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Epatante (de verdad)

Epatante (de verdad)

«No es la mejor película bélica, pero sí que está en el listado de las mejores del género».

Jueves, 1 de enero 1970

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Al director Christopher Nolan le gusta epatar. Lo suyo es que el espectador diga pero mira qué osado es este hombre (Memento), qué capacidad de reinventar historias conocidas (su saga de Batman), que espectacularmente enrevesado (Origen) y finalmente cuánto se aproxima a Kubrick (Interstellar). Con ese currículo a sus espaldas, Nolan tiene una legión de seguidores y también de detractores, pero se ve que esto último le da igual. Es más, o el ego se le ha subido mucho –que parece que sí– o es tan valiente que le da igual decir lo que piensa, pues sus últimas declaraciones en contra del cine concebido y producido para el consumo en la pequeña pantalla –sobre todo en las enanas de los móviles– le garantizan el odio eterno de un público creciente.

Así las cosas, Nolan puede parecer un enfant terrible pero nadie le cuestiona su amor al cine como espectáculo. Y de eso va Dunkerque. Tanto que la rodó en un formato Imax que en España dicen que solo puede verse con la calidad original en una exclusiva sala de Barcelona. A falta de eso, habrá que consolarse con la pantalla tradicional y ahí va la primera advertencia: Dunkerque es una película para ser vista en cine, a ser posible solo o escoltado por alguien con la máxima complicidad y, ya puestos, sin estar rodeados de los que comen roscas y menos aún de los que devoran nachos y otras exquisiteces. Por supuesto, que se abstengan los que van con el móvil encendido o rompen la oscuridad de la sala leyendo y mandando mensajes.

Dunkerque no es la mejor película bélica rodada hasta la fecha pero sí entra en el listado de las que hay que ver para, de alguna manera, calibrar lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial. Aquí, además, Nolan aparca bastante su empeño en complicar la trama y ofrece un relato que se puede seguir sin complicaciones: son tres historias –una se desarrolla en una semana, otra en un día y otra en una hora– pero que confluyen alrededor de la playa donde una colosal derrota británico-francesa se convierte en una victoria moral para el Reino Unido y en un toque de atención para que Estados Unidos rompiera su neutralidad. Porque, no lo olvidemos, la batalla de Dunkerque la perdieron los soldados aliados pero la ganaron los civiles británicos.

El resultado es una obra con diálogos escuetos, donde hay heroicidad pero también el relato descarnado de cómo el instinto de supervivencia se alía con lo peor de la condición humana. Todo ello, como es marca de la casa en Nolan, aderezado con un diseño de producción espectacular, donde se agradece que los efectos digitales sean casi nulos o muy bien disimulados –de hecho, a alguien se le olvidó camuflar en la playa casas que claramente no eran de la época–, otra potente banda sonora de Hans Zimmer y una fotografía realista en casi todo el metraje que se vuelve poética en el vuelo final del Spitfire. ¿Los actores? Pues ahí están y lo hacen bien, pero lo que luce es el conjunto. Destaca, por supuesto, la sobriedad de Mark Rylance pero el paradigma de cómo se sacrifican aquí las estrellas a la historia es el papel del cotizado Tom Hardy, que sabemos que está en la cabina del avión porque lo dicen los títulos de crédito, pero al que vemos solo los ojos, para contemplar su rostro apenas unos segundos al final –casi como en El caballero oscuro: la leyenda renace–.

Es, en suma, una película que hay que ver. ¡Pero con las condiciones antes mencionadas! Que epata, golpea y conmueve casi a partes iguales. Y a la que quizás le sobra la perorata patriótica del final.

Ficha

Título original: Dunkirk.

Dirección y guion: Christopher Nolan. Duración: 107 minutos.

Intérpretes: Fionn Whitehead, Mark Rylance, Kenneth Branagh, Tom Hardy, Cillian Murphy, Barry Keoghan, Harry Styles, Jack Lowden, Aneurin Barnard, James D’Arcy, Tom Glynn-Carney, Bradley Hall, Damien Bonnard, Jochum ten Haaf y Michel Biel.

Atención a...

Las escenas de hundimiento de los barcos, que recuerdan pasajes de El submarino; la habilidad de la labor de montaje y cómo se acopla a la banda sonora, y ese vuelo final del Spitfire sobre la playa.

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