Custodios de la memoria impresa del desierto
Casa África presenta la muestra 'El corazón y el cálamo', fotografías de Miguel Lizana que documentan la guarda de manuscritos centenarios en Mauritania
A la ciudad de Chinguetti, en el corazón de Mauritania, se le conoce como 'La Sorbona del desierto'. Sus piedras legendarias y sus calles arenosas refugian a familias que custodian un legado inmortal, el que está impreso en manuscritos centenarios que durante siglos han sido depositados allí por los transeúntes del Sáhara.
Esas viejas bibliotecas, que guardan la memoria del desierto, son hoy objeto de una modernización del trabajo de guarda que estas familias llevan años haciendo gracias al trabajo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo. Tras mucho tiempo labrando el proyecto sobre el terreno, la Agencia ha logrado formar a estos bibliotecarios en técnicas de conservación e incluso están colaborando en la digitalización de todos esos legajos.
Ese trabajo queda expuesto estos días en Casa África en la muestra 'El corazón y el cálamo: la ciudad, los manuscritos y las familias', que se podrá visitar hasta el próximo 9 de abril. La exposición se nutre de las imágenes capturadas por Miguel Lizana, fotógrafo de la Agencia Española de Cooperación, que ha estado trabajando en las ciudades de Chinguetti y Ouadane.
Lizana ha recorrido el mundo con su cámara, que ha atestiguado el trabajo de cooperación en cuatro continentes durante la última década. El fotógrafo zaragozano muestra en la sala distintas imágenes que describen el culto a esos manuscritos. «Lo importante es la transmisión de la memoria y la identidad del pueblo mauritano y de estas ciudades sagradas. La labor que realizan estas familias conservando de una manera muy humilde estas bibliotecas privadas es fundamental», subraya.
En las imágenes de Lizana se puede ver el manuscrito crudo. Guardado entre paredes de piedra. Y también se puede ver ese trabajo de digitalización impulsado por la Agencia y que ha llevado un escáner hasta el desierto para sellar todo ese conocimiento en nuevos formatos. «Es de los proyectos más bonitos que puede tener un fotógrafo. Por su magia. Por ese punto que tiene poético de ver algo tan frágil preservado en algo tan hermoso como duro a la vez que es el Sáhara. Con esas condiciones de polvo, luz, termitas. Es una lucha muy difícil. Todo eso para legar ese saber a las nuevas generaciones», manifestó.
Estos libros son de vida nómada. Y a través de los años, a pesar de la labor de estos custodios, se han perdido bastantes. Estos manuscritos llegaron hasta Chinguetti y Ouadane a través de los mercaderes que recorrían el desierto. «Los han mantenido a lo largo de los años de una manera muy manual. Hasta ahora que se les ha conseguido que pudieran digitalizar y guardar todos esos documentos. Hay piezas muy valiosas que no se han podido conservar», resume Lizana.
Alrededor de las ruinas de viejas mezquitas se agrupan estas familias que protegen con pasión este legado impreso. Muchos textos son religiosos, como copias del Corán. Pero esas bibliotecas guardan textos de gramática, de medicina, de derecho e incluso de poesía.
Por ello no es sencillo acceder a estas bibliotecas, aunque de alguna forma son el reclamo turístico más relevante de las ciudades que con la peregrinación a La Meca fueron perdiendo su posición central en las rutas del desierto. «Soy un privilegiado. Gracias al trabajo de los compañeros de cooperación, porque es un proyecto que requiere tener un grado de confianza por parte de estas personas muy alto. Detrás debe haber un tiempo de confianza que genere un cariño y a ellos les permita ver que hay una profesionalidad. Si yo hubiera ido solo sin el trabajo de los compañeros hubiera necesitado un año o un año y medio para ganarme su confianza», expresa el fotógrafo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.
Con su labor sobre el terreno, Miguel Lizana pudo conocer cómo llegaron estos libros hasta estas ciudades e incluso algunos trucos de impresión de tiempos pretéritos en el desierto. «Hay bastantes piezas originales. Pero lo que más ocurría es que los mercaderes que atravesaban el desierto y paraban en estas ciudades a lo mejor paraban una semana para descansar allí. Les dejaban los libros y encargaban a determinadas personas que los copiaran con unos pigmentos de goma arábiga, que son auténticas obras de arte que a lo mejor están hechos en una semana o diez días. Y ya pueden tener dos o tres siglos», subrayó.
La forma de relacionarse de los ciudadanos de Chinguetti y Ouadane con el entorno ambiental que les rodea, con las condiciones agrestes de la vida en el desierto, hace que ambas formen parte de la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco. Aunque hoy casi todo sea historia. «Las bibliotecas están originalmente en la ciudad vieja y esta se encuentra ya desaparecida. Porque hubo un momento en el que las caravanas se dejaron de hacer porque ya no se necesitaba ese tránsito de mercancías. Eso hizo que se produjera una crisis muy grande y con eso cayeron las bibliotecas. Pero, por suerte, gracias a esas familias lograron preservar toda esa cantidad de libros», expresa el fotógrafo.
Un estilo de vida de otros tiempos que guarda la memoria del Sáhara, ese lugar de resonancias tan mágicas siempre objeto de debates y supervivencias,