Vivimos tiempos donde prima la deshumanización, esto evidencia la carencia total de argumentación para acciones primordiales. Se recurre a ello con frecuencia e incrementa peligrosamente: ... deshumanizar, sin más. De ahí que cause júbilo adentrase en un libro donde la 'humanización' es el eje en torno al cual genera toda su propuesta. Al detenernos en el título, 'Nominación de lo humano', comprobamos que hace mención de una acción y efecto al nombrarlo, y así se deduce a través de los poemas que configuran el libro. En síntesis, nos desvela lo humano y sus consecuencias, ya en uno u otro sentido.
El propio título advierte sobre qué encontraremos al acometer su lectura. Si nos hicimos eco de lo necesitado que estamos de la humanización, en tiempos donde esta pierde esencia, ya en el primer poema comienza la poeta evidenciando tal circunstancia, pues a pesar de establecerlo como motivo de sus inquietudes lo presiente como algo en extinción y lo ampara en «la verdad original», o sea, no más abrir el libro lo humano se nos muestra como lo primordial. Ahí, nos traslada a «lo humano en extinción», produciéndose una pérdida gradual del mismo, y acontece en los tiempos que nos ha tocado vivir. Así lo expresa la poeta: «Tal vez la verdad original/ esté guarecida/ al último lugar del planeta/ donde sea resguardado/ lo humano en extinción».
Nos trae distintas formas de encontrar –hace el esfuerzo– la pérdida de asumirse humano, de ahí la moción reiterada donde busca en lo material el modo de reconfortarse de las pérdidas. Se asocia a cualquier hecho, inmaterial o material, donde asome la imbricación con lo espiritual. Esa pérdida que nos lleva al desamparo y se materializa en lo extinto, donde se reconoce el origen. Entonces, de un modo cíclico, nos traslada a la permanencia del abandono: «El abandono es inmemorial». Descubrimiento de lo humano, sentir la condición como continuidad, pues en toda sensación o materialización de sentimientos, siempre la humanización surge la primera de la experiencia.
Si desde el inicio ligó a los orígenes (la célula) el comienzo de la humanización, abunda al ir más allá, abstrayéndose hasta lo inerte (la molécula) y nos traslada a lo que parece ser una contradicción, pues de la célula del segundo poema hasta la molécula del cuarto, como posible origen de aquella, asoma el «Diseño perfecto» para llegar al ser viviente, como forma de nombrar lo originario: este referente del hecho religioso se hará patente en los poemas siguientes. En cualquier caso, todo conduce al objeto del libro: lo humano. La espiritualidad ligada a lo humano resurge en el siguiente poema, no en vano cualquier vestigio de lo espiritual se limita a lo interior, aquello que se siente y no se ve, de donde provienen los sentimientos. La concreción de lo humano queda ligada a la mirada interior: «Todo proviene de adentro// He allí lo sobrehumano».
A lo largo del poemario alterna alma y espíritu, a quien vincula la humanización y, como en el resto, la ubica en el interior: «Adentro/ flota salvavidas/ el alma». Esa búsqueda nos conduce a lo humano. Pervive esa idea de dónde tiene su origen lo humano y sobre ello abunda. Se ampara en el silencio, en los distintos modos de lograrlo, para sentir lo que nos eleva a lo humano. En otras palabras: busca en el silencio o en lo inaudible al oído, el escenario adecuado para atender a lo que nos bulle de modo reiterado en el interior hasta llevarnos a la humanización: «Será el alma que resuena/ en el tintineo de la mente». Acaso en lo irreal, lo que no es y se pretende, pueda producirse la espiritualidad y ese aumento nos acerque a lo humano, entendida tal cualidad como propia del ser espiritual. En cualquier caso, busca la elevación, rompe barreras con lo terrenal y alberga la humanización; no en vano concluye el poema con este verso: «Ganancia del espíritu», comprender así que Astrid Lander, para el caso, pretende igualmente llegar a ese espíritu que, en definitiva, contribuye a la humanización: de eso trata el poemario.
Se aproxima nuestra poeta a referencias bíblicas para establecer lo divino como el origen del alma y, en su línea, responsable de la humanización. Es decir, liga lo humano a lo divino, cosa que parece cuestionarse: «Habría escindido del ser pensante.». En la línea de atribuir lo humano a la presencia del alma, contrasta seres vivos cercanos a personas inanimadas, quizá dudando de su condición, pues como a aquellos «no le puede mirar el vuelo/ de sus almas». Persiste en su idea de humanización, desde lo más árido, toma citas del 'Antiguo Testamento¡ para llegar a la consolidación de lo humano, ello le hace concluir en el oxímoron «Confía en el desierto florido», como sustento del planteamiento de lo humano. Es decir, en la dificultad puede, incluso, alcanzarse el objetivo.
La mitología sumeria también le valdrá a la autora para perseverar en su tesis de nombrar lo humano, preguntándose sobre su existencia acaso considere la perpetuación de lo humano. Así, avanzando en los poemas, se cuestiona sobre las posibles causas de la pérdida paulatina de la humana condición, recurriendo a la divinidad para conservar su existencia. En el siguiente poema –a veces nos planteamos si acaso no sean estrofas separadas de un único poema–, incide en las causas del deterioro de lo humano y se interroga sobre lo necesario de enmendar los errores que nos condenan: «Cómo subsanar las manchas de la historia»; un guiño evidente a la filosofía («El mundo unívoco») para plantear las varias causas de lo humano en extinción. La dilación converge en la desafección, que solo encuentra sosiego en la reciprocidad. Considera que nuestra propia esencia animal conduce a la pérdida de la humanización, dado que los instintos, su afloramiento, nos privan lo espiritual y así, de lo humano: «Almas alteradas».
A partir del poema 18 la poeta inicia un seriado donde parece caer en una especie de desaliento en cuanto a la permanencia de lo humano, motivo que reitera en el poema 19. Ambos lo corroboran en sus respectivos versos finales: «La esperanza es una lástima» y «Rogativa del consuelo». Tal que un punto de inflexión, de inmediato reinicia una suerte de alborozo, aun reconociendo las limitaciones de lo humano ante a la Naturaleza y enfrenta decidida la dificultad. En el poema inmediato torna a la introspección, acaso como vía para encontrar el mecanismo que genera la humanización. El viaje iniciado en el poema previo lo mantiene vivo e incorpora nuevas imágenes: «Prueba de orillar/ abismos salvajes/ vértigo al silencio/ abordar al otro de uno mismo». La resistencia solo es válida para lo externo, lo corpóreo, no para lo espiritual, donde la lucha interior es quizá más cruenta. Continúa con un poema corto, que simula una transición y donde se interroga sobre qué hay después de la vida, y quizá eso sea: la transición de un estado a otro.
Incide en la humanización asociada a lo religioso, para ello le es útil el canto del pájaro como imagen del rezo, representación de la religiosidad que humaniza, y acaba: «A la espera de un Dios sonoro». La aparición del alma, a pesar de su contradictoria concepción, como elemento que humaniza o sustenta una revelación: «He aquí la epifanía». En el siguiente poema, tal si se tratasen de estrofas exentas de uno solo, hace aparición el descubrimientos de lo hallado: «Como recién nacido/ componer el mundo/ inédito». Prolonga lo expuesto en el anterior, ahora con imágenes que suscitan optimismo y ánimo, y concluye: «Dormitar la instancia sosiega/ consuelo familiar/ visita de los seres soleados». Si ya detectamos en un poema previo la presencia del oxímoron, también nos lo muestra en este: «Catar la felicidad en medio de la tristeza». En este poema, precedido de una cita bíblica, alterna la transparencia con la luminosidad, en síntesis, un amanecer. El siguiente poema, de tan solo tres versos, comprimidos, en la cortedad encierra un notable mensaje, negando lo eterno: «Sí/ hubo otra vida/ La faltante», y redunda en lo ya planteado: la pérdida paulatina de lo humano como cualidad. De similar extensión el siguiente, con aproximaciones al aforismo: «Pervivir como una veda a la extinción/ Vivir como si resucitase». El poema 35, el más extenso del poemario, lo plantea la poeta como una suerte de viaje iniciático, estructurado en una variada sucesión de imágenes, que abundan en la tesis del libro, condiciona lo humano a la presencia del espíritu, alma en la concepción cristiana. Varias de las imágenes se refieren a la dificultad del viaje: «Inicio de la montaña/ encendida/ cegada ante su silueta».
Y finaliza con dos poemas, de parecida extensión, donde abunda en la idea del recogimiento y la referencia a los orígenes para alcanzar la condición humana.
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