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El tamaño del cerebro… ¿importa?
Ciencia | Opinión

El tamaño del cerebro… ¿importa?

Las conexiones entre las neuronas son el resultado tanto de aquello con lo que nacemos como de aquello que experimentamos, y ambos factores son distintos para hombres y mujeres

Viernes, 9 de diciembre 2022, 09:22

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Los científicos tenemos cierta obsesión por el tamaño del cerebro, ¿no les parece? Cada cierto tiempo aparece un nuevo estudio que confirma que hombres y mujeres tenemos cerebros de distinto tamaño, y esta información suele ser tendenciosamente analizada en redes sociales para confirmar estereotipos y prejuicios sobre colectivos como las mujeres, y las personas trans y los homosexuales. Pero ¿es realmente importante el tamaño?

Un mayor cerebro parecería indicar mayores capacidades cognitivas. Al fin y al cabo, los humanos tenemos un cerebro más grande que el resto de los primates y también una inteligencia más compleja. De hecho, la corteza cerebral de los seres humanos es tan grande que para que nos quepa en el cráneo tiene que estar plegada formando circunvoluciones, como quien dobla las toallas para que quepan en el cajón. Y hay animales que tienen particularmente desarrolladas en tamaño regiones específicas de su cerebro, como por ejemplo los osos y los perros, que tienen una región olfativa mucho más grande que la nuestra y por eso pueden detectar olores a distancias que a nosotros nos parecen inconcebibles.

Sin embargo, no hay una relación directa entre el tamaño del cerebro y la inteligencia, y hay muchos ejemplos de ello. Los delfines tienen unos cerebros más grandes e intrincados que los nuestros, pero su inteligencia solo es comparable a la de los grandes primates. También nuestros antepasados neandertales tenían un cerebro mayor que el nuestro y, sin embargo, se extinguieron hace 30.000 años. El tamaño, en lo que a cerebros se refiere, no lo es todo: más que el número de neuronas, lo que importa es cómo están conectadas.

Las conexiones entre las neuronas son el resultado tanto de aquello con lo que nacemos (nuestra genética) como de aquello que experimentamos (nuestra vida), y ambos factores son distintos para hombres y mujeres.

Las grandes autovías de la información cerebral que conectan regiones entre sí se establecen durante el desarrollo embrionario y los primeros años de vida. Este proceso lo controlan fundamentalmente programas genéticos codificados en nuestros 23 pares de cromosomas, de los cuales 22 son comunes y solo el par 23 puede ser X o Y en función de nuestro sexo genético.

Pero los pequeños caminos, atajos y veredas entre neuronas donde reside nuestra inteligencia y nuestra capacidad de adaptación se modifican con nuestra experiencia del día a día. Esta plasticidad cerebral es el resultado de nuestro aprendizaje a lo largo de toda nuestra vida y particularmente durante nuestra infancia y adolescencia, cuando el cerebro es más susceptible. Sin embargo, en la mayor parte de las culturas de este planeta, niños y niñas son educados de manera distinta y se enfrentan a experiencias vitales distintas en función del sexo asignado al nacer.

Genética y crianza se combinan para determinar cómo se estructuran y funcionan nuestros cerebros. Y este hecho, en vez de fomentar prejuicios y estereotipos, debería servir para fomentar la diversidad: necesitamos cerebros que piensen de manera distinta y enriquezcan nuestra capacidad de afrontar problemas como sociedad.

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