algo que aunara en un libro teoría poética y una historia. Y también esa memoria que creo que se ha trabajado muy poco en la narrativa insular que es, aunque no se cita el lugar, el sur. Yo lo viví y quería hacer memoria de las noches de discotecas, del subdesarrollo dentro del desarrollo. Ese personal de servicio que no se ha trabajado tanto en la narrativa de las islas. Que quede claro que no vengo a sentar cátedra. No soy un novelista ni un narrador ni un escritor, sino un tipo al que en un momento dado le interesó contar la historia de un poeta ficticio.

-Lo hace dentro de una radiografía social de los años 80 en el entorno turístico.

-Sí, de mi juventud en los 80. Empecé a trabajar en el sur muy joven, con 17 o 18 años. Cargaba maletas en un hotel. Vivía allí. Todas esas noches las viví, con las discotecas, las guiris, la playa, pasar tres días tirado en el sur a la buena de dios, las recepciones de los hoteles... También está ese rollo de sentirte extranjero en tu país. Éramos personal de servicio raso. Quería, entre comillas, dar testimonio de aquella época. Y el relato tenía que sustentarse en lo que uno conoció desde un punto de vista literario. Hablamos de una juventud que en gran parte se malogró por el dinero fácil. El ámbito en el que naces te condiciona. Nacer allí te condicionaba. Había poca gente de Las Palmas de Gran Canaria trabajando allí. Casi todos eran pibes de Mogán, Arguineguín, San Bartolomé y la única salida que tenían era trabajar en eso. Era una sociedad volcada en el servicio y sin ningún tipo de alternativas, a pesar de lo pequeño del territorio.

El poeta Pedro Flores, junto a su primera novela. Arcadio Suárez

-En la novela describe cómo se vivía en las poblaciones de la época, como la que usted llama La Hondonada, fácilmente identificable.

-Esos barrios existen, antes más que ahora. No doy nombres de lugares reales para que puedan ser cualquier sitio, pero en seguida lo sabes localizar. Si lo lee alguien de Tenerife, del Levante o de Ibiza, sabrá de qué estamos hablando. Hay una parte autobiográfica que es real de todas aquellas noches. Cuando escribes, si quieres ser realista tienes que hacer una labor de investigación para ser muy fiel con la realidad. Pero si los nombres son ficticios, puedes imaginar cosas y evitarte la servidumbre. Además, es que hay cosas que no recuerdo. Me hubiese gustado meter más rollo discotequero y musical.

-Cada parte del libro tiene una voz narrativa diferente. ¿Las escribió en el orden que aparecen en el libro o escribía cada una al completo y después llevaba a cabo el puzle?

-Lo escribí tal cual aparece. Para mí fueron sencillos los registros del pibe, de la señora y el de los amigos en las entrevistas. ¡Es que mis amigos eran así! Ese registro barriobajero o de pueblo de servicio fue sencillo de lograr porque yo lo viví. Hablaban así.

-Y eso que los diálogos son siempre muy complicados.

-Sí que son complicados. Los monólogos de las entrevistas que incluyo, estarán mejor o peor, pero te aseguro que serían como los que harían los que hablan en una gasolinera de la zona en aquellos años o el que vivía en un cuchitril. Recuerdo que íbamos a una panadería, como aparece en la novela, a comernos los recortes con el colega en la puerta de atrás, en el Castillo del Romeral. La gente me ha dicho que la novela está llena de tacos. ¡Pero es que hablaban así! Encontrarás en la novela rasgos machistas. Pero es que no puedes presentar a unos personajes que iban de noche a ligar guiris de otra forma. Ellos y las guiris iban a lo que iban. Y eso que lo he edulcorado [risas]. Creo que me quedé corto y con ganas de meter más noches de sur. Era una sociedad que rendía culto a lo etílico. El que no bebía del grupo era un apestado.

-¿Las clases de doña Isabelita fueron sencillas de plasmar?

-Sí, quizás es lo que suscita la novela. Ahí está toda mi concepción de la poesía. Por eso digo que es un libro que tiene mucho que ver con la poesía y el ensayo más que con la narrativa. La historia es lo que lo convierte en libro. La parte de la señora la disfruté mucho porque es lo que defiendo y digo en mis clases. Con razón o con menos razón.

-¿Y la búsqueda del rastro del joven poeta por parte del personaje de Jesús Arévalo?

-Me gustan mucho ese tipo de novelas, como 'Soldados de Salamina'. Esa búsqueda del escritor trunco, que hace una obra interesante y desaparece. Todo ese misterio. Aunque reconozco que fue la parte que más me costó porque requería un mayor grado de verosimilitud y sucede en el presente.

-Lo de ese escritor recuerda a Félix Francisco Casanova.

-Sí. Pero Félix Francisco era un niño de papá y mi protagonista no. Puede que como este haya varios por ahí y no los conocemos. Mi personaje tiene mucho que ver conmigo. En mi casa no había libros, me crié en ese entorno, en un barrio bajo.

La novela que sostiene entre sus manos Pedro Flores tiene ciertos tintes autobiográficos. Arcadio Suárez

-Imagino que no lo entendía en su momento así, pero que escribiera era un gesto de rebeldía, de nadar a contracorriente.

-No lo veía así. Pero recuerdo comentarios de los colegas que me decían que había un tío en el barrio que escribía poesía y que era igualito a mí [risas]. Es como cuando he ido a la cárcel a dar un taller de escritura y me he encontrado a colegas que son presos y me llaman «¡Perico!». Puede que sí que hubiera algo de rebeldía. Era algo que no sabías de dónde salía. Que me gustara leer y escribir, cuando ni siquiera había tenido profesores que me incitaran a ello, salvo algún comentario que otro. En mi casa no había libros. Mi tío sí que tenía libros de historia en su casa. Por eso, con ocho o nueve años me sabía de cabo a rabo la Segunda Guerra Mundial, porque esos eran los libros que tenía mi tío. La dirección que uno tenía era la de ser un delincuente juvenil.

-¿Era lo que primaba en aquel entorno?

-Sí. Fui al colegio del Polvorín, porque vivía en el barrio de San Antonio. Dentro no, pero lo que veía todos los días eran broncas y drogas. Y eso que era la época más o menos buena del barrio. Como te dije, con 18 años me puse a trabajar en el sur, así que salí de Guatemala para ir a 'guatepeor'. Ves lo mismo y con dinero muy fácil. Recuerdo salir de trabajar con 15.000 pesetas de los años ochenta en el bolsillo. Quedarse allí era siempre una tentación, pero yo siempre tuve claro que esa vida no la quería para mí.

-¿El título de la novela lo tuvo claro siempre?

-Fue lo primero. Nunca empiezo una cosa sin tener el título. Es como un ancla.

-¿Fue complicado que Maclein y Parker aceptara editarla?

-Lo hicieron porque ya me conocían de haber editado mi poesía. La novela les sorprendió. Hubo que esperar unos cuantos años por la pandemia, ya que la tenían desde 2019. Me pidieron que esperase y acepté.

-¿Pusieron reparos a algo, al lenguaje?

-A nada. Que sea una editorial pequeña e independiente imagino que les otorga una mayor libertad.

-¿Hubo mucha poda cuando ya la tenía terminada?

-No, no suelo podar mucho. Tampoco en la poesía. Siempre lo tengo todo en la cabeza muy trabajado y cuando me siento, corrijo muy poco. Seguramente es un defecto, porque siempre se puede hacer mejor. Corregir y podar me cuesta mucho.

- ¿Habrá más novelas de Pedro Flores?

-No creo. De momento, no. Esto para mí es otro libro de poesía. Yo estaba más interesado en cómo lo decía que en lo que contaba. Si me apuras, es más un ensayo.

- Puede sonar cursi, pero quizás sea una declaración de amor a la poesía.

-Sí. Fue muy importante. La poesía me salvó la vida. La literatura en general. Sin eso no estaría aquí hablando contigo. ¿De qué coño iba yo a estar con un periodista si no fuera por la literatura? ¿Cómo habría yo conocido sin la poesía a José Saramago, José Hierro o a Joan Margarit?

- En vez de a ellos seguiría con tipos como el 'Maguila', 'Maciste', Bebo Ríos, 'el Gordo', todos personajes de 'La isla de los muchachos hermosos'.

- ¿Y de qué me sirven? Pues que los conocí. Soy como soy y escribo como escribo porque vengo de ahí. ¡En la vida había soñado yo con publicar libros! Lo normal era que fuera un tipo pasado de rosca, viviendo en el sur, con tres chiquillos... y a lo mejor ni siquiera hubiera llegado a estas alturas de vida, porque el ritmo era de salir todas las noches.

- También en la novela incluye puyas a las mediocridades del mundillo cultural local...

- Claro que sí. Hay un personaje prototípico caricaturizado al nivel de un casino provinciano. Es como cuando cuento la presentación del libro, que aún pasa, donde no va ni el Tato. [risas]

- Una última curiosidad, ¿los poemas del joven poeta le costó mucho escribirlos?

- No. No sé si resultan creíbles, por eso intenté no meter mucha cultura en ellos. Por eso tenían que ser poemas de amor, el pibe no podía escribir como yo. Fue un poco volver a los orígenes. Mis principios poéticos fueron así. Mi primer libro era de poemas de amor en esa línea. Me los premiaron, pero como no los publicaban los tiré.

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