Peter Faalstich es la senda si el paisaje se concita a reencontrarse
El pintor, que expone su obra en el Cicca, vierte su propuesta plástica como si de una prolongación connatural del expresionismo se tratara.
Javier Cabrera
Curador de la muestra
Sábado, 18 de octubre 2025, 23:19
En el arte actual la heterodoxia parece proceder casi siempre ajena del marco académico y, por contra, lo regulado se encuadra encasillado en la etiqueta ... colegial. Por tanto, se presupone que será el artista autodidacta el que más riesgos corra al momento de afrontar una obra, de establecer una dinámica artística e, incluso, en la hora final de concertar un estilo. Quizá sea la lógica del comportamiento dado que en su carencia de disciplina reglada deberá procurarse por medios propios ese hallazgo, pudiera ser que la ausencia de metodología le encare con la tesitura de establecer recorridos previos que ya lo escolar otorga a los entrenados en su seno. Sin embargo, así se ha comprobado a lo largo de la mayor parte del siglo XX y en sus diferentes vanguardias e ismos, su avance se producía cuando el riesgo y la aportación eran cubiertos al margen de la Academia, extraño al contexto del carril histórico y permanentemente regulado.
Es este el primer rasgo característico que se aprecia en la obra del pintor -de procedencia alemana y afincado hace bastante tiempo ya en Gran Canaria-, Peter Faalstich: el riesgo como proceso para avanzar a la búsqueda de respuestas en lo que la pintura le solicita. Una forma de trabajo que no fundamenta su recorrido y logro final en el ensayo-error sino, bien al contrario, en el horizonte cambiante por la manipulación de ese hecho procesual que la pintura convoca y en buena medida sorprende en su propio devenir interno: componerse en tanto el pintor actúa sobre ella sin que ciertamente sepa dónde quiere concluir la propia pintura y cuál será el momento exacto en que ya no precise de su gesto o su acción, más adentro de su propósito ideario para 'saberse' acabada, por supuesto y siempre, en primera estancia: en la medida en que la pintura nunca acaba por determinarse pero sí por responder a un primer acercamiento que el artista requiere para sí hasta reconocerse representado en lo que será su propuesta visual, el alcance cercano a la idea de lo que pretende ser su mensaje. Acabando, dejar libre a la obra para que, respondiendo por ella misma, transite lo más próximo posible al hálito que el pintor quiso imprimirle desde el instante de cavilarla.
La obra abstracta: senda al reconocimiento plástico
Hace ya tiempo Peter Faalstich elabora un proyecto plástico unitario bajo el rótulo genérico de: 'Diálogo con la Naturaleza'. Una encomienda pictórica que goza de tantos acercamientos como artistas la han acometido. En el caso de Faalstich parece proceder de una recurrencia ya histórica pues su origen alemán le vincula, indefectiblemente, a un estilo que les es propio y les hace reconocibles a lo largo de la Historia del Arte de todo el siglo XX: el Expresionismo, como escuela madre donde los diferentes artistas han vehiculado sus propósitos plásticos, de tan distinto alcance y tan variada solución. Y si bien el pintor se inclina por la vertiente del movimiento entroncada a la abstracción ésta no impide el reconocimiento de una idea fundamentada en esa enseña que la titulación propone: la Naturaleza como sujeto sobre el cual versar, diversificar y hasta disgregar. Una conciencia, en el inicio, de rango humano, más tarde, un distintivo disciplinar y al cabo, una ambición artística que propala la unicidad de las tres intenciones.
Pero, asimismo, la lectura secuencial de la obra de Faalstich permite adentrarnos a una actitud de manufactura también unitaria. El pintor desarrolla la totalidad de su obra sujeto a un orden temporal, por muy variados o distantes que parezcan los fragmentos de naturaleza o paisajes que trata todos respiran de un mismo ánimo; por muy complejo que visualmente le pueda parecer al espectador la ligazón con un paisaje reconocible o asumible, sujeto a la lógica de la tradición, sus cuadros transpiran una estructuración no repetitiva y sí consensual, unas piezas se remiten a otras no porque se reiteren sino porque ansían denotar una misma sintonía, en aquellos tres órdenes citados ya anteriormente: lo humano, lo disciplinar y lo pictórico.
La esfera humana: que lo imaginario no devenga utópico
Hay artistas empeñados en explicitar un mensaje ideológico a través del hecho pictórico; a otros, en cambio, ese trasunto se les manifiesta sin forzarlo, porque es el mensaje, subrogado al hecho plástico, el que va en busca del gesto por el cual obra en el artista esa premisa. Así, como una escala por donde se avanza, tanto hacia arriba como hacia lo hondo, en la convicción de que el tema tratado -la Naturaleza, de igual forma contrariada y definitivamente, maltratada-, al pintor, humano tanto como artista, le interesa explicitar no solo su ocupación, sí y al tiempo su preocupación de que el dilema que trae a su obra no tiene un ápice de gratuidad, de ahí que decante su propuesta no desde el estrato preciosista, clásico al modo tradicional, sino desde la complejidad que dicho tema le reclama: elegir un tono de expresión, de trasmisión del mensaje, tanto en lo plástico como en lo ideológico, confiere al pintor la ambición de acometerlo tal y como en él acciona la pulsión del arte que precisa transmitir y la manera a la que mejor quiere aclimatar su discurso.
Será en el ámbito de la modernidad y por el cauce de la consecución expresiva, en los parámetros que el arte actual manifiesta, donde ajuste ese discurso: a través de la explosiva riqueza cromática -el primer impacto a recibir-, de la incisiva alocución matérica -un anticipo al lenguaje pictórico-, del emboscado estilístico -las capas a desbrozar en su entendimiento visual- a medida que la mirada se adentra en cada una de las piezas que componen el, a su vez, bosque pictórico a través del cual el artista desvela cada punzada, tanto en advenimiento plástico como en delación y tan hacia lo profundo como toca al hombre lo que el pintor propone: incardinar lo gozoso de la visualización de la obra a la consecuente responsabilidad de la concienciación comprometida. Leer una obra con este entroncamiento estilístico tiene su complejidad, no se va negar pero, al cabo, a la asunción de esa complejidad inicial le gana el gozo último e íntimo de entenderse circundado de una obra que acaba por ganar el ánimo a medida que se avanza en su asimilación, en el sentido artístico tanto como en el humanístico.
El pintor propone, desde un lenguaje nunca acomodaticio en su trasmisión visual, una idea de conjunto para un mensaje, cada vez más urgente, acerca de la necesidad de repensar el diálogo que el humano sostiene con la naturaleza, con el paisaje inmediato que lo abarca. Lo que ahora toca es desentrañar de la colección 'Diálogo con la Naturaleza', cuál será el gozo como espectador imbuido desde la responsabilidad del ser humano.
Ahí ya, el pintor ahonda 'a través del imaginario', y con insistencia machacona nos recalca: «Habrá orden y será cuando el bosque se declare fortaleza natural más adentro del inveterado albedrío del hombre. Será así cuando la conciencia asalte la última voz prendida en el rumor que bordea a la naturaleza y ceje el hombre en su voracidad por ser más…». Para que su obra no quede inconclusa en su pulsión ni el diálogo del hombre con la Naturaleza acabe roto, Peter Faalstich desglosa ante las miradas expectantes esa convicción ambivalente: pintar, en un tiempo intrincado, la complejidad del engarce del hombre con el resto, pero asimismo le impele a su obligatoriedad de intentarlo y su necesidad imperiosa por lograrlo. En tanto que el autor como pintor se verifica y como humano se diversifica su obra se sostiene y responde por sí misma.
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