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Nuestro planeta ha sufrido seis extinciones masivas. La más conocida es la que acabó con la vida de los dinosaurios hace unos 65 millones de años. Entonces, el asteroide Chicxulub, de un tamaño que se calcula entre 10 y 12 kilómetros, se estrelló en la costa de Yucatán, en México, acabando con el 75% de los animales y plantas existentes. Se estima que con su simple entrada en la atmósfera ya generó ráfagas de aire caliente que mataron a cualquier ser vivo situado a 500 kilómetros. Cuando chocó contra nuestro planeta, el impacto fue equivalente a 5.000 millones de bombas como la arrojada en Hiroshima y generó un megatsunami de 100 metros de altura. Aunque no nos demos cuenta, en estos momentos nos encontramos en la sexta. La causa no es ningún meteorito ni una desmesurada actividad volcánica, sino nosotros mismos. El Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la Conservación ha sido concedido en su XVI edición precisamente a dos científicos mexicanos, Gerardo Ceballos y Rodolfo Dirzo, por su contribución a documentar y cuantificar la magnitud de esta extinción.
«La evolución funciona como un proceso de extinciones y de generación de especies. En tiempos normales, hay más especies que se originan de las que desaparecen, y la diversidad va incrementándose. Todas esas extinciones tienen la característica de que fueron muy catastróficas -acabaron con el 70% o más de las especies del planeta-, fueron causadas por una catástrofe natural y fueron muy rápidas en tiempo geológico, cientos de miles o millones de años», explica Ceballos (Toluca, 1958).
Lo que diferencia a esta sexta gran extinción es que, como queda dicho, la causa es el ser humano y que la velocidad a la que desaparecen las especies es entre 100 y 1.000 veces más altas que las registradas en los últimos millones de años, según demostró el ecólogo en un artículo publicado en 2015 en la revista 'Science Advances'. «Esto quiere decir que las especies de vertebrados que se extinguieron en el último siglo deberían haberse extinguido en 10.000 años. Esa es la magnitud de la extinción», subraya Ceballos, que compara su importancia con la del cambio climático. «Tenemos que vincular el problema de la extinción de especies con el problema del cambio climático y entender que es una amenaza para el futuro de la humanidad».
El trabajo de Rodolfo Dirzo (Cuernavaca, 1951) tiene como base un descubrimiento que hizo en un viaje a una reserva natural que se encuentra en el estado mexicano de Veracruz. Allí está el bosque tropical situado más al norte del planeta, una selva verde y exuberante en la que sorprendentemente apenas viven animales. Esto hace que las plantas campen a sus anchas al no existir herbívoros que se alimenten de ellas. Así acuñó el concepto de 'defaunación' para referirse a esta ausencia descompensada de animales. «Todo el mundo se hace una imagen visual cuando decimos deforestación. Entendemos que está viendo un problema, un impacto que lleva a la erosión de los ecosistemas desde el punto de vista vegetal. Entonces, se me ocurrió que defaunación sería una forma de ilustrar que, así como hay un problema serio de deforestación en los ecosistemas del planeta, también hay un problema serio en la disminución y posible extinción de las especies de animales», relata.
«Imaginemos que eliminamos de una sabana de África los elefantes, las jirafas, las cebras, los búfalos, todos esos grandes vertebrados que definen el funcionamiento de la sabana. En ausencia de esos animales, las plantas a nivel de suelo van a crecer mucho más, la compactación del suelo se va a aligerar, los frutos y semillas de los árboles van a caer sin ser comidos, y van a aglutinarse en lugar de dispersarse como favorecerían los animales al comérselas y transportarlas a otros sitios», describe. Todo ello puede ayudar a que se extiendan futuras pandemias porque cuando no hay animales grandes, los más pequeños se expanden y suelen ser portadores de patógenos.
Dirzo comprobó su teoría en África. Junto con su equipo, instaló cercas electrificadas en algunos lugares de la sabana para evitar que la fauna grande pudiera entrar. A la vez, dejaron otros lugares sin cercar para poder comparar dos ecosistemas iguales, uno con animales de gran tamaño y otro sin ellos. «Descubrimos que al clausurar la presencia de estos animales, la vegetación de la sabana cambia drásticamente», resalta. Además, la población de roedores se triplicó, con el consiguiente riesgo de transmisión de enfermedades a humanos. De ahí que la cacería de elefantes tenga más consecuencias que poner en riesgo esta especie.
Los galardonados suceden a Susan C. Alberts, Jeanne Altmann y Marlene Zuk, que recibieron el premio en la pasada edición «por su destacada contribución a la ecología conductual y evolutiva de los animales».
Nacido en 1958 en Toluca, Gerardo Ceballos se licenció en Biología por la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa (México) y obtuvo sendos títulos de máster en las universidades de Gales (Reino Unido) y de Arizona (Estados Unidos), donde también se doctoró en 1988. Un año después se incorporó a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en cuyo Instituto de Ecología es hoy investigador titular. Ha escrito 55 libros, numerosos artículos científicos y dos centenares de estudios aplicados en gestión y conservación empleados en informes técnicos de instituciones como el Banco Mundial, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional o el Gobierno del Estado de México. Es el promotor de la regulación mexicana sobre especies amenazadas y de más de 20 áreas naturales protegidas que suman más de un millón y medio de hectáreas.
Nacido en la ciudad mexicana de Cuernavaca en 1951, se licenció en Biología en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (México) y obtuvo el máster y el doctorado en la Universidad de Gales (Reino Unido) en 1980. Entre 1980 y 2004 lleva a cabo docencia e investigación en la Universidad Autónoma Nacional de México, donde fue catedrático, director de la Estación Biológica Los Tuxtlas y director del Departamento de Ecología Evolutiva. En 2004 se incorpora a la Universidad de Stanford, en la que actualmente es titular de la cátedra Bing en los Departamentos de Biología y Ciencias de la Tierra, Senior Fellow en el Stanford Woods Institute for the Environment y decano asociado de Iniciativas Integradoras en Justicia Medioambiental. Ha sido profesor también en Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Nicaragua y Puerto Rico.
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