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Una atmósfera de luto contenido se personó en los pasillos de los cines Monopol, refugio estético de los amantes de una cultura audiovisual distinta en Las Palmas de Gran Canaria. Era un lunes amargo, en el que el se proyectaban las últimas películas -al menos hasta el mes de diciembre- en un cine que durante décadas programó con el corazón y fue capaz de bordear las imposiciones comerciales de productoras y macrocadenas.
Vale un testimonio para condensarlos todos. Era el de Juan José Viera, quien con su carnet de socio, se presentó en la taquilla para comprar su última entrada (por lo pronto). «Es una pérdida muy grande. Nos encantaba venir aquí porque las películas que programaban eran distintas a las que te podías encontrar en otros cines. Y eso lo hacia un lugar muy especial», indicaba apenado y con sus billetes listos.
Viera testimonia por los demás leales del Monopol, que los había a pesar de la cantidad de sesiones con salas completamente vacías que se han pasado en los últimos años. El Monopol era un negocio familiar. Y en esa genealogía cultural creció tanto su virtud como su ruina.
Su parrilla siempre tuvo personalidad propia y supo caminar durante décadas de la mano de otras propuestas culturales de la ciudad, como el Festival de Cine, con el que rompió abruptamente este año, o el Monopol Music Festival, dando cobijo a su programación.
Los trabajadores se encontraban este lunes también apenados. Y en la incertidumbre. Muchos de ellos son rostros familiares para el público, porque llevan décadas trabajando en esas salas. Por lo pronto vuelven al ERTE y, desde ese punto, a la espera de que la situación se concrete. «No sabemos qué va a pasar. Pero le pasa a muchas personas en estos tiempos. Veremos como se encuentra el mercado de la distribución en diciembre y si los hábitos de consumo de los espectadores han cambiado, que parece que sí lo están haciendo», comentaban algunos de ellos.
Lo quedó claro es que la gente quería despedirse por si el hasta luego se prorroga indefinidamente. Las salas recibieron bastante público y a la hora de las últimas sesiones de la jornada se crearon colas para comprar las entradas en las taquillas.
La despedida mostró esa personalidad que durante años definió al último reducto del cine alternativo en la isla. 'Regreso a Hope Gap' de William Nicholson y 'La voz humana', el cortometraje de Pedro Almodòvar con Tilda Swinton como protagonista fueron los últimos pases, los que precedieron a un fundido negro de indeterminada caducidad.
Mientras eso se aclara, y a la espera de que las cuentas cuadren, Las Palmas de Gran Canaria tiene una herida en su piel intelectual. Un sentimiento de orfandad en el que florecen los recuerdos de un cine que permitió a los cinéfilos encontrarse con semejantes.
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