Hoy fue mal día para todas las fuentes que alimentan la espera», afirma un impresionante verso que al mismo tiempo nos subyuga y nos dice ... que siempre es buen momento para leer la poesía completa del gran escritor chicharrero, con no poca alma de bimbache, que es Víctor Álamo de la Rosa. Supone 'Trabajar en los vientos'(Mercurio Editorial, 2023) que ese fue el título que un sencillo pescador de La Restinga le regaló al Víctor poeta, su entero recorrido lírico-vital, una propuesta desenfadada, directa, sin ataduras éticas o políticas, no dejando de avanzar sabedor seguro de que cada poema se asemeja a un ladrillo quebradizo colocado siempre en la continua y vana ilusión de querer uno construirse a sí mismo.
Pese a ser el libro un planteamiento heterogéneo de estilos y temáticas, no hay en él nada fallido. Predominando sin duda en su lírica una enorme profundidad literaria plasmada en enfrentamientos de tú a tu con el culteranismo y las más heterogéneas vanguardias, no por ello renuncia a un transporte lírico más a ras de suelo, a una poesía más modesta a la que no se le caen los anillos al enfrentarse a lo cotidiano contándonos así los puños que el poeta hace en el gimnasio con Yeray el Metralleta, Josué el Negro o Goyo el Kilates.
La difícil transparencia de su primer trabajo, el moverse joven y no sin maestría 'Desde el prodigio de la palabra' (1987), desde los estrictos límites de un lenguaje por supuesto literario pero enseñando sin pudor su desnudez, se va cargando en los posteriores poemarios de misterios y escepticismos que van enturbiando para bien su quehacer, transfigurándolo un poco en esa cosa críptica tan natural en el poeta que va haciendo acopio con el tiempo de lecturas cada vez más complejas. De esta transformación empiezan a hablar los 'Fósiles o armaduras del tiempo' que, en 1989, revelan a un autor más curtido, más heterogéneo de registros, menos reprimido de sueños y formas de expresarlos. Hay también, desde muy temprano, un no solapado anhelo de trascendencia cuando su vertiente mística le pide a Dios que «no nos olvides en la incertidumbre de la muerte», o cuando en su querida y tan necesaria isla de El Hierro, «lo inmortal se huele, se palpa».
Está por supuesto el mar, el mar de su isla del Meridiano, el mar de «las antiguas tempestades» y de las barcas que «destilaban tristeza», ese «cuánto azul se desordena», ese sugerente piélago descrito en versos de una magia propia de esos pecios hundidos hace mucho tiempo. Y no solo hablo del mar de 'Altamarinas' (1997), sino también el mar que convoca en casi toda su obra, muchas veces sin mencionarlo, haciendo de él (y también del viento) esa elipsis constante que es la manera más certera que tienen los poetas de nombrar las cosas. En definitiva, un inmenso azul de agua que es para todo artista agobiante cerco a la par que libertad, eterna esperanza y elemento integrante y constructor del propio yo porque «¿no es el mar ruido de tu vida respirando?», se pregunta en 'Caracola', sin haber encontrado aún la respuesta.
En 'Ángulos de la medianoche', poemario de 1990, nos encontramos a un Víctor Álamo de la Rosa cincelando con maestría la nostalgia, la melancolía, un hombre buscando la detención de su yo más íntimo en las múltiples manifestaciones de la tristeza sin esconder en ocasiones una visión en extremo lacerada de sí y del mundo que le rodea, e incluso, siendo lectores un poco atentos, como adelantando esa saudade portuguesa que experimentaría pocos años más tarde en su estancia en Brasil.
Por supuesto, 'Trabajar en los vientos' es la presencia del amor, un amor al que no le importa derivar en un erotismo sin mesura, a las claras transgresor mas sin pisar el terreno de la zafiedad; un amor de amplio espectro, sin fronteras, porque es amor puro y limpio en 'Música para María'; bucólico y enraizado en parterres y bosques que operan como escenario físico y sentimental en 'El equilibrista y sus jardines' (2013), y también paterno-filial rayano en la ternura en 'La tos de Pablo', ternura que hace extensiva, elevándola a unas cotas inalcanzables, al poema dedicado al abuelo Chencho. El escritor y crítico literario Sabas Martín, en una reseña a mi modo bastante atinada, llegó a afirmar que la poesía de Álamo de la Rosa llega a trascender la geografía, la identidad y el mito, y me atrevo yo a aseverar que igualmente supera en momentos hasta al amor más elevado, dando prueba de ello ese «sé que ahora me toca a mí suspirarte».
Ahondando en el ámbito afectivo y en 'La tos de Pablo y otros poemas' (2016), no quiero dejar de añadir la peculiaridad que atesora este trabajo a causa de la sabia y difícil conjunción que hay en él entre ese amor responsable de padre que le hace observar a su hijo dormir y darse cuenta que en los ojos limpios de Pablo «todo es mucho más simple», que le hace uno con su descendencia, y el amor romántico ya marchado de una persona un punto dolida y resabiada, de un hombre separado, divorciado y en extremo descreído del convencional mundo de la pareja.
Por último, esta poesía completa nos brinda, a modo de colofón, un conjunto de composiciones de temática variada (un anhelo de creación poética, un «Mea Vita», una omnipresente «Isla de El Hierro»…), ratificándonos con ello que la rica heterogeneidad que late en cualquier existencia artística no es en Víctor Álamo algo desconocido.
Por buscarle algún 'pero' a esta obra sin mácula, sólo me gustaría preguntarle al autor si era necesario, por demasiado ingenua, hablar de su «malva inocencia», o si no le pareció un poco cacofónico mencionar un «sediento grito»; aunque, bien mirado, será seguro más bien mi incapacidad para aprehender su subjetividad única e insobornable, que una incorrecta o inadecuada adjetivación por su parte, la que no me permite apreciar, en toda su precisión y pertinencia, tales expresiones, siendo además no menos cierto que ningún creador, y menos yo, está legitimado para evaluar de otro la forma y el léxico concretos que ha considerado necesario dar a su emoción.
En las palabras que, a modo de epílogo a su poesía completa, escribe el propio Víctor Álamo, nos cuenta que su quehacer poético es en primer término artificio, estructura lingüística erigida a base del concurso de la métrica, del ritmo, de la rima, de los pies quebrados…, pero la humildad de este escritor silencia que, una vez nacido definitivamente el poema, es la enorme carga lírica y comunicativa de su labor la que, como por arte de magia, le permite hacer desaparecer a la vista del lector ese armazón filológico sin que la creación se derrumbe ni aun sufra el más mínimo temblor, a la manera de esos hábiles artistas que, una vez realizado un castillo de naipes, retiran con maestría el papel que le ha servido de cimientos sin que las cartas se muevan lo más mínimo. Este volumen es una realidad, además, gracias al impagable trabajo del filólogo grancanario Victoriano Santana Sanjurjo, puesto que la obra poética de Álamo de la Rosa se encontraba muy dispersa en múltiples publicaciones, como si el gran narrador, autor de novelas centrales de nuestra literatura, nunca hubiera sido consciente de la gran dimensión de su obra estrictamente lírica.
El pintor tinerfeño Hugo Pitti, allá por el 2016, tuvo la feliz idea de llevar con maestría al mundo del color el ya por esa época vasto universo literario de Víctor Álamo de la Rosa. A la postre, la iniciativa fue todo un éxito. El que esto escribe se conformaría con que esta breve reseña fuera una sencilla pincelada, o si se quiere un somero esbozo, que al menos perfile el deslumbrante territorio lírico de 'Trabajar en los vientos'.
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