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Helena Falcón
Las Palmas de Gran Canaria
Jueves, 11 de abril 2024, 02:00
Según estudios de la Biblioteca Británica y de la Biblioteca Nacional de Francia, más del 96% de sus colecciones bibliográficas presenta niveles peligrosos de acidez. Se estima que, en la Biblioteca Nacional de España, cerca del 67 por ciento de sus ediciones del siglo XX deben recibir atenciones por esta causa, una de las principales enfermedades que sufren los libros.
La restauradora de documentos gráficos Cruz Lorenzo lo sabe bien. Hasta este viernes, día 12 de abril, imparte en la Biblioteca Insular un taller de encuadernación que está siendo todo un éxito de participación de público. En este taller los usuarios han aprendido a encuadernar sus propios proyectos, desde los estudiantiles a los laborales, pasando por sus álbumes familiares de fotografías. «La importancia de estos talleres radica en que las personas aprendan disciplinas diferentes de las convencionales y que vean la utilidad que el arte de la encuadernación pueda llegar a tener en su vida», apunta la restauradora Cruz Lorenzo.
«Existen infinitos tipos de encuadernación, aunque estamos trabajando los más utilizados. De tapa flexible y tapa dura se pueden clasificar a grandes rasgos», añade. Otro de los objetivos de este taller es que las personas conozcan los daños más comunes que llegan a padecer los libros y la manera de evitarlos, así como el valor de la profesión de la restauración.
«Los daños más frecuentes van desde una mala manipulación que puede ocurrir tanto en las mismas bibliotecas como en casa, la mala conservación que acelera la acidez, el contacto con la humedad del aire y el oxígeno, el calor o las radiaciones lumínicas, que provocan reacciones químicas en los distintos componentes del soporte y de las tintas. Estas reacciones crean nuevos compuestos y debilitan el soporte hasta el punto de provocar su desaparición», explica.
Lorenzo desvela que cada libro es capaz de contarnos su historia. «Observando su interior podemos llegar a conocer su vida por el proceso de encuadernación o restauración recibida, y eso es fundamental para conocer la proyección del libro a través del tiempo. Mantener la información que hay en cada ejemplar es el objetivo principal de los restauradores, que mantienen una conexión casi mística con el libro cuando se enfrentan a un trabajo. Cada libro tiene su propio tratamiento. Aunque sean libros iguales cada uno exige un tratamiento diferente, como si fueran personas. Casi todos los libros se pueden restaurar y lo importante en los procesos empleados es retrasar su envejecimiento y deterioro, alargar su vida de la manera menos invasiva posible», explica Lorenzo.
«Cada libro es una nueva historia, incluso cada hoja, por ello con cada uno conlleva un proceso completamente diferente. Para mí es una condición fundamental olvidarme del tiempo en cada en mis trabajos para obtener un buen resultado. El reloj y el tiempo son los mayores enemigos de cualquier tratamiento en un libro. Asimismo, lo que la gente ve como una forma más de entretenimiento o conocimiento, para mí son piezas únicas que requieren cuidado y respeto a partes iguales. Solo se pueden obtener buenos resultados estableciendo una relación casi mística entre el libro y la persona que lo está curando. El restaurador debe alargar la vida al libro lo máximo posible y adecuarla a su historia previa sin que pierda su origen», advierte esta sanadora de libros que trabaja para la Biblioteca Insular de Gran Canaria.
«En la actualidad hay un gran desconocimiento de la profesión del restaurador. Solo tiene valor para la gente que realmente ama lo libros y todo el proceso e historia que hay detrás de sus hojas. Por otro lado, la gente no conoce las limitaciones geográficas que existen para obtener la materia prima y lo laborioso y meticuloso que es cada proceso. Además, hay que estar constantemente reinventando las formas de trabajo y adecuándolas a cada libro, sus características e historias. Es un trabajo maravilloso que te llena de alegrías y tesoros. En mi caso la más llamativa fue sin duda encontrarme con un auténtico tesoro por accidente en los fondos de la Biblioteca Insular de Gran Canaria: un valioso ejemplar fechado en 1540 en Venecia de Girolamo Savonarola», concluye Cruz Lorenzo.
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