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Arrieta Betancort / Las Palmas de Gran Canaria
Jueves, 1 de enero 1970
La bata blanca en el respaldo de la silla del pintor, los pinceles manchados, la paleta y la Piedad inconclusa dispuesta sobre el caballete de madera parecen seguir aguardando por Antonio Padrón. Esta escena hecha de tiempo congelado en el estudio de su actual Casa-Museo sintetiza el vacío de medio siglo que se abrió el 8 de mayo de 1968, con la prematura muerte del artista galdense, nacido en 1920. Cincuenta años después, se precipitan por este abismo temporal diversas reflexiones sobre el legado de una de las cimas del indigenismo y de la «canariedad expresiva», según dejó dicho Felo Monzón.
«Cuando Antonio murió yo estaba en París, y me enteré porque mis padres me mandaron recortes de periódico», rememora el escritor Ángel Sánchez, también natural de Gáldar y último Premio Canarias de Literatura. El autor conserva claros recuerdos de Antonio Padrón grabados en la infancia. «De niño era amigo de un sobrino suyo. Entrar en su jardín era entrar al jardín de un príncipe oriental. Todo estaba envuelto por una fragancia extrordinaria y lo recuerdo dibujando y haciendo céramicas», explica.
otra línea. En su opinión, «el indigenismo expresionista de Padrón no sigue la línea de Felo Monzón o Santiago Santana. Él estaba marcado por el dolor y era además una persona muy apegada a la gente del pueblo. Recuerdo bien verle regresar de las fincas de su familia manchado con la savia de las plataneras. Vivía como un señorito porque era, por así decirlo, miembro del patriciado de Gáldar. Era guapote. Bajaba elegante por la acera y le decían Don Antono; y el Don en Gáldar se lo daban al alcalde, al médico, al cura y a Padrón».
El tintero de Sánchez guarda una anécdota de película. Un día traspasaron las puertas del jardín de Antonio un joven y por entonces casi desconocido Marcelo Mastroianni y la actriz Silvana Pampanini, protagonistas de la película Tirma (1954). No se habían perdido. Llegaron de la mano del guionista y autor del texto teatral que dio pie a esta coproducción española e italiana, Juan del Río Ayala, y el director del filme, Paolo Moffa, interesados en hacer acopio de los conocimientos de Padrón sobre pintaderas y otros elementos prehispánicos para el atrezzo.
Se quedan atrás los fotogramas y el resplandor del cine y sus estrellas y regresamos a la intimidad del estudio. Y a la Piedad. «Esta obra permite parangonarle con otros artistas en tales circunstancias, tanto del Renacimiento y el Barroco como del mundo contemporáneo, y le convierte en un artista de gran calado intelectual y estético», asegura Antonio González Rodríguez, profesor de la Universidad Complutense de Madrid.
González Rodríguez impartirá dos conferencias este lunes y martes, a las 20.00 horas, alrededor de la figura de Padrón y la Piedad, la primera en el templo matriz de Gáldar y la segunda en su casa-museo.
Avanza que sostendrá, entre otros aspectos, que «Antonio va más allá de la corriente indigenista para convertirse en un exponente fundamental de una problemática moderna» y alienta la búsqueda de nuevos enfoques para abordar su creación «con amplitud de miras».
La profesora María Victoria Padrón Martinón es sobrina del pintor y autora del doble tomo El pintor Antonio Padrón, obra editada por el Cabildo de Gran Canaria. «Su pintura nunca es un punto y aparte. Siempre hay una evolución», recalca. Pone por delante que, bajo su punto de vista, la Piedad no entraña nada parecido a una «premoción de la muerte». A nivel técnico indica que su figuración alargada, la utilización intensiva de la espátula, los colores oscuros y las manchas blancas y ocres remiten a una pieza anterior datada en 1954, un via crucis.
«Los últimos años estuvo pintando muchísimo, más que nunca. Era muy exigente y le solía comentar a sus amigo que cuando no le gustaba un cuadro lo volvía de cara a la pared, pero los seguía utilizando como referencia», apunta.
Han pasado cincuenta años. Los pinceles esperan en vano por la mano conocida mientras la Piedad, aunque incompleta, se erige, según la elegía escrita por Frank Estévez en homenaje al pintor, en «el centro del mundo» del universo padroniano.
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