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Carmen Linares, en una actuación. Daniel M. Pantiga
Carmen Linares: «Hay que beber de la tradición, pero sin encarcelarse»

Carmen Linares: «Hay que beber de la tradición, pero sin encarcelarse»

Con 40 años en los escenarios, está considerada una ortodoxa del cante, un tópico que desmiente su repertorio

Domingo, 2 de agosto 2020

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Si no hubiera sido por su padre, un ferroviario aficionado a la guitarra que adoraba el flamenco y que la animó a abrazar el cante, Carmen Linares quizá nunca hubiera pisado un tablao. A sus 69 años se puede jactar de haber actuado en los escenarios más encumbrados, desde el Carnegie Hall de Nueva York a la Cité de la Musique de París. Entre sus hitos está haber cantado a Miguel Hernández, García Loca y Juan Ramón Jiménez, al tiempo que se ha atrevido con 'El amor brujo', de Falla. El 30 de agosto clausurará los 'Veranos de la Villa', de Madrid, con un concierto en el Cuartel del Conde Duque que incluye muchos de los temas clásicos de su repertorio.

-¿Cómo fueron sus comienzos?

-Siendo muy niña, a mi padre lo trasladaron a Ávila. Era muy noble y muy aficionado a la guitarra, y siempre me acompañaba tocando. Actuaba en una especie de 'troupe'. Había dos humoristas, José y Fidelín, una niña que hacía canción moderna y un prestidigitador. Con 17 años me fui a Madrid y empecé mi aprendizaje. Comencé a cantar para el baile en una compañía y recorrí Estados Unidos en autobús haciendo una gira de cuatro meses.

-¿Ha dado todo al flamenco, pero ¿el flamenco ha sido generoso con usted?

-Absolutamente, me ha dado la oportunidad de viajar muchísimo, conocer otros pensamientos y formas de vida. Y enormes satisfacciones en el escenario. Yo necesito cantar, es la manera en que me realizo y me vacío.

-Con sus ojos verdes y su aspecto, usted no cumplía con el estereotipo de cantaora racial que se llevaba entonces. ¿La vieron en algún momento como una intrusa?

-Tanto como una intrusa, no, pero sí se quedaban extrañados. En cuanto cuando me ponía a cantar ya no chocaba tanto. Siempre he tenido claro que soy como soy y no me voy a disfrazar. Salvo cuando cantaba para el baile, nunca he llevado trajes de faralaes. Cuando empecé mi carrera en solitario siempre intentaba ponerme algo que resaltara mi flamencura: un mantoncito, un chaleco, una chaquetilla.

-Para cantar con verdad la elegía a Ramón Sijé, de Miguel Hernñandez, ¿hay que haber perdido a alguien?

-En mi caso he perdido a seres muy queridos y sé cómo es ese sufrimiento, pero no pienso que para cantar las fatigas del hambre, por ejemplo, haya que pasarla. Me lo puedo imaginar. Es una cuestión de sensibilidad y empatía. Ponerte en el lugar de otros es una lección de vida.

-¿Qué piensa de los puristas, de aquellos que pretenden sentar cátedra y decir lo que está permitido en este arte y lo que no?

-Tiene que haber de todo en la viña del Señor. Respeto mucho a los puristas. A mí me gusta mucho la tradición porque sin ella no puedes avanzar. Hay que saber mirar atrás y beber de las fuentes, pero que eso no se convierta en una cárcel. Es muy importante que un artista sea uno mismo y no un calco de otros. Es necesario conocer la tradición paro poder volar. Como decía Juan Ramón Jiménez: «Raíces que vuelen y alas que arraiguen».

Juergas flamencas

-Existe el tópico de que los flamencos son gente de parranda. ¿Ha asistido a muchas juergas?

-En la medida que he podido. Cuando estaba en el café de Chinitas, en Madrid, celebrábamos nuestras fiestas. Uno decía a lo mejor que «Camarón está cantando en Torres Bermejas», y para allá nos íbamos. Las fiestas son un rito, no sabes lo que enriquece escuchar a gente en 'petit comité', de viva voz. En un lugar donde no hay responsabilidad artística, se hacen cosas que no salen en el escenario. Por mí condición de madre no he ido muchas fiestas. Luego está la asociación del flamenco con el alcohol, pero el que es borracho bebe en cualquier sitio.

-¿Experimenta una especie de trance cuando da lo mejor de sí cantando?

-No, es más bien una comunión con la guitarra. Sales al escenario y te vas metiendo poco a poco en faena, primero con un cante liviano, un tango fiestero. Hay que ir calentando la voz. Lógicamente no voy a empezar con una seguiriya. También depende del público. Si lo veo distraído, cambio de repertorio.

-Alfredo Kraus o Plácido Domingo se quedaban admirados de cómo ustedes, los flamencos, colocan la voz sin que se les rompa.

-Sí, les llamaba mucho la atención. Ellos tienen su técnica lírica para no hacerse daño. Yo no he recibido lecciones de canto, pero sé lo que no tengo que hacer. Me cuido, no fumo, no bebo cosas frías el día que tengo que cantar, procuro no resfriarme tres días antes de la actuación... La voz natural es muy bonita, da calidez y llega directamente al corazón.

-¿Qué otras músicas le gustan?

-El fado, la música brasileña, la copla. Adoro la música popular. He hecho alguna cosa para la zarzuela, siempre en clave de flamenco. Entré en el mundo de la música clásica con 'El amor brujo', de Manuel de Falla, con el acompañamiento de una orquesta sinfónica.

-¿Enrique Morente y usted han sido uña y carne?

-Ha sido compañero de profesión y casi parte de mi familia. Yo me casé, él se casó y nuestros hijos eran amigos. Mi marido y yo somos padrinos de su hija Soleá. Enrique ha sido un genio de la música y del flamenco.

-¿Y trabó amistad con Camarón?

-Camarón era muy tímido y no se abría. Era una gran persona; he tenido la suerte de compartir escenario con él.

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